Una de las premisas más audaces de la frenología de Gall, presentada a principios del siglo XIX, fue que hay múltiples facultades mentales y que cada una de ellas se localiza en una región específica del cerebro. Sin embargo, la justificación de la frenología, tanto la usada en la definición de las facultades mentales, como el método empleado para inferir su localización, no eran sistemáticas ni objetivas y no se pudieron confirmar. Pero esto no significó el colapso de la valiosa idea de una posible localización cerebral, pues la primera evidencia empírica y objetiva surgió en 1861, cuando Pierre Paul Broca (1824-1880), médico, neuroanatomista y antropólogo físico francés, acudió a un congreso de la Sociedad Antropológica de París para mostrar el cerebro de un enfermo que había muerto habiendo padecido afasia, o sea incapacidad para hablar. El paciente era conocido en el asilo parisino de Bicêtre como Tan, porque ésta era la única sílaba que podía pronunciar, en tanto que su cerebro, conservado hasta hoy en el Museo de París, presentaba una lesión patente y circunscrita al pie de la tercera circunvolución frontal del hemisferio izquierdo. Esta región es llamada hasta hoy zona de Broca y se ha demostrado que, en efecto, es crucial para hablar y articular el lenguaje, incluso el de signos de los sordomudos.
Este trascedental hallazgo no sólo parecía implicar que una facultad mental superior, como es el habla, se localiza o bien depende crucialmente de la integridad de un sitio o módulo particular del cerebro, sino que plantea una de las nociones más básicas y discutidas de la relación mente-cuerpo: la especialización regional del cerebro, es decir, el órgano responsable de las actividades mentales dispuesto como un mapa de zonas funcionalmente distintas. Esta doctrina ha resultado una investigación sustancial y fértil, tanto en lo que se refiere a los modelos de la mente, como las condiciones para considerar válida la localización de las facultades mentales en el cerebro y establecer su unidad fundamental, concebida más tarde como módulo cerebral. Además de abordar la cuestión cada vez más resuleta de dónde en el cerebro se ubica o fundamenta alguna de las operaciones mentales bien caracterizadas por la psicología, la tesis localizacionista promueve la pregunta clave y más peliaguda de cómo es que esa zona da origen o se correlaciona con una actividad mental particular.
La existencia de módulos del lenguaje se reafirmó unos años después del informe de Broca, con el descubrimiento llevado a cabo por el neuropsiquiatra alemán Carl Wernike de una zona crucial para la comprensión del lenguaje. La evidencia provino de autopsias de pacientes con incapacidad para entender el lenguaje y que presentaban lesiones de esta zona situada en la parte posterior y superior del lóbulo temporal izquierdo. Más tarde se comprobó que las dos áreas, la de Broca involucrada en el habla y la de Wernike, implicada en la comprensión del lenguaje, están unidas por un grueso haz de fibras nerviosas en forma de arco, llamado fascículo arqueado o arcuato. En comparación con otros primates, los humanos tienen un fascículo arcuato más voluminoso, lo que sugiere que ha tenido un papel importante en la evolución reciente del lenguaje.
La localización cerebral del lenguaje ha sido uno de los conceptos más establecidos de la disciplina conocida como neuropsicología y que se fundamentó en el análisis cuidadoso de los signos y síntomas mentales producidos por lesiones de partes del cerebro. Estos daños pueden ser de origen vascular, como infartos o derrames, de causa tumoral, como los cánceres que afectan sectores del tejido nervioso, pueden ser secuelas de traumatismos del cráneo que lastiman partes específicas del cerebro o la presencia en zonas circunscritas de ciertos parásitos, como los cisticercos. Al ser reiteradamente comprobado un déficit en alguna facultad mental como consecuencia de una lesión bien demostrada de alguna parte definida del cerebro, se concluía que esa región es la sede, el asiento o el módulo responsable de esa función mental particular. Esta correlación su utilizó ampliamente en la neurología y es así que por muchas décadas se ha diagnosticado la afasia de Broca cuando el paciente no logra articular el lenguaje pero lo comprende, o afasia de Wernike cuando, a la inversa, habla pero no entiende lo que se le dice.
La localización cerebral se fortaleció con la neurofisiología, la forma de investigación del cerebro funcional que fue madurando a partir de los trabajos iniciales de Du Bois-Reymond y de Helmholtz. La neurofisiología empleó dos tipos de procedimientos para analizar la localización cerebral: la lesión y la estimlación de partes del cerebro. La lesión surgió inicialmente para poner a prueba la frenología de Gall, con la idea de que al vulnerar o remover alguna de las regiones supuestamente implicada en una función mental, ésta se vería alterada o abatida. Desde luego que esta aproximación no se podía realizar en humanos pero sí en animales, pues durante muchas décadas no hubo regulación ética que limitara. Posteriormente, la posibilidad de estimular eléctricamente partes específicas del cerbero de animales experimentales y observar sus reacciones de conducta permitió inferir las funciones de esas regiones.
Hasta hace relativamente poco tiempo se afirmaba que las funciones del lenguaje se localizan en el hemisferio izquierdo del cerebro y requieren la actividad conjunta y coordinada de las tres estructuras mencionadas: la zona de Broca, la de Wernike y su conexión mutua por el fascículo arcuato. Esta lateralidad se comprobó en las personas diestras, porque en las zurdas estas funciones de comunicación simbólica se encontraban o dependían del hemisferio derecho. Esta asociación entre la habilidad predominante de una mano para operaciones motoras finas, como es la escritura, con la capacidad para entender y pronunciar el lenguaje, revelaba un hecho de enorme interés en referencia al origen del lenguaje y la evolución de los homínidos al conectar el uso primitivo de herramientas con el surgimiento de la comunicación simbólica mediante la palabra.
La investigación más reciente sobre la localización de las diversas funciones del lenguaje, ha puesto en evidencia que esta capacidad compleja requiere de la conjunción de otras áreas cerebrales, además de las descubiertas por Broca y Wernike. El advenimiento de técnicas de imágenes cerebrales que permiten visualizar en humanos conscientes las zonas de su cerebro que se activan durante la ejecución de tareas cognitivas específicas, ha proporcionado información esencial para evaluar las hipótesis de localización cerebral. De esta manera se conoce que la lateralización izquierda es manifiesta para la gramática y el vocabulario, pero el mapa del cerebro lingüístico es más bilateral, pues las facultades pragmáticas, connotativas y afectivas del lenguaje, como son la prosodia, la acentuación y la connotación, involucran actividad de partes del hemisferio derecho. Por su parte, la lectoescritura requiere de la participación de múltiples zonas sensoriales, motoras, afectivas y volitivas de los dos hemisferios del cerebro. Como se puede colegir por este ejemplo sobre el lenguaje, la idea de la localización de las facultades mentales en el cerebro ha resultado mucho más complicada que la propuesta por neuropsicología original de una zona = una función pues las funciones mentales superiores requieren un engarce conjunto entre diferentes módulos.
En futuros capítulos abordaremos el fascinante desarrollo de la ubicación espacial de las funciones mentales inaugurado por Broca hace 150 años.
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