En la historia de nuestra nación los presidentes más sobresalientes han sido aquellos que tuvieron la visión para ver más allá de su piel. Detuvieron su mirada en el pasado, la fijaron con determinación en el presente y marcaron el rumbo hacia el futuro. Supieron soñar despiertos y el fuego de su espíritu provocó la osadía de confiar en que no sólo su sueño era posible, sino que debía hacerse realidad.
El presidente de México está llamado a tener la precaución de voltear hacia atrás, a los lados y marcar el rumbo hacia adelante. Él soñará despierto y el fuego de su espíritu le permitirá tener la visión clara y determinante para confiar en que no sólo su sueño es posible, sino que debe hacerse realidad.
Dice, entre líneas, la historia de los pueblos que un verdadero presidente es aquél que da más de lo que recibe. Alguien que, en soledad, ha pagado el precio del liderazgo. En el desvelo que precede la claridad de la aurora ha conocido lo que ha de hacerse, por qué, para qué, cuándo, quién y cómo. A pesar de las críticas, zancadillas, golpes bajos, presiones y amenazas, no se quiebran. Mantienen la estatura del roble que, entre más azotado por el viento, más firme en su propósito.
La promesa de López Obrador es clara: ha prometido mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de la nación que hoy preside. El pueblo sabe que para eso se requiere un presidente recio, de convicciones, de ideales para romper el círculo vicioso miseria-ignorancia-dependencia-desesperación-violencia. Está convencido de que el presidente debe pagar un tributo: pensar más allá del brillo e intereses personales y estar dispuesto a luchar con el mismo entusiasmo por los intereses del ciudadano común que por los asuntos internacionales. Muchos dicen que eso es una utopía. Pero los pesimistas jamás han sido buenos presidentes.
Después de un análisis exhaustivo y sereno, con la realidad en la mano, el presidente de México esbozará un plan de trabajo para hacer vida el ideal de patria que lleva dentro. Sabrá escuchar a sus enemigos porque son los primeros en advertir sus errores. Será paciente porque está convencido que un pollo se obtiene empollando el huevo, no rompiendo el cascarón. Cuestionará sus propios juicios porque ha vivido lo suficiente para examinar por segunda vez y con cuidado lo que a primera vista no le dejaba duda. La sabiduría no le vendrá por azar: la buscará con afán y la alimentará con diligencia. Optará siempre por la democracia porque sabe que la manera en que un presidente toma las riendas del destino de su patria es más determinante que el destino proyectado.
Un buen presidente utiliza un lenguaje ordinario para decir cosas extraordinarias: nada es tan poderoso en este mundo como una idea expresada con claridad y sencillez en el momento oportuno. El carisma de López Obrador ha incendiado el espíritu de millones de mexicanos y ha logrado que se enamoren del mismo ideal de patria que él lleva en sus entrañas. Ha usado la razón y la imaginación para tender puentes entre lo que es y lo que puede ser. Su lema es un “Sí se puede, ¿cómo no?”.
La valía de un buen presidente se mide por la cantidad de poder y adulación que puede soportar sin envanecerse. A pesar de estar siempre acompañado, es un ser solitario entre la multitud, consecuencia del mismo liderazgo. Sus afectos son puestos a prueba: aquellos por los que luchará serán los que menos lo comprendan. El elevarse sobre los demás -la responsabilidad eleva- es separarse de ellos de alguna manera. Renunciará a sus deseos personales, aunque legítimos, por una causa superior: el servicio de su pueblo, que es una de las más excelsas formas de entrega.
Un buen presidente posee la sabiduría necesaria para desarrollar a una nación que tiene infinidad de recursos, pero le faltan agallas para utilizarlos. Es capaz de echar andar los talentos y habilidades de los que se han caído y piensan que solos no pueden caminar. Un buen presidente está consciente de que cultivar el jardín de la justicia social en su país requiere de mucha agua… la mayor parte en forma de sudor de los servidores públicos. Cuando el amor a México sea más grande que el amor al poder, la patria conocerá la abundancia y la paz.
Algunos presidentes de México han tenido muy buen barniz. ¿Tendrá López Obrador no sólo el barniz, sino la madera adecuada para ser presidente?