Siento pena y vergüenza con las generaciones futuras, espero que sean mucho mejores que las actuales y las anteriores a la mía. No sé cómo nos van a ver, pero espero que en mi país algún día podamos desterrar la corrupción y con ello sus diversas variantes como la impunidad, la injusticia y la ilegalidad generalizada.
Me da vergüenza con mis hijos, pero es tanta mi vergüenza que la siento igual con los hijos de mis hijos y con los hijos de estos últimos. Creo sinceramente que si tuviéramos algo de conciencia, a los de mi generación nos debería dar vergüenza. Vergüenza de haber aceptado por años a políticos ineptos y corruptos, vergüenza de haber construido una sociedad en la que no es posible caminar con tranquilidad por sus calles, vergüenza de haber permitido el robo de millones y millones de pesos de las arcas públicas, vergüenza de no haber apoyado a la educación y a su hermana la investigación científica.
Somos una sociedad podrida, en la que no obstante, surgen de cuando en cuando, muestras de patriotismo y solidaridad, como en los terremotos del 19 de septiembre pasado, lo que me apena, es que al final del día todo regresa al estadio anterior.
Pronto olvidamos, por ejemplo, que los cientos de edificios caídos en la ciudad de México y en otras entidades de la república, no se cayeron por el terremoto, se cayeron por la corrupción, se cayeron porque un funcionario sin escrúpulos, autorizó esas construcciones, porque un arquitecto sin escrúpulos también, aceptó construir con insumos de mala calidad.
Estamos mal igualmente, cuando los profesores no quieren hacer su trabajo, cuando los estudiantes no quieren estudiar, cuando los padres toleramos los pequeños actos de corrupción de nuestros hijos, cuando amamos y abrazamos la mediocridad, y esto es así por una sencilla razón, porque nadie quiere hacer lo que debe de hacer. La corrupción no es un problema genético, es un problema de ética, de decisiones, somos sin duda, una sociedad pujante, que sin embargo, no sabe hacia dónde pujar.
Recuerdo la frase de campaña de López Portillo, “la solución somos todos”, la que rápidamente y según esto, gracias a nuestro muy particular sentido del humor, se transformó en “la corrupción somos todos”. Esto que parecía una broma del sentido del humor del mexicano, se convirtió en una profecía, en una triste realidad. Treinta o más años después de López Portillo, efectivamente pareciera que “la corrupción somos todos”.
Este año transparencia internacional ha señalado en su informe “Las personas y la corrupción: América Latina y el Caribe”, que México es el país más corrupto de Latinoamérica, el simple dato nos debería dar vergüenza, pero no, para la gran mayoría ha pasado inadvertido. Según este informe, 51% de los encuestados afirmaron haber dado un pago como soborno a algún funcionario público.
Así las cosas, todo indica que somos corruptos hasta el tuétano, que la corrupción es una especie de deporte nacional en el que competimos ferozmente los unos con los otros para poder decir, yo gané, yo soy el más corrupto.
Otra cosa que nos debería dar vergüenza es tener leyes (que en la mayoría de los casos no sirven para nada) con nombres tan vergonzosos como “Ley General para una vida libre de violencia de las mujeres”, ley que en su propio título exhibe nuestra falta de respeto para con el género femenino. O su hermana mayor, la “Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres”, que también con el sólo título exhibe nuestras miserias.
Y qué decir cuando requerimos de una ley denominada “Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad”, la que insinúa que como sociedad, no somos capaces de ser inclusivos con las personas con discapacidad, y que por lo mismo es necesario compelernos con la fuerza de la ley. Otra igual, cuyo título me indigna es la “Ley General para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia”, ya que el título mismo sugiere que la sociedad es incapaz de, por sí misma, prevenir la delincuencia.
Y qué me dicen de la “Ley General para Prevenir, Investigar y Sancionar la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes” que en su título nos presenta como violentos, crueles e inhumanos.
Está también la “Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas”, cuyo título nos exhibe como una sociedad que ataca, precisamente, a los defensores de los derechos humanos y a los periodistas. Y respecto a nuestros viejos, tenemos la “Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores”, como si alguien en su sano juicio, pudiera pensar que los adultos mayores no tienen derechos.
En fin, existen múltiples leyes cuyo título en sí mismo nos describe como una sociedad misógina, irresponsable y finalmente corrupta. Es por ello, seguramente, que también necesitamos de una ley denominada “Ley General del Sistema Nacional Anticorrupción”, que como lo he venido sosteniendo, nos exhibe como una sociedad corrupta.
Todo lo anterior únicamente en cuanto a leyes federales, de las estatales y sus nombres absurdamente rimbombantes; quizá hablaremos en otra ocasión.