Era una fría y lluviosa tarde del mes de septiembre de 2003 en la tumultuosa y exótica sala de llegadas internacionales del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde siempre que iba a recogerlo llegaba con mucho tiempo de anticipación, ya que mi percepción y fama de la puntualidad constantemente ha sido cuestionada por los que me rodean. Quería que todo estuviera controlado y nada saliera mal, caminaba de un lado a otro invadido por los nervios tan sólo de pensar en un nuevo encuentro con él y la agenda tan amplia que tendríamos.
Respiraba hondo con cierta ansiedad sin quitar la vista ni un minuto a aquellas puertas corredizas, esperando que se abrieran y ver ante mí la distinguida e inconfundible figura de gran porte, para llamarle con gran vivacidad y potente voz “¡César!”, quien al verme levantó su mano y con una sonrisa de carcajada maravillosa, saludándome se acercó a paso acelerado. Luego me abrazó efusivamente, aunque con cierta rigidez motriz, al mismo tiempo que decía “mi protector”, como él se refería a mí todo el tiempo porque le hacía de su chofer personal, de cliente, de organizador, de guarura y cómplice para rescatarlo de los eventos tumultuosos y encuentros sociales llenos de excentricidades mexicanas.
Invariablemente lo acompañaba su sencillo portatrajes negro y su pequeña maleta de mano llena de sorpresas con sus materiales de “arquitecto”, y a la que se aferraba casi obsesivamente a todo lugar donde llegáramos. En realidad, para ser sincero, también, entre otras cosas, siempre me ofrecí de chofer y asistente del maestro César Pelli, ya que con su agenda de celebridad tenía la oportunidad de platicar muchísimos temas que disfrutábamos durante las horas que pasábamos en el “bellísimo” y eterno tráfico vehicular de la Ciudad de México. Como era su costumbre, tenía un lenguaje sumamente académico, educado, expresaba frases amables y pausadas con su muy fino y elegante acento argentino-americano, tan peculiar en él.
Su riqueza cultural e intelectual era evidente, recuerdo que en una ocasión charló de temas memorables cuando transitábamos en los carriles centrales del Viaducto Miguel Alemán, y que anoté esa misma noche en uno de mis diarios. Nuestras conversaciones giraban en torno a México y su cultura, la guerra o mal llamado conflicto en Chiapas y el Comandante Marcos, el EZLN (Ejercito Zapatista de Liberación Nacional), de su infancia en Argentina y el peronismo, de la familia de mis abuelos sefaraditas, y de los grandes arquitectos con quienes colaboró, y que dejó testimonio en su libro Observations –que publicara unos años antes–, escrito para aconsejar a los jóvenes arquitectos universitarios en temas de cultura general, arte y sabiduría práctica. He de confesar que fui testigo de su fascinación por los tacos de bistec con queso y poca salsa verde; se deleitaba al comerlos, y solía hacerlo de contrabando ya que nunca estaban programados en la agenda, pero eran forzosamente obligatorios siempre en una taquería de las Lomas de Chapultepec, entre charcos y ranas, y que posteriormente se convertiría en delicados cisnes en el lago.
En la mayoría de sus visitas a la Ciudad de México vino acompañado de su distinguido y entrañable amigo y socio el arquitecto Fred Clarke, un tipo muy amable de semblante afable, preciso, carismático, que por mucho era su hombre corporativo y el que hacía que todo sucediera; ambos demostraban su erudición en las múltiples juntas de trabajo que teníamos, especialmente por su profesional trato, firmeza y respeto por el trabajo de sus equipos de ingenieros, arquitectos y técnicos mexicanos, sin duda alguna la sencillez en su manejo con los clientes conquistaba todos los corazones. Para César Pelli, México le resultaba un país enigmático que le reflejaban sus orígenes latinoamericanos, se sentía “hechizado por México” como lo repetía constantemente en sus conferencias.
Siempre quiso hacer arquitectura en México, pues nos consideraba como potencia cultural mundial y símbolo de la influencia arquitectónica latinoamericana, incluso llegó a afirmar que México es el país más cálido del mundo para trabajar, por la calidad y talento de su gente, sus albañiles y obreros. César Pelli estaba muy familiarizado y respetaba el trabajo de diversos arquitectos mexicanos como Luis Barragán, Ricardo Legorreta, Abraham Zabludovsky, Teodoro González de León y don Mario Pani, de quien se maravillaba del proyecto de Tlatelolco como un símbolo poderoso del modernismo mexicano. Se presentó en varias ocasiones en abarrotados auditorios de diversas universidades de la ciudad como la Universidad Anáhuac (mi alma mater) y en la UNAM, por mencionar algunas, alentando a los jóvenes a “amar” los valores culturales y arquitectónicos mexicanos.
El Palacio de Bellas Artes fue escenario de dos memorables conferencias y recuerdo perfectamente las filas que se hacían sobre el gran atrio del acceso con cientos de estudiantes, arquitectos, periodistas y personas de diversos ámbitos para tomarse fotografías –en un tiempo que las selfies no eran moda–, y el maestro Pelli repartía autógrafos en libros y programas que hizo con una cordialidad y paciencia inaudita. En todo momento fue recibido como una gran celebridad por intelectuales, maestros, empresarios y dirigentes políticos.
Siempre orgulloso de sus orígenes argentinos y latinoamericanos, César nació en la provincia de San Miguel de Tucumán, noroeste de Argentina, el 12 octubre de 1926. Estudió arquitectura en la Universidad Nacional de Tucumán durante los años de 1944 a 1949, posteriormente realizó estudios de posgrado en la Universidad de Illinois (1952-1954) donde se destacó, llevándolo después al despacho del gran maestro del movimiento moderno, el finlandés Eero Saarinen, durante los años de 1954 a 1964, y a quien siempre consideró su maestro y mentor. Años más tarde, en 1984, Pelli fue decano de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut, donde fundó su firma Cesar Pelli architects en un edificio contiguo al campus, y que luego cambiaría su nombre a Pelli Clarke Pelli Architects hasta su muerte el 19 de julio de 2019.
Su legado y despacho continúa hasta el día de hoy con su socio Fred y sus hijos Denis y Rafael Pelli. La obra arquitectónica de César Pelli en la Ciudad de México fue muy prolífica, significativa e icónica para un arquitecto extranjero de su generación que data desde principios de los años 90 con el proyecto “Del Bosque”, desarrollado por un consorcio de varias empresas llamado Grupo Metrópolis. Hacia los principios del nuevo milenio diseñaría la “Torre Libertad” que albergaría el hotel San Regis, desarrollado por Grupo Ideurban, y luego trabajaría en la conceptualización del plan maestro y diseño de la “Torre Mitikah” en el sur de la ciudad, en colaboración con Grupo Ideurban y Azar Arquitectos para el desarrollador Prudential Capital, que a la postre vendería el proyecto a la Fibra Uno y que actualmente se encuentra en construcción.
Fotografía: Archivo Ideurban. César Pelli en el Hotel St. Regis (Fotografía: Archivo IdeUrban).
Toda la historia comenzaría para mí en el mes de marzo del año de 1992 con una mortal desvelada, acompañada con música de Joan Manuel Serrat en un sábado por la noche cuando trabajaba en una frenética entrega, típica “de lunes”, de diseño arquitectónico de séptimo semestre, y que tenía que entregar a mis venerables maestros Jose Greenberg y José Luis Calderón, cuando de pronto… mi padre, el Ing. David Serur, se acercó cauteloso con semblante de lástima a mi recámara, la cual parecía zona de desastre, a ofrecerme ayuda en temas estructurales de ingeniería sabiendo que era mi debilidad.
Intercambiamos algunos puntos y me comentó que había tenido una junta por la mañana con algunos de sus colegas –entre ellos estaban Roberto Trad Aboumbrad, Jorge Trad Aboumbrad, Alfredo Elías Ayub y el desarrollador texano Gerald Hines; quienes más adelante conformarían Grupo Metrópolis–, donde habían comentado que necesitaban evaluar algunos arquitectos con cierto prestigio, de fama nacional e internacional que hubieran diseñado algunos edificios altos residenciales y de oficinas, con la intención de ser contratado para un proyecto que estaban planeando desarrollar frente al Bosque de Chapultepec en la calle de Rubén Darío.
Residencial del Bosque, Polanco (Fotografía: Archivo Ideurban).
César Pelli (1926-2019). Fotografía: Iberlibro.com.
Recuerdo que saqué dentro de los escombros de papeles tirados, botes de tinta china vacíos y pedacerías de papel batería, algunos libros de la obra de varios arquitectos nacionales y extranjeros, entre ellos el famoso libro “naranja” de César Pelli de la casa editorial Rizzoli que, sin duda, era de mis favoritos, y que en ese momento mi padre hojeó con gran interés y me pidió llevárselo –junto con otros más– a su próxima reunión que tenía programada el mismo lunes. Para mi sorpresa, ese lunes por la tarde mi papá me comentó que de la oficina de Gerald Hines conocían bien a Pelli y que habían trabajado con él anteriormente, por lo que sería un buen candidato para el proyecto, de modo que concertarían una cita en las próximas semanas para visitarle todo el equipo. Sin más preámbulo, fui incluido en la comitiva, la cual significó una emoción indescriptible para mí, ¡era como conocer a Maradona en privado!
El plazo llegó y viajamos a Nueva York para dormir una noche, al día siguiente partiríamos en un viaje por tierra de dos horas a New Haven, Connecticut, donde se encontraba el estudio de César justo enfrente de la Universidad de Yale, su alma mater, y en la que era docente de cátedra regularmente. Subimos por una escalera exterior de un edificio de usos mixtos de tres niveles y entramos por una discreta puerta en la segunda planta que decía en pequeñas letras “Cesar Pelli Architects”. Confieso que mi corazón se aceleraba y mis manos sudaban al cruzar esa puerta, porque no se podía creer la magia que había tras ese umbral. Fuimos recibidos muy cálidamente por su staff, entre ellos por Fred Clarke y su muy simpático arquitecto Roberto Espejo, quienes nos dieron un breve tour por todo el despacho, mostrándonos varios proyectos que estaban en proceso y la metodología racional que utilizaban para trabajar de esa manera.
También nos presentaron a muchos miembros del equipo, arquitectos y colaboradores de más de veintitrés nacionalidades distintas, luego nos condujeron a una gran sala de juntas donde sería nuestra reunión. César, con su enorme sonrisa, entró a los pocos minutos por una puerta privada contigua saludándonos uno a uno con mucho respeto y calidez, mi emoción era inaudita, por fin tenía enfrente a un personaje del cual había visto sus fotos en la biblioteca, había leído todos sus libros, y era una fuente de inspiración del movimiento moderno en mi carrera universitaria.
Todos tomamos nuestros asientos en una gran mesa de tamaño considerable de mármol beige, sencilla y elegante que le daba un toque más suntuoso y formal al aire del momento. César tomó la palabra, y “rompiendo el hielo” de inmediato, bromeó que en dónde firmaba el contrato ya que por fin se le haría el sueño de trabajar en México. Este gesto de parte de él nos hizo sentir muy cómodos porque no estábamos seguros que lo convenceríamos y le confirmamos la firme intención para contratarle un anteproyecto conceptual. Posteriormente le introdujimos a las generalidades del proyecto, como información del terreno, fotografías del entorno y enfatizamos la importancia de las vistas al Bosque de Chapultepec. Recuerdo que en ese momento se dirigió a las paredes de la sala donde existían varios lienzos en blanco, tomó algunos plumones y comenzó a dibujar algunas ideas de edificios escandalosamente circulares sin pensarlo demasiado, y que a la postre sería el modelo arquitectónico seleccionado por todos.
Después de un merecido lunch de sándwiches preparados por el restaurante de abajo, acordamos que visitaría la Ciudad de México a la brevedad porque para él era muy importante y vital conocer tanto el terreno como el entorno para poder desarrollar una idea más clara. De manera que así sucedió, convenimos una fecha, “nos dimos la mano”, y ahí en ese preciso momento comenzó la magia y la aventura de una relación de trabajo productiva, llena de cordialidad y cariño, que duraría por más de 27 años ininterrumpidos hasta el último día de su vida.
Las Torres Petronas, Kuala Lumpur, Malasia, 1992-1998 (Fotografía: Kronos Homes). One Canada Square, (1991, Londres). Gran Torre Santiago, Costanera Center, (Santiago de Chile, 2006-2015). Edificio del Banco República (Buenos Aires, 1996). Torre de Cristal (Madrid, 2008). La Torre Unicredit (Milán, 2011). Torre Iberdrola (Bilbao, 2007-2011). Imagen: TN.com.
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