Ha quedado demostrada la fragilidad de las sociedades, aún las más desarrolladas, frente a un microscópico pero devastador enemigo, que va cobrando vidas por miles y expandiendo, silenciosamente, la fatalidad, la desolación y el terror social.
La amenaza del patógeno lejos está de constreñirse al ámbito de la salud, su impacto se deja sentir, de manera contundente, en prácticamente todo tipo de actividades. Las personas se han recluido, los espectáculos masivos han sido suspendidos, las oficinas han cerrado, los vuelos han sido restringidos al mínimo o de plano cancelados, se cierran fronteras, se aíslan territorios enteros, se suspende el rodaje en la industria cinematográfica, se ralentiza la función pública y se confina a sanos y enfermos, ancianos y niños, el bicho no discrimina… todo un panorama de guerra.
Los mensajes que fluyen con abundancia, esa sí, indiscriminada, con pavorosos contenidos e imágenes tétricas, contribuyen a la viralización del miedo, quizás más pernicioso que el aterrorizante, diminuto e invisible asesino.
Se han establecido ya, en países y regiones del mundo moderno, restricciones a la movilidad con penas pecuniarias extremas, toques de queda, sanciones carcelarias y condiciones de excepción para tratar de evitar la expansión del contagio, pero todas las medidas de control social adoptadas van teniendo un impacto directo en la economía, en la política, en la ciencia y en el intercambio social, con repercusión y proporciones aún impredecibles.
La pandemia tomó al mundo por sorpresa. Quienes primero reaccionaron con razonable éxito, fueron los que primero sufrieron el embate contagioso y lograron, no sin grandes pérdidas de vidas, ir recuperando paulatinamente la normalidad. Pero aquellos escépticos que esperaron a recibir las primeras oleadas del embate virulento pronto perdieron el control y se vieron rebasados en sus capacidades con el saldo fatal que ya se conoce, con la desolación de sus calles y sus plazas y una dolorosa estela de muerte.
El temor ha cundido con la saturación de todo tipo de mensajes en las redes sociales que no hablan de otra cosa que no sea la enfermedad y difunden tal cantidad de información, las más de las veces sin sustento, que sólo contribuye a incrementar la angustia.
La especulación no ha estado ajena, se habla de conspiraciones de corte maltusiano, de proyectos secretos para reducir la población mundial, de guerra bacteriológica, de la dispersión del virus de manera deliberada con fines hegemónicos o de errores en el manejo de experimentos de laboratorio. Por supuesto que ninguna de las teorías conspirativas puede ser, a la ligera, descartadas, aunque ello suponga una conducta perversa de los entes de poder a escala global, difícil de asimilar.
Para el caso mexicano, dadas las condiciones políticas, económicas y sociales, el agente invisible nos embiste en mal momento y se va apropiando de nuestra libertad y de nuestro optimismo poco a poco, tornando día con día, más crítica la situación.
La expectativa no es alentadora, el avance del contagio, que se percibe inevitable, someterá a duras pruebas las capacidades de la administración para manejar el asunto, las infraestructuras críticas instaladas en materia de salud y las medidas adoptadas hasta hoy en cuanto a higiene y aislamiento. Pero quizás la más dura prueba se tendrá en el sector económico por los efectos directos en la productividad y el empleo, que no son meros efectos colaterales. No debe obviarse, por otra parte, el alto índice de informalidad, cercano al 60% según cifras oficiales, que ya existe actualmente en nuestro país y que será impactado con mayor fuerza por la contingencia.
El fenómeno que nos acecha es un particular reto para la estructura y modelo de convivencia de la sociedad mexicana. Se acude a la solidaridad, a la familia, a las tradiciones, con objeto de frenar en lo posible el avance de la enfermedad y cuidar de los mayores, pero lo previsible es que conforme pase el tiempo, se requerirá, obligadamente, además de solidaridad y unión, de disciplina social, ingrediente fundamental para el mantenimiento del orden y la razonable estabilidad ante la crisis. Por desgracia, ya se han comenzado a registrar convocatorias al saqueo y actos delictivos contra establecimientos comerciales. No será extraño que, en un futuro muy próximo, esto se replique.
Nos encontramos en el umbral de una sala oscura, sin la certeza mínima de lo que podemos esperar al atravesarlo.
La incertidumbre no es buena guía ni consejera.
Esperemos lo menos peor.
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