Piedras preciosas: ambición y conflicto

Lectura: 4 minutos

Hoy, como hace siglos, poseer gemas es un anhelo personal que ha trascendido hasta influir en políticas de Estado. Del utópico aventurero que buscaba tesoros en territorios inhóspitos, que construyó la narrativa colonial, hoy se impone la fría realidad: atesorar diamantes, esmeraldas, zafiros, rubíes, topacios, lapislázulis y jades está bajo el control de firmas multinacionales. Su extracción, corte, pulido y comercialización corre a cargo de centros del Primer Mundo, siempre políticamente correctos, con anuencia de gobiernos del Tercer Mundo, usufructuarios de las ricas vetas.

El 55 por ciento de los diamantes del mundo procede de diez países; siete son africanos, seis son subdesarrollados y sufren conflictos casi endémicos. El ingreso per cápita de Sierra Leona apenas suma los 440 dólares, y la expectativa de vida de su población es de sólo 50 años. En la guerra civil de Angola, en los años noventa, se decía: “El Gobierno tiene petróleo, pero la guerrilla, diamantes”. Los diamantes, ahí extraídos, como en Liberia, República Democrática del Congo y la República Centroafricana salen del continente para seducir a Occidente. Es un ciclo de conquista inverso al que vivió África hace 300 años.

Diamantes

La sangre, sudor y lágrimas de mineros y pobladores de las regiones diamantíferas en conflicto, despertaron el pudor occidental en 2003 cuando se creó el Proceso Kimberley —organismo que aspira evitar que grupos en pugna se financien con diamantes—. Son pocos sus logros, pues dependen de la voluntad y capacidad de esos frágiles países. A su vez, las firmas extractivas acallan críticas al afirmar que el sector es fuente de bienes, crea empleos y ofrece asistencia sanitaria a miles de personas.

Del corazón de Asia Central, en las minas de Badakshan brota, desde hace más de 6,500 años, el lapislázuli, que adorna la legendaria máscara del faraón Tutankamón y ha embellecido las más bellas mezquitas orientales y estancias palaciegas europeas. En este siglo XXI, y tras 17 años de presencia militar occidental, todos los actores políticos internos y con intereses externos del país se disputan el control del llamado “tesoro azul”.

¡No es para menos! ¡El lapislázuli es un negocio con beneficios de 25 millones de dólares anuales para traficantes asociados con fuerzas armadas extranjeras, talibanes y el gobierno! Y mientras Afganistán busca su gobernabilidad tras décadas de inestabilidad política, la ambición por esa exquisita piedra mantiene una red de contrabando que se alimenta por sobornos y reyertas locales. Así, el lapislázuli se trafica de Kabul a Peshawar en Pakistán y de ahí llega a exclusivos centros joyeros de Europa y Asia.

Hace tiempo que la explotación de lapislázulis, zafiros y rubíes afganos está en manos de expertos del Instituto Americano de Gemología (GIA) y del Servicio Geológico de Estados Unidos. Todos desvían la mirada ante el uso indiscriminado de explosivos para dar con la veta deseada, no importa que la descarga lance por el aire trozos de esmeraldas o berilios en el valle de Panshir. Se trata de extraer más lo más rápido posible.

Así lo avalaba, en 2015, el entonces presidente Hamid Karzai, al anunciar que Afganistán sería uno de los países más ricos porque el subsuelo guarda yacimientos minerales valorados en mil millones de dólares. En su respaldo, el director para Afganistán y Pakistán de la polémica Agencia para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID) declaraba en 2010: “En vez de tierra baldía, Afganistán es la veta madre de los recursos minerales. El desafío es cómo extraerlo y asegurar que beneficie a los afganos. Lo veremos en siete u ocho años”. El plazo ha concluido y el conflicto ha escalado, no la prosperidad.

Rubí gema

Colombia produce las esmeraldas de la más alta calidad mundial desde tiempos coloniales. Se afirma que los primeros narcotraficantes eran contrabandistas de esmeraldas que seguían rutas para sacar del país la hermosa piedra verde. La mayor zona productora es Boyacá, en las regiones de Chivor, Coscuez y Muzo. En los años 70, escenificó la primera guerra esmeraldera, que dejó casi 1,500 muertos, y la segunda guerra, entre 1985 y 1990, dejó 3,000 muertos.

Pese a su añejo conflicto armado, sólo en 2016 Colombia recibió más de 107 millones de dólares por exportar unos 279.000 quilates de esmeraldas. Estados Unidos compra el 60 por ciento y Asia el 40 por ciento (Hong Kong, India y Tailandia). En la víspera de la elección presidencial, el gobierno ha optado por atraer a más firmas extranjeras para extraer más esmeraldas. Así, mientras se profundiza la miseria en las zonas esmeraldíferas, multinacionales, como Gemfields Group Company, serán beneficiarias de esa nueva política.

La feroz dictadura de Myanmar (antigua Birmania, 1962-2011) se sostuvo con la venta de piedras preciosas en el mercado internacional. La industria del jade produce casi la mitad del Producto Interno Bruto del país (que ronda los 64,330 millones), casi 50 veces el gasto en salud de la dictadura militar. Según Global Witness la explotación en minas de jade sería el “mayor robo de recursos naturales de la historia”. Además, Myanmar produce el 80 por ciento de rubíes del mundo, entre ellos, el excelente “Sangre de Paloma”; una industria valuada en 31 mil millones de dólares.

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
1 Comentario
Más viejo
Nuevo Más Votado
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Patricio Avitia

¡Que artículo más interesante! Se aprende mucho leyendo a Nydia Egremy.

1
0
Danos tu opinión.x