En muchos sentidos, los grandes desastres son el pivote de reacomodos geopolíticos. De ahí que nazcan nuevas geografías político-sociales con elementos afectivos y algunos Estados deban reinventarse o reestructurar sus instituciones. El impacto geopolítico de los sismos del 7 y 19 de septiembre es multidimensional. De entrada, el Estado mexicano se enfrenta a una nueva realidad geofísica, cuyo urgente conocimiento y expresión exige recursos humanos y materiales de excelencia. Ya en su dimensión geoestratégica, los sismos muestran un país vulnerable en lo político y económico, al que los gigantescos costes de la reconstrucción frenarán su posibilidad de desarrollo, justo cuando negocia su relación estratégica con el veleidoso gobierno de la superpotencia mundial.
Si bien entre 2000 y 2012, la Federación enfrentó los efectos de huracanes, sequías y sismos, entonces disponía de suculentos ingresos petroleros pues el precio del barril superaba los 100 dólares. Así enfrentó pérdidas estimadas en 284,351 millones de pesos, que equivalían a más del presupuesto anual de las Secretarías de Salud, Desarrollo Social y Seguridad Pública. Hoy la situación es mala. La mezcla mexicana se cotiza a 49 dólares; hay desaceleración y crecen la inflación y la deuda pública mientras la relación exterior se complica. La difícil relación político-comercial con Washington ha llevado a los estrategas políticos a guiñarle el ojo a China, que responde y bien, así como a intentar recomponer la presencia mexicana en la región tras décadas de soberbio olvido. Ya se verá si esto funciona.
Es verdad que la onda expansiva post-calamidad impacta los cimientos políticos. En 1972 el devastador terremoto en Managua abonó el derrumbe de la dictadura de Anastasio Somoza, entre otras razones por los abusos del Ejército con la ayuda internacional. Haití, la nación más pobre del continente americano, vivió en 2010 un sismo que causó unos 200 mil muertos, incontables damnificados y un millón de huérfanos. Según expertos de Naciones Unidas, establecer en esa isla una economía sustentable requeriría unos 10 mil millones de dólares; meta casi imposible de alcanzar en un país con ingobernabilidad, subdesarrollo y pobreza endémicos. En tanto, escalaron la violencia, la emigración y la prostitución de menores.
Esas lecciones son muchas, valiosas y todas implican a la sociedad. En enero pasado la Escuela Kennedy de Harvard, acogió la conferencia “Recuperación Rápida tras Desastres: Estrategias, Tensiones y Obstáculos”, donde líderes comunitarios y funcionarios de todo el planeta compartieron experiencias. Una, fue la estrategia de trabajo conjunto con los residentes de Broadmoor, Riverview y St. Anthony en Nueva Orleans, para lograr su rápida recuperación tras los estragos que dejó el huracán Katrina en 2006. Así nació el modelo de ayuda Proyecto Broadmoor, cuya utilidad también se mostró en Chile en 2010, tras el gran sismo y tsunami.
En México, el terremoto de septiembre de 1985 marcó la aparición de la sociedad civil como nuevo concepto en la esfera pública. Entonces hizo crisis el pacto revolucionario entre sociedad y gobierno: “Ese sismo se volvió metáfora de un temblor político y social que transformó para siempre a la Ciudad de México, si no es que a todo el país”, ha estimado la investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, Alejandra Leal. La más que latente efervescencia social de los últimos años, que se manifiesta en todo su esplendor en redes sociales, ha brotado al revelarse la inoperancia ‒o falta‒ de una estructura de gestión de desastres en los Estados próximos a los epicentros sísmicos y de la Ciudad de México (CDMX).
Es paradójico que la dimensión sociopolítica de los sismos septembrinos en México se exprese en buenas noticias: 1) el logro ciudadano para influir en que los multimillonarios recursos de los partidos políticos se destinen a la reconstrucción nacional y, 2) en el rol ascendente de los llamados millennials, considerados cuasi-autistas hasta antes de los terremotos. Además, tal como hace 32 años, los heterogéneos habitantes de la CDMX han creado múltiples servicios de ayuda. Uno, que confirmaba la ubicación de edificios colapsados, centros de acopio, atención médica y cifras de víctimas, cuando la información oficial fluía a cuentagotas. En otra zona crítica, especialistas brindaban consuelo y orientación a damnificados o aterrados ciudadanos con su servicio “Orejas Amigas” y en otro punto, universitarios asesoraban jurídicamente a trabajadores a quienes sus empleadores obligaban a laborar en edificios dañados.
Y mientras las élites disputan espacios de poder hacia el 2018, en los ciudadanos prospera la idea de influir decisivamente para elegir presidente a quien garantice una economía ética, que tras la debacle natural procure el bienestar, progreso y les rinda cuentas. Así, la elección de julio próximo estará determinada por la forma en que se administre la actual emergencia. Mientras, los mexicanos de a pie están por la reinvención del Estado.
Construir nuevos contenidos políticos tras una debacle, anuncia un renacimiento geopolítico para este país.