La elección presidencial estadounidense transcurrió en un entorno que viene descomponiéndose desde hace algunas décadas, pero nunca como durante los últimos cuatro años: polarización política, desigualdades intolerables, racismo exacerbado, clases medias empobrecidas, mujeres ofendidas, migrantes vejados, desprestigio de la democracia y sus instituciones; a esos factores se sumó el mal manejo de la pandemia, con sus miles de decesos que podían haberse evitado.
En este ambiente, la elección presidencial fue también un referéndum social a la majadería estúpida de Trump, y para colmo, no le fue mal, puesto que obtuvo 4 millones de votos más que en 2016; también estuvieron a juicio los medios de comunicación, a los que 70 millones de votantes no les creyeron o no les importó su permanente denuncia de las grotescas mentiras con que ha gobernado el presidente.
La larga espera para conocer el conteo final de tres estados, cuando en la India, por ejemplo, cuentan 600 millones de votos en un día, le da una mala calificación al proceso electoral y lo peor, es que da lugar a un peligroso vacío, que los republicanos pudieran verse tentados a llenar legalmente, forzando a que sea el Congreso el que designe al ganador.
¿Qué pasaría, se ha preguntado más de un columnista, si ante la tardanza oficial, Fox News decidiera dar a Trump como ganador? La presentación de evidencias ya no es requisito.
De cualquier manera, Trump ya logró, según encuestas, que 70% de sus seguidores, unos 50 millones de electores, estén convencidos de que hubo fraude electoral y negarán la legitimidad del resultado si éste termina favoreciendo, como aún es lo más probable, a Joe Biden.
Biden, por su parte, tiene un perfil tan bajo que algunos lo consideran más bien plano, porque fue senador seis ocasiones y pasó sin dejar huella. De hecho, es muy probable que el elemento aglutinante en torno a su candidatura, fuera el vehemente rechazo de poco más de la mitad del electorado a Trump.
Joe Biden no llega como el líder que llene su cargo; tendrá que convertirse para “curar a la sociedad”, uno de sus lemas, y formular lo que parece que intentará, que es un “Nuevo Trato” keynesiano, constructivo, para lo cual tendría que convencer a tirios y troyanos como lo hizo Franklin Delano Roosevelt hace 90 años.
Asumamos que finalmente se declara ganador a Biden. La agenda de López Obrador con su gobierno tendría nuevos temas; quizá con la idea de que no sea sólo Washington donde se diseñe, AMLO no aceptó la solicitud del equipo de Biden, presentada a nuestra Embajada, de que tuvieran un encuentro telefónico.
Esperemos que el gobierno de Joe Biden no reaccione ante tal demostración de autoridad de López Obrador como han reaccionado la derecha y los empresarios mexicanos. A éstos les convendría no alejarse de los entendimientos con el gobierno estadounidense.
Con seguridad el gobierno de Biden presionará por la aplicación estricta de normas ambientales en la planta industrial y por el desarrollo de fuentes renovables de energía; también insistirá, porque está en el T-MEC a solicitud del sindicalismo estadounidense, en extender los términos de las contrataciones laborales a más empresas dentro de nuestro territorio, para que los bajos salarios no sean un factor principal de competitividad.
AMLO no tendrá que ser tan condescendiente con Biden, pero los asuntos se tratarán menos superficialmente que con Trump. Los problemas fronterizos, la violencia y el narcotráfico seguirán siendo prioritarios para Washington, pero el gobierno tiene con qué negociar para hacer valer la perspectiva e intereses de México en esos y otros asuntos, como la vejación salvaje, inhumana de su actual política migratoria, sobre la que no puede seguir esgrimiendo que es un tema interno estadounidense.
Un asunto que puede hacer lucir una buena relación entre ambos gobiernos es la iniciativa de López Obrador de promover el desarrollo del triángulo del norte centroamericano, con la que Trump se comprometió, pero no hizo nada, y Biden ha manifestado empatía.
Si la institucionalidad estadounidense declara pronto ganador a Biden, y desarticula la estrategia republicana para aferrarse a la presidencia, habrá condiciones para esperar, ahora sí, un trato respetuoso del gobierno de Estados Unidos a México y a nuestra nacionalidad.
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Es una gran pena que Joe Biden siendo católico
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!! SEA ABORTISTA !!
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