Entre huachicoles y guardias nacionales, vale la pena abrir un paréntesis y preguntar hacia dónde vamos en materia de ciencia y tecnología, ante la llegada de la nueva administración federal. A lo largo de las últimas tres décadas, se ha venido construyendo un ecosistema de innovación en el país, que aún con carencias y deficiencias, estaba ya aportando algunos resultados.
Al inicio de cada sexenio, es ésta una pregunta que se debe responder, de hecho, a lo largo de todo el periodo, con políticas y logros concretos. Empresas y gobiernos, regularmente reconocen y declaran que es necesario incrementar presupuestos, apoyos, actividades y visión para el desarrollo de ciencia y tecnología, pero los resultados siguen sin ser los esperados. El potencial de México como territorio de innovadores sigue siendo sólo una posibilidad, una fortaleza sin uso, un recurso desperdiciado. Las oportunidades nos pasan de largo y otros países las aprovechan a cabalidad, a pesar de poseer menores capacidades e infraestructura que nosotros. ¿Dónde estamos fallando? ¿Qué nos falta? ¿Qué debemos hacer para revertirlo?
Si queremos estar en el grupo selecto de países con economías basadas en el conocimiento, será necesario incrementar de manera significativa el gasto público en ciencia y tecnología –menos del 1% del PIB‒ y atraer inversiones privadas. Un dato muy revelador es el que reporta que la mezcla de 70% de gasto público, frente al 30% de privado que se alcanza en México, suele ser exactamente de manera inversa en otras economías. Parte de la explicación, es que los empresarios nacionales aún no perciben los beneficios de invertir en desarrollo tecnológico, que suele presentar tasas de retorno en plazos más largos que las de tipo comercial. El verdadero reto consiste en usar el conocimiento en productos de alto valor agregado. En ese contexto, las startups mexicanas tienen una gran oportunidad a partir de la facilidad que hoy aporta la conectividad en el mundo.
Desde hace dos décadas, la formación del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) fue concebido como la columna vertebral del plan estructurado por el gobierno federal para impulsar la innovación a partir del apoyo económico a los investigadores. Cada vez que un investigador que forma parte del SNI publica un artículo, recibe puntos que le permiten mantener o subir de categoría y de compensación económica en el Sistema, y lo mismo sucede cuando logran obtener una patente. Lamentablemente, mientras que la publicación puede tomar de dos a tres meses, conseguir una patente ante el IMPI puede llevar hasta 7 años, por lo que los investigadores optan por publicar. Muchos, inclusive, lo hacen conscientes de que, una vez difundida la información, no habrá forma de tramitar una patente y conservar un mercado exclusivo para el producto o proceso desarrollados. El SNI cuenta al momento con 25,150 investigadores, que reciben apoyos que van, de los 4,500 a los 30,000 pesos mensuales, que son adicionales a sus salarios en centros de investigación o universidades.
Con relación al SNI, que es una de las piezas angulares de la infraestructura de producción de nuevo conocimiento científico en el país, debemos reconocer que nos hemos estancado y parte de la problemática obedece al hecho de privilegiar y recompensar las publicaciones de los investigadores, antes que las patentes exitosas. No sólo se falla en la parte del enfoque, que genera conocimiento que no tiene muchas veces aplicación industrial, sino que también se compromete la novedad de las patentes que son presentadas cuando la publicación previa de esa información ya provocó que se conviertan en dominio público.
Ésta es una de las más graves distorsiones que el sistema existente en México para estimular la innovación presenta, y que nos está llevando a resultados desalentadores en función del tamaño de la economía mexicana. No sólo nos estamos rezagando frente a países industrializados de vocación innovadora, sino también frente a otras economías que tenían simetrías con la nuestra y que han despegado desde hace 10 o 15 años, dando un salto notable en sus números y en beneficios tangibles para sus empresas.
En la parte de gasto público, la mayor parte de los recursos se destinan a Conacyt –alrededor de 30,000 mdp‒, mientras que el resto de los 50,000 mdp del total se distribuyen entre las secretarías del ejecutivo que se relacionan a ciencia y tecnología. Falta coordinación para mejorar la utilización de la infraestructura que ya poseemos en el país, pero sin duda, también nos faltan algunas piezas en la maquinaria de producción de innovación.
Por parte de las empresas, se requieren también cambios radicales del modelo para orientarse a innovación, que sigue siendo un reto para muchas corporaciones mexicanas. Uno de los cambios inmediatos es tratar de pagar mejor a los gerentes de desarrollo tecnológico. Existe un apoyo de Conacyt que permite que a un director con maestría o doctorado en una rama industrial la institución le pague el primer año; pero las empresas no lo quieren porque posteriormente heredan un puesto con sueldo alto, que distorsiona los salarios bajos que pagan al resto del personal. Otro de los problemas recurrentes de las pequeñas y medianas empresas del país, es que no conocen ni usan los recursos disponibles en los fondos públicos de financiamiento de innovación. Muchas veces, los fondos no son ejercidos, lo cual provoca que cada año se reduzca la asignación presupuestal correspondiente.
En la visión de cualquier programa de estímulo a la innovación, una de las políticas que se deben observar es la de dirigir proyectos hacia actividades y mercados en los que México ha mostrado fortaleza. Por ejemplo, si nuestro país es una potencia maquiladora en la producción automotriz, debe apoyarse a proveedores nacionales del sector que puedan desarrollar refacciones y piezas que demanda la industria. Como siempre, la palabra “vinculación” aparece como constante en el camino hacia el desarrollo. No podemos aspirar a niveles importantes en generación de tecnología, si no logramos alinear las políticas públicas con la industria y los centros de investigación. Si las cosas se hacen bien, no es necesario pasar por un largo proceso de industrialización; podemos dar el brinco y ubicarnos como líderes regionales en innovación si nos enfocamos. Hagamos como Finlandia, que pasó de ser un país de leñadores a ser una potencia mundial en comunicaciones.
En este punto, es claro que 4,000 mdp en el contexto del gasto público para ciencia y tecnología de un país como México, es claramente insuficiente. Es necesario entender que son las empresas del sector privado las que innovan; los centros de investigación y universidades son auxiliares en los procesos, pero las líneas de desarrollo deben ser auspiciadas por la industria. El ecosistema de innovación tiene como fuerza motriz la iniciativa empresarial para desarrollar productos específicos que respondan a mercados particulares.
Resulta indispensable que los casos de vinculación que han sido exitosos se conozcan. Hay muy poca difusión, y de esa manera se pierde el efecto de que otros empresarios quieran emular las rutas que promueven la innovación y el desarrollo tecnológico. De hecho, los académicos mexicanos rara vez tienen interés en participar en desarrollos tecnológicos de las empresas, porque carecen de alicientes para salir de su zona de confort. Las exigencias académicas que tienen para mantener o mejorar sus niveles son básicas, y el reconocimiento o compensación económica por ser parte de proyectos de innovación no tienen reglas claras; además, los académicos no aceptan las exigencias de tiempo y forma que las empresas pretenden imponerles.
En la apuesta por la vinculación, se han desarrollado una serie de clusters en el país, consumiendo grandes recursos públicos y privados, que son inaugurados con grandes auspicios del progreso que habrán de generar, y al paso de los años siguen siendo parques industriales vacíos y sin resultados. Se cumple en el papel con objetivos, pero no se tienen resultados concretos; una vez más, nos falta ser más prácticos en el sentido de orientar los esfuerzos a productos específicos que los mercados demandan, o lo que es lo mismo, requerimos inteligencia de mercados para saber dónde están los clientes y cómo llegar a ellos con propuestas de valor.
Además, debe entenderse que no basta acercar financiamiento a las empresas. Resulta indispensable que en el paquete se cuente con la asesoría necesaria para administrar el proceso completo, contando con los asesores adecuados y los equipos e instrumental necesario para alcanzar metas intermedias. Por esta razón, programas como el anunciado por el gobierno de la CDMX de apoyo a empresas, tiene muy pocas posibilidades de hacerlas prosperar si no se invierte con un plan concreto de expansión y crecimiento.
Existen en el país numerosos proyectos con alto potencial innovador, que se quedan en proyecto por asuntos administrativos. De hecho, muchas empresas no logran obtener los recursos porque tienen problemas fiscales que los descalifican para recibir los apoyos.
Uno de los puntos esenciales para entender e impulsar el desarrollo científico y tecnológico en el país, es que el abordaje debe ser regional. No necesariamente de Estado por Estado del país, pero sí asumiendo que cada zona presenta condiciones propias y diferentes al resto, las cuales reclaman y requieren su agenda particular. Jalisco, por ejemplo, es un buen caso de éxito de desarrollo de la industria de software, que atrae y genera nuevo talento en esas áreas. Es algo que se retroalimenta una vez que el desarrollo alcanza ciertos niveles.
En respuesta a cuál es la situación que prevalece en México en relación a sus pares a nivel mundial, podemos decir que cada vez más las PyMEs mexicanas reconocen que innovar es indispensable para competir, pero no cuentan con áreas de la empresa destinadas a este fin, ni aplican recursos para lograrlo. Un primer problema es que las empresas carecen de medios para hacerse de información y tomar decisiones adecuadas, así como conocimiento para proteger la propiedad intelectual que resulta de sus desarrollos. Eso las convierte en víctimas frecuentes de plagios y piratería. En esta parte, el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) tiene muchas tareas por desarrollar.
Gran parte del problema con las PyMEs mexicanas es que muchas veces se plantean metas que son difíciles de alcanzar, pensando en productos o servicios revolucionarios. La innovación debe verse como pequeños pasos para mejorar aspectos prácticos de productos, o cambios en el proceso de producción para ahorrar costos, o incluso poder probar nuevas herramientas de marketing. Al propio tiempo, la empresa debe estar muy atenta a los programas de oferta exportable, de modo que las decisiones que se tomen sean muy prácticas y muy comercializables en mercados internacionales.
Lamentablemente, como parte de las decisiones del nuevo gobierno federal, de las instituciones que conforman ejes rectores del ecosistema de innovación, dos de ellas no parece que sobrevivirán al diseño de la nueva plataforma, y lo preocupante es que no existen planes para mantener sus funciones esenciales. Me refiero, por una parte, a ProMéxico, que ha sido el brazo promotor de la exportación, la inversión y el turismo hacia el país, y, por el otro, al Instituto del Emprendedor, que especialmente en el sexenio pasado concentró la mayor parte de recursos destinados a proyectos empresariales.
Otras de las instituciones diezmadas en presupuesto y protagonismo, que son pieza vital del mecanismo promotor de investigación y desarrollo del país es Conacyt, de la que ya hemos hablado, que aun y cuando mantenga, en principio, la operación del Sistema Nacional de Investigadores, verá recortados muchos de los fondos destinados a empresas de base tecnológica. De la mano de la reducción de recursos para ciencia y tecnología, diversas incubadoras, aceleradoras de empresas y centros de transferencia de tecnología verán declinar sus funciones al ritmo del recorte presupuestal.
El problema asociado a la desarticulación del ecosistema de innovación y de apoyo a nuevas empresas en el país, pasa por la cancelación de la red de soporte que este tipo de emprendimientos demanda para existir. El nivel de riesgo en la apuesta de una nueva empresa es de tal magnitud, que sin una plataforma de asesoría, fondeo y asistencia profesional las inversiones escasean. Si se deja a programas sociales aislados ‒como el programa de “ninis”‒, la administración de recursos que no se vuelven productivos, el barril sin fondo ahondará sus profundidades.
Por otro lado, el gran esfuerzo de vinculación que en los últimos 20 años se ha venido haciendo entre las diversas instancias de la administración pública federal conectadas con tecnología, la iniciativa privada, universidades y centros de investigación, que apenas daba sus primeros frutos, perderá la inercia y regresará a punto cero. En todas partes se insiste en que el éxito de un ecosistema de innovación depende de la eficacia de la vinculación de las diversas partes de este organismo viviente. Sin una de ellas, el sistema se paraliza.
La primera llamada tendría que ser a reconsiderar los temas de ciencia y tecnología en los planes oficiales, y regresarlos del exilio al discurso oficial. No puede México, si aspira a crecer y ser un país desarrollado, renunciar a las ruedas que podrían moverlo. No es eslogan de gobierno, se llama economía del conocimiento.
Muy probablemente se desarticule el sistema emprendedor que conocemos. Las prioridades del nuevo gobierno son otras. Desde su perspectiva el modelo de vinculación de los últimos 20 años parte de una ideología neoliberal que quieren combatir. Y no sólo eso, sino revertir sus efectos.
No es para crear polémica, es lo que se ve en los hechos. Así que habrá que repensar la vinculación empresa – gobierno.
Saludos.
Franco Folch.
Muchas gracias Franco. Sin duda, lo que me preocupa es que, de momento, es la lógica del mercado capitalista el que marca las pautas del valor de la innovación en le mundo. Los sistemas colaborativos estan cobrando fuerza, pero parece aún lejano que se impongan como la alternativa. Ya veremos!!