La curiosidad NO mató al gato

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Querer saber, analizar, inquirir, comprobar y sondear el mundo ha sido interés humano en todos los tiempos. Sin embargo, ocultar, encubrir, cerrar, reservar y enmascarar ha sido la respuesta histórica del poder político imperante. El choque de ambos intereses trajo a escena la censura y represión. Las instituciones más logradas para ocultar la verdad fueron la Inquisición y el Santo Oficio; ambas sostenían que combatían la herejía y castigaban a las mujeres sabias acusándolas de brujería y a los hombres en apóstatas. Científicos, librepensadores, extranjeros y creyentes de otras religiones de visión altermundista, eran peligrosos al establishment.

Esa terrible lucha entre curiosidad y secretismo ha costado vidas y retrasado la formación de sociedades cultas, creativas y confiadas en sus representantes. En 1252 el papa Inocencio IV autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los acusados con la bula Ad extirpanda. Sin censo de las víctimas, el Simposio Internacional sobre la Inquisición celebrado en el Vaticano en octubre de 1998, admitía que sólo en países protestantes (en Alemania, Polonia, Lituania, Suiza, Dinamarca, Noruega, Reino Unido), habrían ardido en la hoguera a unas 43 mil personas. Así se administró la verdad y el conocimiento por siglos.

A pesar de que la curiosidad trajo a los europeos a América, la que llevó a Gagarin al espacio extraterrestre, clonó a la oveja Dolly y nos mantiene atados a las redes sociales, ser curioso sigue siendo problemático en la segunda década del siglo XXI. Según el vocablo latin curiosîtas, un ser curioso es alguien inclinado a aprender lo que no conoce. Y es que, aunque a miles de millones de personas les interesa conocer los entretelones de las decisiones que impactan en su vida íntima y su entorno político-económico, los gobernantes, corporaciones y poderes fácticos no han aprendido a lidiar con esa curiosidad.

Por ejemplo, a todos atañe saber que se debate en la Oficina Oval de la Casa Blanca, qué dialoga del presidente de nuestro país con otros jefes de Estado o, cuánta energía fósil queda en el planeta. Acercarse a ese conocimiento implica preguntar, formular hipótesis y teorías. Hoy en todo el mundo, los ciudadanos enfrentan obstáculos para acercarse a la verdad. Una, es su falta de fuentes y otra, el blindaje legal que limita el acceso a documentos, cifras y testimonios. En Estados Unidos, The Freedom of Information Act (FOIA) permite que las personas soliciten información gubernamental. En México funcionan la Ley Federal de Transparencia en México y el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública.

Por raison d’Etat –como definió Maquiavelo‒, esos dos modelos de transparencia y los existentes en los cinco continentes, buscan evitar que cualquier mortal penetre en los más profundos secretos del poder. Corresponde a los curiosos buscar, y eventualmente encontrar, la fórmula que invoque el “¡Ábrete Sésamo!” de las claves de la política. Por ejemplo, en nuestro país, información sensible o que roza la seguridad nacional, se “reserva” por 3, 6 y 12 años renovables. En ese tenor se ubican los informes de los diplomáticos a la cancillería o los informes periódicos que el gobierno presenta al Comité contra el Terrorismo de Naciones Unidas (CTC). En consecuencia, ignoramos qué reportan nuestros embajadores y cónsules.

A ese contexto se suman los enigmas que resguardan celosamente los nuevos actores geopolíticos: trasnacionales (o corporaciones), medios de información, organizaciones no gubernamentales, grupos empresariales, sindicatos, organismos financieros internacionales e instituciones religiosas, cuya operación y objetivos están fuera del alcance de los ciudadanos por la propia lógica de esos poderes fácticos. De vez en vez, profesionistas avezados –y curiosos multidisciplinarios– logran escudriñar los misterios en las entrañas de estas organizaciones. Otras veces, y por puro y frío cálculo, esos entes divulgan información como el monto de sus ingresos, el alcance de sus fusiones o su despliegue en nuevos territorios del planeta.

Queda claro que ser curioso implica desechar la información de bisutería y concentrarse en la cualitativa, que es menos accesible. Ya entrados a curiosear y a modo de ejercicio, planteamos cinco ámbitos de índole local sobre los que vale la pena cuestionar:

  • ¿De verdad, hoy es mejor que nunca la relación de México con Estados Unidos?
  • ¿A cuánto asciende la deuda pública?
  • Las elecciones del 1 de julio tendrán un costo de 28,022.5 millones de pesos. ¿Es necesario erogar esa suma colosal en ese proceso electoral?
  • ¿Existen evidencias de que el “avance” de Rusia y China en América Latina es negativo para México? ¿Cuáles?
  • ¿Existe un Plan B por si Estados Unidos sale del TLCAN y se complementa el muro fronterizo?

Y sí, vale la pena ser curioso. Investigar por conocer, preguntar para cerciorarse y comparar versiones para confirmar. El gato no murió por curioso, aprendió a saltar y conquistó el saber.

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ElSatTratóDeMatarme2Veces

Es válido clamar sobre la importancia de la información y el derecho que tienen los ciudadanos a la misma.
Sin embargo creo que existo otro punto relevante. A la mayoría de la gente que conozco le tiene sin cuidado el no conocer al menos el 70% de la información que surte efecto sobre sus vidas. No se por qué, si es que simplemente no nos interesa o si en realidad tememos comprender lo verdaderamente jodidos que estamos, que tenemos el agua hasta el cuello y que nuestras acciones son muy probablemente, y en su mayoría, irrelevantes para cambiar el mundo que nos rodea.

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