A principios de enero de 2007, la historia de la telefonía móvil, y muchas otras cosas más, cambiaron para siempre con la aparición del primer iPhone.
A 13 años de distancia, hoy, Apple trata de resistir lo que parece irremediable. La imposición de un cargador y un tipo de cable estándar para todos los celulares, sin importar la marca y funciones.
La transformación que ocurrió después de aquel 9 de enero, fue tan determinante que incluso cuesta trabajo pensar que han pasado menos de tres lustros desde entonces.
Ciertamente, como bien reza la locución latina ex nihilo nihil fit; esto es, “nada surge de la nada”. El revolucionario teléfono de Jobs, tampoco.
Entre las muchas cosas que antecedieron al exitoso iPhone, incluyendo desde luego, la propia expansión de la telefonía celular misma, debe contarse, sin duda, el modo en que Blackberry abrió la mente de los consumidores en relación con un teléfono “inteligente”.
La historia cultural, lo hemos ya señalado en esta misma serie de colaboraciones, se construye en el punto donde convergen tres vectores: objetos, prácticas o usos, e ideas. No necesariamente en ese orden, pero sí interrelacionados de modo indisoluble los tres.
Cuando Jobs presentó el primer iPhone en el Moscone Center, de San Francisco, vestido de manera cuidadosamente sencilla, no dudó en poner el acento sobre el aparato mismo. Dijo entonces: “Hoy presentamos un producto revolucionario”.
Jobs atinó en su frase, pero se quedó cortó. No era un producto lo que estaba presentando, sino la representación física, o sea, un objeto, que cambiaría la práctica social, el modo de usar los celulares, y, con ello, la idea de lo que estos eran y/o representaban.
Sin saberlo, ni imaginar el impacto, el 9 de enero de 2007, en San Francisco, aquel ejecutivo cool, vestido de jeans y playera simple negra, abría la puerta a un nuevo paradigma, una revolución cultural.
El primer iPhone era, en efecto, un objeto distinto. En su diseño, concepción y funciones. Ofrecía, por decirlo de algún modo, una síntesis entre la experiencia táctil que Blackberry abrió, pero ahora sobre la pantalla, con la evolución de los ya por entonces muy popular iPod.
El parentesco con un aparato (el iPod) cuyo cometido era distinto (y distante) de la comunicación telefónica, tal y como se concebía hasta ese momento, fue, sin duda, el elemento que disparó una práctica, un horizonte de uso diferente.
Finalmente, las maneras que planteaba su uso, se entrelazaron con el mundo de las ideas, o lo que es lo mismo, con el valor inmaterial que las personas estuvieron dispuestas a darle a ese objeto; tanto por el precio que han aceptado pagar por él, como por lo que imaginan que representa socialmente.
Sólo así se entiende que buena parte del éxito del modelo de negocio de Apple haya sido, durante estos casi 15 años, el alto precio de sus aparatos, aunado a la no compatibilidad de sus accesorios con ninguna otra marca.
La exclusividad de su sistema operativo, probado ya antes en su línea de computadoras y laptops, termina por remarcar esta oferta simbólica de exclusividad, por una parte, y de inclusión, por la otra, a una suerte de modo de vida Mac.
En un mundo de identidades fragmentarias, contradictorias y volátiles, o líquidas, para usar el término acuñado por Bauman, un objeto material, estable, táctil, en su sentido más amplio, en la bolsa, como repositorio de una identidad estable, no parece poca cosa.
Hace poco, en mi clase en la Universidad, al tratar el tema de los cables y cargadores exclusivos a precios exorbitantes, espetó: “Cuando compras Mac, sabes en lo que te estás metiendo”, dijo una estudiante con la seguridad de quien acepta un trato que algo importante le da, aunque en el fondo sepa que el acuerdo es abusivo.
Mi estudiante olvidó, sin embargo, un elemento: el papel del Estado. Quizá porque el país donde ella vive, la debilidad creciente de las instituciones del Estado es tal, que efectivamente la ciudadanía se siente a la deriva.
La Unión Europea, cuyo trabajo por limitar el campo de acción de las grandes corporaciones y enmarcar sus prácticas comerciales sobre el carril de sociedades donde hay leyes y derechos vigentes, ha entrado de lleno en el tema de los cables y cargadores de Mac.
Se trata de facilitar la vida a los usuarios, en efecto, pero a la vez, de evitar prácticas abusivas y monopólicas.
La compañía, cuyo nada desdeñable 41% de facturación son los cables y cargadores, se opone, asida al argumento de la innovación.
Adicionalmente, la medida busca paliar las más de 51 mil toneladas de basura cibernética que produce, solamente en Europa, y que en buena parte son cables y cargadores desechados por roturas o porque han quedado obsoletos.
El interés empresarial no puede estar por encima ni del interés de los usuarios, ni mucho menos de los derechos que como ciudadanos tienen.
Tal es la lección de un espacio del mundo, Europa, en el que el Estado comprende que su capacidad de regulación es su fortaleza.
Y viceversa.
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