Nunca antes en la historia humana se dispuso de tal cantidad de datos. La huella de los números. La capacidad para procesarlos. El mundo, todo, y en todo, dibujado en trazos que unen unos puntos con otros, establecen marcas, estadísticas, probabilidades. Big Data.
Si la naturaleza humana es errar, se trata de controlar o, al menos, disminuir el riesgo de que ello ocurra en el momento menos oportuno.
La estadística no es una ciencia nueva, eso se sabe. El registro, acumulación, resguardo y relación de unos datos con otros es tan milenaria como la invención de la escritura misma.
De lo pequeño sacar lo máximo. Algo así podría definirse esta disciplina capaz de obtener conclusiones sin necesidad de registrar todos los casos y aun menos de que las cosas sucedan.
En ampliar el resultado obtenido de lo observado y llevado a números y constantes, radica la seducción de esta capacidad para recopilar, procesar, analizar e interpretar lo que de otro modo sólo serían números y más números.
Datos particulares, pues, capaces de desplegarse como fenómenos colectivos en una cuantía suficiente como para establecer conclusiones que, al menos, aparezcan como lógicas; probables, o altamente probables, en el lenguaje de quien opera estadísticamente.
Si por naturaleza asumimos la manera de relacionarse con dos elementos, metáforas, de la propia vida humana: el tiempo y el error, hasta hace poco, al menos, la naturaleza de los deportes era consustancial a ellos mismos.
Así, más allá de la tradicional diferencia entre deportes de conjunto e individuales, la tradición deportiva establecía respecto al tiempo su primera diferencia realmente sustancial.
Deportes sin tiempo límite, el beisbol o el tenis, por ejemplo. Frente a deportes cuyo desarrollo asemeja, en sí mismo, el cronómetro de la vida que corre contra la propia vida. Deportes de tiempo límite. El box, el futbol, tanto soccer como americano, el basquetbol, entre otros.
El tiempo está ahí, se acepta en ambos casos, mas podemos actuar (vivir) a nuestras anchas, se dice en unos deportes; el tiempo es el verdadero enemigo por vencer, el rival es un pretexto, se dice en cambio en los que un conjunto puede no ser capaz de resistir un fatídico último minuto.
En cuanto a la relación con los datos y las estadísticas, también asoman diferencias. De suerte tal que la capacidad, obsesión, genio, ciencia o quiera llamársele a eso que une a los norteamericanos con la recopilación de datos, ha estado presente de manera rotunda en los deportes que eligieron como encarnación de su identidad.
Sin ser norteamericano, por supuesto, pero sí una leyenda en la narración del beisbol, el “Mago” Septién hizo legendarias aquellas libretas, plagadas de datos, que lo acompañaban en toda transmisión.
La intromisión de los registros en números de asistencias, pases certeros, en cambio, a pesar de que de unos años acá se ha vuelto habitual en las transmisiones del todo el mundo, no deja de asomar como una extrañeza cuando no una absoluta inutilidad.
La relación entre tecnología y deporte no es nueva, eso es evidente.
El cambio en los materiales de las pelotas o implementos con los que se juega, aparejado a la variedad de aparatos y cacharros para entrenar, se suman a la cada vez más certera intervención de lo tecnológico en el tema de la medicina del deporte.
A la mitad del camino entre práctica atlética, espectáculo de masas y negocio audiovisual, los deportes más populares del planeta, particularmente el futbol, son escenario y laboratorio de la omnipresencia tecnológica.
Zapatos, vestimentas, alimentación, por una parte, y repeticiones, sonidos para alertar si un balón entró en la portería, aparatos de intercomunicación, forman parte de un repertorio de recursos tecnológicos que se amplía.
Más allá de lo que suceda en cada cancha, sin embargo, el mayor impacto provendrá, sin duda, de lo que la Big Data traiga consigo.
Si en algún momento la figura de los visores hizo a algunos de ellos agentes de jugadores legendarios, el desarrollo de tecnologías logrará, como tituló recientemente la Revista Retina, que forma parte del periódico El País, que los algoritmos se lesionen menos y anoten más.
Formar o contratar jugadores o competidores a ciegas, de acuerdo con ello, quedará reservada para los nostálgicos o los no pocos que hacen negocios personales a costa de ilusiones ajenas.
La tecnología, dice Retina, promete cambiar el deporte para siempre: ciencia de datos, telemetría y biometría, inteligencia artificial, realidad virtual y aumentada para llegar más lejos, más alto, más fuerte (y mucho más inteligente) que nunca.
En esto, empero, como en cualquier otro ámbito, la cuantía de los datos no es el fundamental, por supuesto, sino qué se hace con ellos, de qué manera se insertan en este caso en la naturaleza de cada deporte.
Es decir, como ellos mismos son testigos de la relación indisoluble entre lo humano y el tiempo, y como los datos mismos dan forma a nuevas formas en que el error, igual que la materia, no desaparece sino que se transforma.
En el tiempo y errar, somos datos, sí; pero también más.
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