Trump y el muro soñado    

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La determinación de la administración estadounidense, liderada por Donald Trump, se juega todas las cartas posibles en su afán -incluso obsesión- de construir su muro para contener a todo migrante indocumentado que atraviese su frontera sur, pues, según ha reiterado el dignatario, los migrantes son personas de dudosa procedencia y estilo de vida. El cierre parcial del gobierno federal que inició el pasado 22 de diciembre, que puso fin a un 25% de la financiación del gobierno en el ejercicio de las funciones ejecutivas federales, es una muestra más del enclaustramiento en el que se quiere ver el dignatario norteamericano, además, se inocula en las mentes de la ciudadanía el “virus” de la xenofobia. El mandatario se niega a firmar la ley de presupuestos que no incluya $5,700 millones de dólares para construir su colosal y “necesaria obra”.

En un principio, la determinación es, a todas luces, una estrategia dictatorial, entendible en países del mundo subdesarrollado copados por tiranos; pero el hecho de que la acción se desarrolle en Estados Unidos es, por sí mismo, un llamado a una reflexión profunda sobre las tácticas modernas que implementan en varios países del orbe líderes ultraconservadores, quienes, además de “sacrificar” la tranquilidad de sus ciudadanos, impulsan, paradójicamente, acciones desagradables tendientes a limitar derechos universales, como la migración, y en consecuencia los derechos humanos de aquellas personas que buscan mejores derroteros.

Bajo mi punto de vista, esta situación se vuelve más alarmante cuando, por ejemplo, a nivel latinoamericano, la reciente ascensión al poder del presidente brasileiro Jair Bolsonaro, en el inicio del año 2019, comienza a convertirse en una caja de resonancia del mandatario estadounidense, que busca “legitimar” a toda costa sus ejecutorias, aunque lo anterior solamente profundice la división de la sociedad a la que sirve. Lo que entiendo es que Donald Trump, “sirve” a una parte de la ciudadanía (aquella que simpatiza con sus iniciativas); todo lo demás es “enemigo del pueblo”, como ha calificado, por ejemplo, a la prensa que denuncia sus desbocadas acciones.

situación mundial
Donald J. Trump, presidente de EU (Foto: Reuters).

Por otra parte, creo que la entrada en escena, el pasado diciembre, de su contraparte “cercana”, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es una manifestación “clara”  de la necesidad de trabajar diariamente entre el “bien” y el “mal” o entre dos fuerzas antagónicas, históricamente opuestas en cuanto a su percepción de lo que es el “bien y el mal”. Indudablemente, los contrapesos son necesarios para evitar perderse en el laberinto “sin salida” de una visión unipolar de la realidad, la cual lleva invariablemente al caos e incluso a la violación sistemática de los derechos ciudadanos, por afirmar una voluntad única, generando estereotipos y afectando oposiciones.

Donald Trump, muy cuestionado como presidente, no sabe a quién quiere y a quién no en “su tierra prometida”. No es digno de confianza cuando entre sus mismos paisanos goza de impopularidad “divina”; a tal grado que en el “Midterm” (Cámara de Representantes -lo equivalente a los diputados mexicanos-) ha sido “relativamente” cuestionado.

Pienso que las ideologías que toman “vida” a través de las clases políticas, llamadas gobierno, obedecen en términos generales a principios capitalistas contemporáneos, que a su vez responden a situaciones coyunturales (que favorecen a ciertos grupos sociales, mientras que otros principios son removidos a la nada, en medio de “incertidumbres”).

Creo que ahora más que nunca el ejercicio de la ética -ya sea aprendida en la escuela, como aquella que es propia y autónoma, en un espacio progresivo y propio- debe motivar un debate continuo y vibrante sobre lo que es bueno y malo, en una sociedad contemporánea que busca más de las situaciones inmediatas, compensadoras de vida.

En definitiva, todo sistema gerencial, político, educativo, o de cualquier otra índole, para que cumpla con su razón de ser, pasa por el respeto al “otro” en su pluralidad y diversidad humana. De lo contrario, florecen fricciones y, particularmente, en la iniciativa de Trump, crea resentimientos y contribuye a incrementar los llamados “lobos solitarios”, que en la clandestinidad buscan dañar al país anglosajón.

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