Nos guste o no –en mi caso es no- visitar tiendas y hacer compras es casi casi una ley navideña. Este año pude observar, con especial atención, el frenesí de un sinnúmero de señoras que hacían compras navideñas en un enorme centro comercial, ese delirio, que si bien no es Navideño aunque se produce en esas fechas, nos está haciendo perder el sentido de la Navidad.
La Navidad es la fiesta más importante de la humanidad en ella conmemoramos el acontecimiento más sorprendente que consta en la historia del hombre sobre la tierra, el Nacimiento del hijo de Dios. Más de dos mil y ochocientos millones de hombres sobre el planeta, es decir casi cuatro de cada diez, creen en Cristo, del que la Navidad es momento importante.
Es sin duda la época más mágica y mítica de la historia y no sin razón, no es poca cosa que un Dios, el Dios de Dioses, se haga hombre, no al modo de una serie mágica de hollywood, sino de un modo real y permanente, según consta en documentos históricos.
A ese milagro monumental hemos sumado tradiciones sinnúmero que revivimos cada año en estas fechas, entre los que se encuentran la Cena de Navidad, el Nacimiento, la Corona de Adviento de la que Peña Nieto fue testigo, los Villancicos, las pequeñas villas navideñas como las que pone mi suegra cada año, las posadas, los aguinaldos a veces escasos, los buñuelos, los foquitos navideños de los que abusa en ocasiones el ejército y los alumbrados de las calles muy nutridos en la época de Corona del Rosal.
La primera magia Navidad, es sin duda, como solía decir Martín Descalzo, la Alegría. Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene. Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.
Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura, amigas de mi mujer, que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas. Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.
¡Alegría, alegría para todos!
Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.
Además de la Alegría se dan otras magias en la Navidad, la de escuchar cascabeles que otros no escuchan, la de reunir a quienes normalmente no se reúnen, la magia de perdonar, la magia de dar, la magia de sonreír y la magia del costal de Santa Claus en el que caben todos los regalos de todos los niños de todos los pueblos del todo el mundo.
Pero lo más mágico de la navidad es cómo ese costal mágico puede ser también el corazón de cada hombre en el que pueden caber todos y en el que se puede resolver todo; desde el perdón hasta la paciencia, desde la fe en que Dios ayudará siempre hasta el esfuerzo en el cumplimiento del deber diario.
La razón de todas esas magias que se suceden en la navidad es, que como explicó recientemente Benedicto XVI, “La Navidad es el momento en el que el Cielo y la Tierra se unen y las expresiones de alegría que sentimos durante estos días subrayan la grandeza de lo que ha ocurrido…, la venida de Cristo a la tierra rasga las tinieblas del mundo, llena la noche santa de un resplandor celeste y difunde sobre el rostro de los hombres el esplendor de Dios Padre”.