Sabemos que el tiempo es una variable objetiva en su cuantificación, pero subjetiva en la experiencia personal. ¿Cuál ha sido el ritmo del reloj con el que cada uno de nosotros ha vivido este 2020? ¿Ha sido vertiginoso, pausado a ratos, oscilante, se ha congelado a momentos? Más allá de la respuesta que demos, seguramente, todos tenemos una percepción, recuerdo, sensación y noción en común: ha sido raro.
Estamos cerrando un año ondulante, no lineal, un año mucho más parecido a una “montaña rusa” que a una autopista claramente delimitada. A momentos nos hemos sentido perdidos en el espacio, desorientados, sin brújula; hemos tenido dificultades para distinguir el norte del sur, los días de la semana de los sábados y domingos, ni qué decir de los feriados. Las horas de teletrabajo y teleducación han difuminados nuestros horarios; las citas y reuniones de amigos virtuales que al principio nos parecían divertidas terminaron agotándonos. El e-commerce y la comida a domicilio se han vuelto parte de nuestra cotidianidad. Hemos extrañado las reuniones con amigos, las idas al teatro y al cine, ¡la naturaleza! y, desde luego viajar, viajar sin rumbo.
Nos ha costado reconocer la lógica del momento histórico que habitamos; hemos buscado respuestas en “teorías conspirativas”, libros de historia, explicaciones epidemiológicas, económicas y políticas. Hemos reproducido e intercambiado noticias sobre cada promesa científica que ha aparecido como posibilidad cierta de cura o control de la pandemia, y, mientras tanto, el tiempo lineal ha seguido transcurriendo.
Se han sucedido segundos, horas, días, semanas y meses; las estaciones del año han continuado su ciclicidad y nosotros, por nuestra parte, hemos insistido en buscar herramientas y esperanzas que permitan volver las cosas a la “normalidad”.
Pero estamos aprendiendo, poco a poco todos hemos ido entendiendo que estamos frente a un nuevo despertar, que un ciclo nuevo se abre frente a nosotros, que es cierto, que no sabemos cuándo ni cómo esto terminará, pero que nada volverá a ser lo que había sido, y que está bien que así sea.
Estamos perdidos en el espacio, pero ¿cuándo no ha sido así?
Recordemos, la Tierra, nuestra “nave espacial” no es más que un diminuto, un ínfimo punto de energía que se desplaza por el océano del universo infinito, un lugar con leyes y lógicas que no terminamos de asir. Pues bien, esta micronanopartícula de materia que consideramos nuestro hogar, de vez en cuando nos da unos buenos sacudones, a veces telúricos, otras climáticos y unos tantos otros biológicos. ¿Será que lo hace para recordarnos que lo único real es el aquí y el ahora?
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