La declaración emanada de la reunión que el G-20 sostuvo en Buenos Aires la semana pasada, en apoyo a los derechos de Propiedad Intelectual como motor de la innovación y la economía, merece una lectura más allá de la simple recordación de los postulados que la han llevado a ubicarse como una de las prioridades en materia de política pública para casi todos los países del grupo y como la herramienta de competencia más utilizada por las corporaciones a nivel mundial. Es, sin lugar a dudas, un llamado que podría presagiar la llegada de “malos tiempos” en la concepción, regulación y observancia de este tipo de derechos.
Para comprender los nubarrones que asedian a los derechos de autor, de patentes y de marcas, hay que regresar el reloj 25 años hasta señalar un momento cumbre en la promoción de este tipo de ordenamientos de alcance internacional, que tuvieron su reflejo posterior en legislaciones domésticas que los honraron. En aquél momento, único en la historia de esta materia, los astros se alinearon para que, al amparo de los acuerdos de la OMC (Organización Mundial de Comercio), la Propiedad Intelectual alcanzara su mayor reconocimiento histórico con un tratado mundial ‒el llamado ADPIC, Acuerdos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio– orientado a regular los “aspectos de PI vinculados al comercio”.
Casi el total de países de economías emergentes ‒México entre ellos‒, realizaron esfuerzos de modernización de sus leyes internas, interpretando que adoptar estándares altos de protección de derechos exclusivos de este tipo era una forma de atraer inversión extranjera, y una suerte de boleto de entrada a los circuitos liberalizados del comercio mundial. En este punto es claro que el binomio “Propiedad Intelectual-neo capitalismo liberal”, representaba de manera aspiracional la imagen de una economía abierta, moderna y competitiva. Hasta China, tradicionalmente orientada al plagio y la piratería, modificó sustancialmente sus estructuras para generar innovación patentable, además de crear y adquirir marcas internacionales, cambiar leyes y desechar viejos hábitos para recibir estos nuevos modelos.
Al amparo de la implantación ideológica de los beneficios de la Propiedad Intelectual, modelos de negocio de intercambio y explotación de tecnología y marcas como las licencias y las franquicias, alcanzaron las mejores cifras en esas décadas, hasta llevar la utilización de los “sistemas de regalías” a niveles incontrolables y abusivos. De los eventos de revelación de información conocidos como “Panama Papers” y “Paradise Papers”, se obtuvo la conclusión de que, al menos en el 75% de los casos, este tipo de esquemas fueron sobre explotados para justificar salida de capitales hacia paraísos fiscales.
En el camino, diversos escenarios han ido desgastando el prestigio de la PI. Probablemente el más resonante sean los serios cuestionamientos formulados al sistema de patentes, especialmente en el ámbito farmacéutico, derivado de la confrontación de los valores que reivindica la recompensa a la invención frente a los principios humanitarios que la restricción en el acceso a medicamentos comporta. La amplia discusión sobre las iniciativas de Brasil, India y Sudáfrica para cancelar en sus países las patentes de VIH y cáncer ha sido, sin duda, el mayor punto de ruptura del que se tenga memoria.
De ahí, el escenario ha mutado ahora hacia la antes indiscutida e inalterable legislación en materia de derechos de autor. La gran reflexión pasa por el tema de las acciones restrictivas dictadas en contra de sitios que trafican ilegalmente con películas, música, videojuegos, software o textos, que en ciertas jurisdicciones han sido detenidos con órdenes fulminantes de jueces desde el inicio del procedimiento, y que muchos activistas de internet miran como una intrusión en la red que coarta la libertad de expresión.
El fenómeno Internet, en su filamento constructivista de escaños de colaboración multitudinaria, ha incentivado que la imaginería colectiva perciba los derechos individualistas en ese entorno como muros divisorios que encadenan y socaban la idea de la aldea global colaborativa. Linux, Creative Commons, Copyleft y Access to Knowledge parecen ser, sin dejo de duda, las banderas que de manera simultánea dan sentido teórico y práctico a las nuevas posiciones, tecnológicamente libertadoras.
Es creciente y tangible que, un cada vez mayor número de consumidores y usuario de redes, organizados o no, perciben al derecho de autor como un ente ajeno y legaloide que impide el acceso a las obras y a los contenidos. Ésta es la visión que ha llevado a las posiciones apocalípticas que miran a la Propiedad Intelectual como el sistema más sofisticado para la apropiación del futuro en las manos de unos cuantos.
Más allá de las estridencias abolicionistas, cada vez queda más claro que el esquema de los derechos de autor y las patentes, sometidos ahora a estas tensiones sociales, deberán rediseñar sus estructuras internas, pero manteniendo el ADN de exclusividades que define su génesis y destino. Que sigan cumpliendo su función como premios e incentivos a la creatividad es esencial en las sociedades de nuestro tiempo.