La violencia machista viene siendo desde hace un “tiempito” un desafío frontal contra los sistemas de seguridad y de salud de nuestras denostadas democracias latinoamericanas y del planeta entero. La misma es “movediza” y no respeta fronteras ni sistemas socio-jurídicos nacionales.
El salvaje asesinato contra la hondureña Rosibeth Flores Rodríguez y sus dos pequeños vástagos –que ha conmocionado a “medio mundo”–, fue supuestamente perpetrado por el inmigrante de Guatemala, Marvin Oswaldo Escobar-Orellana, y en un escenario de la geografía del “Tío Sam”, (Des Moines, Iowa), Estados Unidos (informa People en español); justamente cuando la población del país americano, “baila” al son de dos piezas retóricas antagónicas encubiertas y dirigidas desde posiciones que hacen lecturas desde el poder: adherirse o no a un discurso xenofóbico –que tiende a resurgir en las mentes ciudadanas con hechos como éste–; o, transitar en una vereda hacia la integración y globalidad sin perjuicios.
Estos espacios “vacíos” son utilizados en reiteradas ocasiones por personas con algún grado de poder, sobre todo económico, contra inmigrantes en doble condición vulnerable; por ser indocumentados y por la indefensión de estos –sobre todo, si son féminas– ante la ingente fuerza bruta de determinados seres humanos que ceden ante un impulso irracional.
Al respecto, la investigadora Nuria Varela, reflexionaba en un documento académico de 2017, en que “La violencia es, en la mayoría de los casos, un mecanismo de respuesta ante un conflicto determinado. Y para el patriarcado no hay conflicto mayor que la pretensión de autonomía de las mujeres”.
Es evidente entonces que la respuesta a esta situación de control a la que muchas veces se ven sometidas las mujeres, debe motivar una estrategia integral que permita prevenir –sin importar condición étnica, estatus social e ideología de vida– la agresión a la que se ven sometidas las mujeres en condición de vulnerabilidad. Esta, indefectiblemente es provocada (ya sea por acción u omisión) por una “cadena” de actores, propiciadores de la emisión y recepción de migrantes, en tanto estos últimos al parecer, no entran en los “radares” de una protección de seguridad policial ya que forman parte de guetos de supervivencia, que “no aportan” al engrandecimiento de estos países.
Habría entonces que reflexionar si eventos desafortunados como este hecho, forman parte de las estadísticas del miedo que llegan al escritorio presidencial de Donald Trump, y se convierten en un aliciente a su plan de “controlar” la inmigración indocumentada y contra la barbarie que llega del sur de sus “benditas” fronteras.
Por otra parte, es preciso señalar que los contextos culturales y sociohistóricos, agravado por las crisis migratorias y la pérdida continua de ecologías de trabajo (debido a sequías severas, el desplazamiento forzado por las redes criminales, entre otras), atentan contra la dignidad humana y en consecuencia contra la posibilidad de actuar “sin miedos” y en condiciones de certidumbre, y paz –interior y exterior–, para cambiar el curso de la historia desde “dentro” de nosotros mismos y desde nuestros espacios cotidianos de interrelaciones.
En conclusión, pienso que nuestra parsimonia masculina en la exigencia pública para que, tanto desde los micro hasta los macro espacios se desarrolle un trabajo frontal en defensa de la mujer, incuestionablemente ha propiciado que sean éstas quienes agrupadas en organizaciones –caso “Ni Una Menos”, surgida a principios de junio de 2015 en Argentina, en su quinta marcha conmemorativa planetaria este año–, busquen una incidencia “activa y decidida” en la construcción presente y futura, de condiciones universales al que actualmente y de forma histórica, con oscilaciones de ciertos altibajos, les han subyugado.
P.D.: La Organización de las Naciones Unidas, para facilitar y consolidar una concepción universal al respecto, ha definido la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Tal es el grado de afectación al cuerpo femenino que la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha calificado reiteradamente a la violencia de género como una “pandemia”, aún con la resentida ausencia de cifras y estadísticas estandarizadas.