En materia económica y de sus problemas, normalmente los mexicanos olvidamos el adagio de que natura non facit saltus. Es decir, de que la naturaleza no procede a saltos. Hecho por el que, por una parte, los ciudadanos asumimos que los asuntos económicos y sus tribulaciones son relativamente fáciles de resolver. Y, por la otra, que los gobernantes de manera simple y absurda nos ofrecen soluciones casi mágicas para los sinsabores económicos y sociales que afectan a la mayoría de los mexicanos.
Pero como bien lo ha dicho un economista, la economía no es un avión que se le lleva a donde se antoje. Un avión al que se le puede cambiar de dirección y destino de manera abrupta y hasta caprichosa. El devenir económico no es un capítulo de televisión que dura treinta minutos, ni una histórica siempre con resultados justicieros y color de rosa. Es un continnum sin estaciones programadas y carentes de paradas inesperadas.
La economía implica procesos que lleva tiempo modificarlos, como también impone tiempo lograr los resultados deseados. En la economía nada se da en automático. Lo que hoy se experimenta es resultado de lo que decidimos e hicimos en el pasado mediato. En cierta forma, en la economía hay una suerte de una dependencia de camino (path dependency), que es producto de las decisiones inicialmente tomadas y la forma en que las instrumentamos. Dependencia que también define en mucho lo que podemos hacer en el presente y en el futuro inmediato.
Aun cuando tal dependencia es resultado de lo asumido en el pasado, muchas veces los gobernantes atribuyen lo mal de su desempeño y de sus resultados a lo decidido y realizado en el pasado remoto. Hecho que parece ser la constante del caso mexicano. Baste tener presente que buena parte de nuestros males actuales se les siguen asignado a gobernantes de hace cuarenta o treinta años.
El peor escenario que hemos vivido es el que los gobernantes actuales culpan de los males económicos presentes a las equivocadas decisiones que ellos mismos tomaron en el pasado, pretendiendo fingidamente ignorar culpa o responsabilidad directa alguna. Pareciera, así, que el criminal regresa de nuevo a la escena del crimen para buscar al desconocido culpable. Los altos pasivos públicos, el gasto gubernamental excesivo, la conducta impune de los gobernadores, entre otros más, no han sido hechos espontáneos; fueron forjados y reforzados desde el inicio del siglo.
Todo proceso económico lleva tiempo, y simple y llanamente no se da por generación espontánea. Tienen una causa y una razón; un andamiaje social y político en el que los gobernantes y los ciudadanos interactúan, activa o pasivamente, dando resultados específicos, algunas veces no esperados o deseados.
Una hectárea sembrada de maíz tarda casi el tiempo de gestación y nacimiento de un bebé, y es producto de una decisión económica. Una decisión de inversión industrial lleva a veces años tomarla, además de los que implica ponerla en operación. Por lo que crear un puesto de trabajo industrial no es tarea fácil y tiene un costo muy elevado, aunque sigamos pensando que ello es tarea posible y factible en lo inmediato.
Ahora se entiende que hemos perdido y desperdiciado social y económicamente al menos tres sexenios y medio, con baja producción y escaso empleo, tiempo en que el país estuvo esperando resultados imposibles de lograr. Hoy es claro que las decisiones del pasado y la persistencia de sus acciones llevaron a la nación a un estancamiento secular; previsible desde el inicio de la segunda mitad de la década de los noventa. Desventura que unos años después se acallaría con los ingresos extraordinarios del petróleo y una deuda pública creciente; recursos que vorazmente fueron dilapidados.
Tenemos ahora que enfrentar la amenaza de la inflación con estancamiento. Bien la hemos fraguado esperando que la haga más rentable el mercado energético, sin entender que los aumentos de los precios son procesos acumulados y a veces inerciales. ¿Qué será más grave y doloroso por los resultados económicos obtenidos: la ignorancia o la necedad?