Suele considerarse la aparición de El origen de las especies de Darwin en noviembre de 1859 como el arranque de la teoría evolutiva. En efecto, aunque la idea de la evolución de la vida y de las especies fue postulada antes por Lamarck y afinada por el conde Buffon y por Humboldt, fue el genial naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) quien estableció la idea de la selección natural como motor de la evolución biológica. Elaboró esta novedosa teoría, la de mayor trascendencia en la historia de la biología, con base en observaciones y registros realizados durante un viaje alrededor del mundo años atrás, pero que había madurado a lo largo de décadas consciente de sus implicaciones que fueron, en efecto, incendiarias. En esta ocasión intentaré sondear brevemente algunos aspectos de la deslumbrante doctrina de Darwin relevantes al problema mente-cuerpo.
Trece años después de El origen de las especies, Darwin intentó mostrar en su “otro clásico” La expresión de las emociones en el hombre y los animales, que las formas como se manifiestan y comunican las emociones entre los seres humanos, los primates superiores y otros animales es lo suficientemente análoga como para sostener su origen evolutivo. Argumentó así que las emociones humanas tienen un fundamento biológico y son producto de adaptaciones en los ancestros de la especie. La idea implica que ciertas emociones y sus expresiones faciales están en algún grado genéticamente programadas, se encuentran alambradas o inscritas en el cerebro y se desencadenan por estímulos específicos del medio.
Darwin propuso cuatro tipos de evidencia para fundamentar su teoría. La primera fue la similitud en la gesticulación facial en diversas razas y culturas humanas, lo cual descarta que estas expresiones sean culturalmente determinadas y aprendidas. La segunda correspondía a pacientes psiquiátricos, cuyas señas emocionales fueron tomadas como un fragmento o alteración de la expresión normal. Una tercera evidencia fueron las expresiones de emociones en bebés e infantes antes de la adquisición del habla. La cuarta evidencia se refirió a la observación de las muecas faciales de otras especies animales, desde primates del zoológico de Londres, hasta sus propios perros.
Con estas cuatro evidencias Darwin sugirió que hay continuidad en la expresión de las emociones a través de diversas culturas, diferentes edades y diversas especies. Al igual que las estructuras anatómicas y procesos fisiológicos, las expresiones emocionales del ser humano son productos de la evolución. Darwin no estimó si las emociones en los animales tendrían o no una característica de sentimiento consciente similar a los seres humanos, pero planteó que estas y otras actividades mentales tienen una evolución natural que se puede inferir mediante la observación del comportamiento en diversas especies, en particular las más cercanas a la humana.
Una de las prestaciones más significativas de la teoría darwiniana a la investigación de la mente en relación con el cuerpo es precisamente esta última: la conducta visible y ponderable es un índice objetivo que conecta estas dos esferas. Esto implica que los gestos que expresan emociones no sólo constituyen actos visibles que permiten estudiarlas objetivamente, sino que la expresión es parte constituyente de la emoción. Estos tres ángulos, la función cerebral que se correlaciona con la emoción, la experiencia subjetiva de sentir alguna emoción y la expresión motora mediante ciertos actos o actitudes del cuerpo, en especial los gestos faciales, son tres aspectos de un evento complejo que las integra. Otra contribución de la teoría se refiere a que, cuando se trata de teorizar sobre la evolución de alguna de las características humanas, incluidas las actividades mentales, es útil y aún necesario comparar las conductas relevantes con las especies próximas, en particular con los simios y otros antropoides, pero que es posible y provechoso analizar las especies más primitivas y distantes.
En este último sentido, vale la pena mencionar el último trabajo científico realizado por el anciano Darwin en el jardín de su casa mediante observaciones del comportamiento de las lombrices y que intituló: “La formación del humus vegetal a través de la acción de los gusanos, con observaciones de sus hábitos” publicado en 1881. Al observar y registrar cuidadosamente el comportamiento de las lombrices en referencia a la construcción de moldes de humus, asume que existe un grado de inteligencia, subjetividad y deliberación en la lombriz de tierra porque no fabrica moldes siempre iguales, sino de acuerdo a circunstancias de su medio. Esto incide en una pregunta central para el problema mente-cuerpo: el que se refiere al origen remoto de la mente y de la conciencia en los seres vivos. ¿En qué momento de la evolución biológica se puede considerar que ocurren actividades mentales y cuáles son los indicadores corporales o de conducta que permiten inferirlas?
Hay beneficios en aplicar el pensamiento evolucionista para abordar esta pregunta y comprender mejor la mente y su relación con la conducta y el cuerpo. La primera es la de utilizar y mantener una visión histórica o diacrónica del desarrollo de la vida y explicar tentativamente el surgimiento de novedades como la mente humana y sus capacidades específicas, en particular las conscientes. Además, la selección a lo largo de una genealogía biológica que, en respuesta a circunstancias del medio, favoreció el desarrollo adaptativo de funciones cognitivas, afectivas, conativas o valorativas no sólo es una inferencia razonable e intelectualmente retadora, sino que lleva a inquirir y ponderar cómo, cuándo y dónde ocurrieron.
La teoría de Darwin es muy reveladora de ese tercer nivel y perspectiva del problema mente-cuerpo que hemos planteado, además del sub-personal de la relación entre la actividad cerebral con la actividad consciente, y de la relación entre las actividades mentales y las diversas funciones corporales del organismo o el individuo íntegro y viviente, pues pone en el foco de la incógnita la relación del individuo con su medio ambiente de orden social, físico o ecológico. La conducta y los sistemas sensorio-motrices del organismo juegan un papel central y a partir de Darwin no es posible explicar o comprender la mente sin considerar y abordar la relación dinámica del individuo con su entorno. El panorama del problema mente-cuerpo se abre a las influencias y restricciones que impone el medio ambiente, subraya la importancia de la adaptación al entorno, asume el comportamiento como motor de la evolución y coloca al ser humano como una más entre las especies vivientes y sintientes del planeta.
Darwin demostró que las especies biológicas no son inmutables, sino que evolucionan mediante un mecanismo que se puede identificar como descendencia modificada, el hecho de que los hijos difieran de los padres y que esto les provea de ventajas o desventajas para sobrevivir. El que suceda esto por un mecanismo evolutivo mecánico llamado por él “selección natural”, instaura una pregunta álgida y esencial al problema mente-cuerpo: ¿cómo es que un mecanismo biológico da origen a la conciencia humana? Esta pregunta puede formularse en términos del origen de la conciencia en la evolución biológica y también en lo que se refiere a los mecanismos fisiológicos cerebrales de los que surge la conciencia o con los que se correlaciona.
Es así que el problema mente-cuerpo adquiere nuevas incógnitas difíciles de afrontar y resolver, las cuales han tenido su propio desarrollo en la historia de las ciencias.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
Interesante la pregunta.y mas es el saber el tipo de respuesta que se de. ¿Como es que se da ese proceso mediante el cual el entorno se mete a la piel, al cerebro humano?
Excelente pregunta. EL entorno es incorporado al individuo mediante sus sistemas sensoriales en coordinación con el comportamiento. Así, ciertos datos de la percepción pueden ser retenidos en la memoria y constituir representaciones del mundo que el sujeto utiliza para actuar sobre el entorno. Algunos investigadores actuales consideran que este flujo de información entre el sujeto y su medio es definitivo para la mente, la cual ya no consideran limitada al cerebro o al cuerpo, sino que se encuentra embebida en el entorno.