¿Nuestro futuro? Preguntan los jóvenes. La inquietud o ansiedad ante la incertidumbre del momento crucial que vivimos puede convertirse en fanatismo: en frenesí exacerbado por demagogos deseosos de aprovechar la inestabilidad actual para sus propios fines.
Nuestro futuro nadie lo sabe. Desconocemos lo que funcione mejor en estos días convulsos. Lo que sí sabemos es que es urgente pensar no en un sólo cambio impuesto desde arriba, sino en millones de cambios en la base.
Urge canalizar nuestros sentimientos hacia el proceso de una nueva cultura de responsabilidad social y personal. Algunas generaciones han nacido para crear, otras para mantener el statu quo, y otras para destruir. Las generaciones que desencadenaron los cambios históricos se vieron obligadas por las circunstancias a ser creadoras: su destino era crear. Otras han sentido la obligación de conservar lo creado por otros. Otras más, han dilapidado los bienes heredados.
Muchos jóvenes sólo en libros han leído que México es el cuerno de la abundancia. Ellos nacieron endeudados, en un país desesperanzado, ahogado en el catastrofismo. En todas las esferas de la vida social, en la familia, escuelas, negocios, industrias, iglesias, sistemas educativos y de comunicaciones, nos enfrentamos a la necesidad de crear una sociedad nueva. En ninguna parte es la obsolescencia más avanzada o más peligrosa que en nuestra vida política: en ningún terreno encontramos menos imaginación, más derroche y ninguna disposición a considerar un cambio fundamental. Aún las personas más audaces parecen petrificarse ante cualquier sugerencia de compromiso personal frente al cambio. ¿Cómo detener el derroche? ¿Cómo respetar lo ajeno? ¿Cómo cuidar nuestros recursos?
Dentro de cada partido político la idea de un cambio profundo hacia la democracia es aterradora. El riesgo de modificar una estructura, por obsoleta y opresiva que sea, parece más temible que el caos actual. La creación de nuevos esquemas políticos para asegurar una sociedad más sobria, más justa, más eficiente, no se produce de un día para otro, sino como consecuencia de mil innovaciones y colisiones a muchos niveles, en muchos lugares, y durante cierto tiempo. ¿Cuánto tiempo? Dependerá del compromiso de participación en el cambio que estemos dispuestos a asumir cada uno de los que nos decimos mexicanos.
Dice la historia que un cambio no excluye la posibilidad de violencia: habla de que una transición puede provocar un largo y sangriento drama de guerras, revoluciones, hambres, migraciones forzadas, calamidades. El evitarlos dependerá de la disposición, compromiso e inteligencia de cada uno de los ciudadanos. Si demostramos ser miopes, poco imaginativos y asustadizos, ofreceremos demasiada resistencia al cambio que es necesario, y con ello aumentaremos los riesgos de violencia y destrucción.
Está en juego nuestro destino como nación, el tiempo cada vez más corto, la aceleración más rápida, los peligros enormes. Si reconocemos la necesidad de una democracia ensanchada, estaremos dispuestos a trabajar en la creación de una nación más digna. Comenzando por nosotros mismos.
Sabemos y percibimos lo peligroso que es el mundo en que vivimos. La inestabilidad social y las incertidumbres políticas pueden desatar feroces energías. Hemos presenciado lo que provoca el combate al narcotráfico y al terrorismo. Sufrimos los efectos del cataclismo económico. Pero la mayoría de los mexicanos ignoramos lo que significa una guerra en carne propia, y no hemos visto correr sangre.
Jamás un número tan elevado de mexicanos había tenido la posibilidad de educarse, comunicarse, y aprender de la propia historia, así como de otras culturas. Nunca tantos habían tenido un nivel tan elevado, precario quizá, pero lo bastante amplio para participar en la vida cívica del país. Nunca tantos tuvieron tanto qué ganar garantizando que los cambios necesarios, y profundos fuesen realizados pacíficamente. La juventud pregunta: ¿Qué nos reserva el futuro?
El gobierno, por tecnócrata, instruido, idolatrado o político que sea, no puede por sí solo crear una sociedad nueva. Necesita la energía y el dinamismo del pueblo entero. Esas energías están a nuestro alcance y sólo esperan ser liberadas: la imaginación colectiva está a punto de dar a luz.
En la mente de muchos mexicanos ha comenzado ya el proceso de reconstrucción de la patria.
Los jóvenes claman. Es su fuerza y su derecho.