Mentir por agradar

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#MentirPorAgradar

Alguna vez, alguien a quien quiero mucho, me dijo: “Pepe, no mientas por agradar”. Esa frase se me quedó guardada en la memoria y, ahora que he visto cómo van las precampañas, saltos de políticos de un bando a otro, películas como The Post o simplemente observando detenidamente el comportamiento humano, me doy cuenta de la profundidad de aquella frase que, en su momento, se aplicara para quedar bien en vez de decir lo que realmente uno piensa.

La mentira ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales. Todas las personas hemos mentido y, aquél que diga lo contrario… ¡está mintiendo! El fenómeno de la mentira ha sido estudiado por científicos, doctores, filósofos, psicólogos, etc. La realidad es que la mentira nos acompaña en todo momento. Desde temas intrascendentes y superfluos, hasta mentiras que han arruinado personas, reputaciones y naciones.

Según Robert Feldman, un psicólogo de la Universidad de Massachusetts, quien escribió el libro The Liar in your life, mentir es un mecanismo de protección de la autoestima; es decir, la mayoría de las veces queremos demostrar lo que no somos, sólo por congeniar con nuestro interlocutor. Al final, queremos mentir por agradar. Esta clase de mentira, la que aparentemente creemos que es la menos dañina, la que no ofende, es aquella que llamamos “mentira piadosa”. Si ésta se compara con la mentira para engañar, para traicionar, para agredir, destruir –y ustedes agréguenle la cantidad de etcéteras que quieran–, la mentira por agradar parecería inofensiva. Es aquella que el ser humano hace para que el o los de enfrente se sientan bien. El problema es que toda mentira tiene un común denominador, y es que oculta una verdad; y la verdad es, al final del día, el resultado de uno de los valores más importantes que puede tener cualquiera: la honestidad.

Es claro que en el mentir por agradar, el daño pudiera no llegar a manifestarse, pero cuando haces de esta clase de mentira tu forma de vida, puedes dañar a muchísima gente. El problema radica en que no le damos la debida atención a esas mentirillas que vamos inculcando a nuestros hijos desde que son muy pequeños y los enseñamos a mentir por agradar. No falla la camisa que la abuela le regala al nieto pequeño en Navidad, cuando lo que realmente quería el niño era un juguete. El niño odió el regalo pero… ¿qué le decimos?

–Dale las gracias a tu abuela por la camisa y dile lo mucho que te gustó. Ella te la dio con mucho cariño, así que dile que está bien padre.

En ese momento, el menor sabe que está diciendo lo que no piensa, ni siente, ni está de acuerdo, pero lo va a hacer por agradar a la abuela. Créanme que desde ese momento los hijos lo registran en su psique y conforme vayan creciendo se harán mejores mentirosos. No es casualidad que los adultos mientan infinitamente más que los niños. Son técnicas aprendidas desde muy corta edad que se van manifestando. En un estudio realizado en la Unión Americana, que se llamó Good liars are made, not born (los buenos mentirosos no nacen, se hacen) en donde se incluyó a niños de primer grado, de séptimo grado y de los primeros años de universidad, se encontró que los niños de primer grado son malos mentirosos (podías saber que estaban mintiendo), los de séptimo grado eran mucho más talentosos a la hora de mentir y los de la universidad, ya eran mentirosos consumados; es decir, no podías diferenciar si mentían o no.

Ahora que vi The Post –y quien no la haya visto, que la vea, vale la pena– me llamó la atención, independientemente del tema histórico, la calidad del largometraje o las cualidades de sus actores, que la historia que se cuenta muestra la capacidad que tuvo el gobierno americano de mentir y fabricar historias para permanecer en una guerra que era, a todas luces, absurda. Una guerra que Estados Unidos ya había perdido y que simplemente, por mantener el American Pride (y millones de dólares en economía de guerra), mintieron reiteradamente al pueblo norteamericano. Mentían por quedar bien, por agradar, para que no se perdiera el orgullo americano y para que el ciudadano de a pie creyera que era una guerra que valía la pena pelear. Esto, al final, lo único que generó fue que se alargara más la guerra de Vietnam y se incrementara el número de muertos.

Estos pasados meses, en México, oímos a los candidatos que quieren ser Presidentes de nuestro país. Desde jingles pegajosos como el del “Movimiento naranja” hasta frases como aquella del “frijol con gorgojo”, los candidatos nos abrumaron con sus anuncios y propuestas. Lo que yo me encontraba en la calle, cuando preguntaba por las campañas, era una respuesta muy similar: “Nadie les cree”, “Bola de mentirosos”, “Siempre dicen lo mismo y, cuando llegan, no cumplen”, etc.

Sería interesante que, durante las campañas que iniciarán en las próximas semanas, hagamos un ejercicio de análisis desde el ángulo que nos permita identificar la mentira, así como quién y por qué está mintiendo por agradar, quién lo hace más frecuentemente, quién de plano basa su campaña y su modelo en la mentira, y quién sí puede visualizarse en su proyecto y en su hacer como una persona que casi no miente (acuérdense que no hay quien no mienta). En el grado en que encontremos al candidato que se aleje más de la mentira y lo encontremos más cerca de la honestidad en su decir y en su hacer, en esa medida estaremos escogiendo al mejor hombre o mujer para México.

Para terminar, me quedo con la frase de Feldman que dice: Honesty may not be the perfect, universally applicable policy—but ultimately it is the best policy (la honestidad podría no ser una política perfecta y de aplicación universal pero, en última instancia, es la mejor política).

Que tengan buena semana y no mientan por agradar, que sí daña.

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Alfonso García

Hola Pepe.
Tu artículo dice grandes verdades acerca de la mentira.
Desafortunadamente en nuestra sociedad el no mentir por agradar ocasiona que al decir con verdad lo que se piensa genera disgusto, molestia y en muchos casos odio de la contraparte.
en este caso coincido contigo en el tema de que fomentar la cultura del amor, de la tolerancia y de la cómprensión ayudaría a vivir en paz con nosotros mismos y con nuestros semejantes. ¿Se logrará esto algún día?
Cordial saludo.

Rebeca Pizano

Gran articulo y de aplicación familiar

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