El Barroco del s. XVII en Europa es una época crucial para el problema mente-cuerpo. Pronto revisaremos las tesis racionalistas al respecto de Descartes, Leibnitz y Spinoza que han sido objeto de incesantes análisis desde entonces hasta hoy. Pero antes es preciso decir que el arte y la ciencia del periodo supusieron una reflexión sobre el objeto y el observador que ha sido capital para comprender mejor a la mente humana. El problema que nos atañe adquiere literalmente mente y cuerpo en el sentido que se exploran actividades mentales como la percepción, la emoción, el razonamiento, la memoria o la voluntad, al tiempo que Descartes y otros intentan descifrar cómo se relacionan con la máquina corporal tan bellamente descrita e ilustrada desde Vesalio. Además, al proliferar emblemas, alegorías y símbolos se consolida la representación de ideas elevadas y abstractas.
Para el filósofo Giles Deleuze el estilo sensual, dinámico, artificioso y exuberante del barroco se simboliza en la figura del pliegue, la voluta que se vuelve sobre sí misma y ocurre de manera constante en las obras del periodo no sólo de manera explícita, sino como trasfondo simbólico. El célebre precepto “pienso luego existo” (1636) de Descartes es una reflexión del yo sobre sí mismo, como también lo es la propuesta de Hobbes de que una idea es una representación de algo en la mente (1651). La fuga barroca es una voluta en contrapunto que se repite empalmándose con la melodía previa, como un reflejo y una reflexión. La música adquiere la misión de producir emociones de tal manera que ocurre una relación música-mente que apenas en la actualidad se empieza a comprender. La plástica también se centra en el momento de máxima expresión dramática subrayada desde Caravaggio en el claroscuro. En la conocida escultura de Bernini el éxtasis de Santa Teresa (1652), los turbulentos pliegues del hábito de la mística de Ávila representan su agitado trance religioso, mientras su corazón es traspasado una y otra vez por la flecha de un querubín que semeja Eros.
El Barroco deliberadamente recrea un punto de vista que se revela en la pintura, pues la perspectiva y la profundidad ya no colocan al espectador como si estuviera ante un cuadro, sino ante la escena que representa. En Las Meninas de 1656 el genial sevillano Diego Velázquez se pinta a sí mismo pintando el cuadro que vemos, con la peculiaridad que el espectador toma el lugar de los reyes que posan para el cuadro. Michel Foucault señala que el tema de Las Meninas no es solamente lo que se ve en el lienzo, sino la pregunta de cómo se construyó la pintura. El observador duda de si el pintor está ante un enorme espejo y se pinta a sí mismo, a la princesa Margarita y a las meninas de la corte en su reflejo, o bien si pinta a los reyes que se descubren en un pequeño espejo detrás del él. El espectador atento pronto cae en cuenta que él mismo es el centro de gravedad de la pintura, pues se ve aludido por el pintor que le mira como si lo estuviera pintando y por las actitudes de los otros personajes. El gran lienzo parece implicar y representar el punto de vista del espectador, con lo cual surge la conciencia como parte de la obra, quizás como un reflejo de la maduración del cogito cartesiano y la autoconciencia humana. No es casual que se consolide en paralelo la alegoría teatral como una representación o puesta en escena de la vida, como la presenta el auto sacramental “El gran teatro del mundo” (1655) de Pedro Calderón de la Barca.
A principios del siglo XVII el filósofo y político inglés Francis Bacon (1561–1626) introdujo como requisitos del conocimiento fiable un empirismo naturalista y un método lógico. En su Novum organum scientiarum (1620) Bacon se propuso implantar una forma de conocimiento basado en la experiencia y el razonamiento mediante la recopilación más amplia posible de casos del fenómeno investigado y la síntesis de las características o propiedades comunes a todos ellos. Este proceso es inductivo pues va desde proposiciones particulares a enunciados más generales. De esta manera nace el impulso de instaurar un método de conocimiento confiable para llegar a verdades más certeras y que posteriormente se fue enriqueciendo para conformar el llamado método científico. Veremos pronto cómo Descartes y Spinoza enriquecieron sus reglas y plantearon de qué manera se podría aplicar para estudiar los procesos mentales dando cuenta cabal de otro pliegue: el método es un conjunto de reglas mentales.
Los nuevos métodos del conocimiento enfatizaron no sólo la experiencia empírica sino la descripción matemática de la realidad o, mejor dicho, de las leyes que la condicionan. El modelo matemático surge entonces como representación de la realidad, facilitado por la incorporación de la numeración y el álgebra arábigas. Ocurre la conocida coincidencia a finales del XVII del descubrimiento y desarrollo del cálculo independientemente por Newton en Inglaterra y en Alemania por Leibnitz, una convergencia del proceso de representación matemática en dos mentes geniales. La fusión entre la ciencia y la técnica produce instrumentos ópticos como el telescopio y el microscopio. Asomado al primero en 1610, Galileo descubre manchas en el sol, lunas en Júpiter, montes y valles en la luna, en tanto que, a través del microscopio, Van Leeuwenhoeck descubre hacia 1675 un universo de animalículos que hoy llamamos espermatozoides y bacterias.
Por su parte, otro filósofo inglés, Thomas Hobbes (1588–1679) en unos fragmentos de su Leviatán (1651) se adelanta a las ciencias cognitivas del siglo XX con dos propuestas relevantes al problema mente-cuerpo. La primera es la definición de la idea como una representación de un objeto en la mente y la segunda la noción materialista que ofrece en De corpore, donde insinúa de manera sorpresiva que el razonamiento es sencillamente “computación.” Ligamos esta palabra con la computadora y sus operaciones, pero en aquel tiempo aún lejano de los ordenadores digitales significaba sencillamente una operación matemática. Traduzco el siguiente párrafo de Hobbes: “Por razonamiento entiendo computación. Y computar es colectar la suma de muchas cosas agregadas al mismo tiempo, o conocer el remanente cuando una cosa se ha sustraído de otra. Por lo tanto, razonar es lo mismo que sumar y restar.”
Esta noción es un anticipo del llamado “modelo computacional de la mente” muy propio y característico de la primera hornada de científicos cognitivos en la década de los 1960s. La hipótesis central de las ciencias cognitivas era precisamente la de conceptuar a la mente y sus operaciones como un conjunto de representaciones sobre las que actúan procedimientos computacionales. La noción de Hobbes implica la posibilidad de crear una máquina que pueda considerarse pensante, es decir, se adelanta a la idea de la inteligencia artificial, el aspecto más fértil y provocador de la ciencia cognitiva clásica. Surge con Hobbes la sospecha de que es posible modelar artificialmente, es decir, mecánicamente algunas operaciones mentales superiores como el razonamiento. Hay en esta presunción un fuerte hálito materialista en el sentido de considerar al pensamiento y al razonamiento como operaciones matemáticas que pueden ser imitadas en una máquina.
Pero el Barroco cultivó otros aspectos relevantes al problema mente-cuerpo, como los simbólicos y metafóricos que veremos en la siguiente columna en referencia al corazón.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).