¿Qué cualidades de la mente o del espíritu determinan quién triunfará en la vida? ¿Por qué algunas personas parecen haber nacido con estrella y otras “estrelladas”?
Hace más de un siglo los científicos han prácticamente idolatrado el cerebro humano y los poderes de la mente, y han dejado los embrollos del corazón a los poetas. Sin embargo, sus diversas teorías cognoscitivas no habían dado respuesta los siguientes enigmas: ¿Por qué el chico más brillante del salón no resulta ser el más exitoso o el más afluente? ¿Por qué unas personas se mantienen optimistas aún en las peores catástrofes mientras otras sucumben ante cualquier dificultad? ¿Por qué nos caen bien ciertas personas al instante, mientras que por otras sentimos aversión o desconfianza?
Los científicos han podido predecir el futuro de una persona con sólo observar a infantes de cuatro años interactuar con un malvavisco, sí, un bombón. Descubrieron que, al invitar a cada niño a pasar a una habitación completamente vacía, debía permanecer en solitario con la consigna: “Puedes comer ese bombón ahora mismo, pero si lo guardas hasta que yo regrese, podrás comer dos bombones en vez de uno”.
Algunos niños comieron el bombón tan pronto como salía el investigador de la habitación. Otros decidieron esperar para comer dos. Unos cuantos se cubrían los ojos para no verlo, mientras que otros agachaban la cabeza, o cantaban para distraerse, brincaban y jugaban en la soledad de la habitación, inclusive algunos durmieron en el piso. Cuando el investigador regresó, les daba el segundo bombón de premio a los que habían logrado abstenerse de comer el bombón. Después los científicos esperaron con paciencia algunos años.
Los estudios realizados utilizando La Teoría del Bombón formulada por Walter Mischel hace tres décadas arrojaron resultados interesantes aún para nuestra era presente. Los niños –hombres jóvenes en la actualidad‒ que decidieron esperar para recibir el segundo bombón tienen una mayor fortaleza de carácter, son mejor adaptados al ambiente, más populares, arriesgados, seguros de sí y confiables. Los niños que sucumbieron a la tentación, hoy muestran una tendencia a la soledad, se frustran con facilidad, son obstinados, se doblan fácilmente ante el estrés y evaden los retos.
Los datos obtenidos muestran que las emociones, no el Cociente Intelectual, pueden ser una mejor medida para clasificar la inteligencia humana. Cuando pensamos en una persona brillante nos imaginamos a un Einstein distraído, de mirada profunda. Suponemos que los grandes personajes desde su nacimiento ya vienen equipados para ser extraordinarios. Sin embargo, las investigaciones revelan que la inteligencia innata parece desarrollarse en algunas personas, mientras que en otras se apaga. Los estudios basados en la Teoría del Bombón indican que la habilidad para diferir la gratificación es la llave maestra del éxito: indica el triunfo del cerebro que razona, sobre el cerebro que se deja llevar por los impulsos. A la capacidad de autocontrol se la llama Inteligencia Emocional.
Daniel Goleman, doctor en psicología graduado de Harvard, autor del libro Inteligencia Emocional, recopiló investigaciones sobre el comportamiento humano durante más de diez años que redefinen lo que significa ser inteligente. Su tesis se basa en que para predecir el éxito de una persona generalmente se utilizan pruebas que miden su cociente intelectual, pero éstas no detectan las cualidades de la mente, consideradas como ‘el carácter’, el cómo responde la persona a los estímulos y las emociones: enojo, ansiedad, estrés, temor. Dentro de las complicadas relaciones personales, comerciales y políticas, ser amable y eficiente es más importante que ser sabio. Entender esto es el principio de la sabiduría.
En el análisis de Goleman, el conocerse a sí mismo es la habilidad más importante porque permite ejercer autocontrol. No significa reprimir las emociones, sino, como afirmaba Aristóteles: “efectuar el duro trabajo de la voluntad”. Cualquier persona puede enojarse, eso es fácil, pero enojarse con la persona adecuada, en un grado adecuado, a una hora adecuada, por un motivo adecuado, en la forma adecuada… eso no es fácil.
Disciplinar las emociones es el reto de nuestros días. El autocontrol requiere un arduo entrenamiento. Urge ejercitar a niños y adolescentes en el dominio personal.
¡Ojalá los adultos no hayamos comido todos los bombones!
El término inteligencia Emocional, está muy pasado de moda. No entiendo cómo se le sigue danto tantas vueltas y tanta importancia. Toda la vida se ha llamado Sentido Común, pero claro…¡eso no vende!