Bien pudiéramos repetir hoy que un fantasma recorre el mundo. Pero ya no es el anunciado por el viejo clásico, autor del Manifiesto Comunista, que espantó al mundo de los siglos XIX y XX, con una revolución proletaria que se hizo presente en la Comuna de París (1871) y terminó con el derrumbe del muro de Berlín (1989). Quedó, pues, como una utopía de las muchas que ha tenido el ser humano, para crear un mundo mejor para todos.
El triunfo del capitalismo sobre el socialismo fue evidente, pero insuficiente. Los grandes intereses predominantes, al no tener enemigo al frente, reinventaron el terrorismo, los fundamentalismos, las confrontaciones bélicas, etc., y crearon el monstruo de las mil mascaras (otro fantasma, pero más verosímil) para tomar el control de los Estados y de la sociedad, para disfrazar la realidad de la gran acumulación de capitales y la creciente desigualdad que originan las decisiones económicas y financieras, que determinan las grandes convulsiones experimentadas en este tiempo. Pero el campo de batalla no quedó desierto, ahora las batallas más sórdidas e inhumanas se libran entre los “vencedores”. Los bloques de las naciones económicamente poderosas se entregan a repartirse el mundo, mediante enfrentamientos que van desde guerras aisladas hasta comerciales, a través de la imposición de aranceles a sus productos, que en tiempos pasados permitieron.
Los regímenes democráticos no permanecieron inmunes a estas permutas, algunas brutales y otras sofisticadas, pero todas ellas lesivas y empobrecedoras. De allí deriva, en mi opinión, la enorme crisis que viven hoy éstos. La democracia, el “gobierno del pueblo” nacido, según sus analistas, en la lejana época de Pericles (c. 495 a.C.- 429 a.C.) ha tenido un atropellado recorrido histórico donde ha pasado por simulaciones varias –la finada República Democrática Alemana (RDA) osó tomar este nombre y otras dictaduras también– hasta llegar a Alexis de Tocqueville (1805-1859), autor de La democracia en América y padre de la Modernidad de la misma, quien renovó los principales valores y dio sentido preciso a la participación de los ciudadanos en las esferas del poder público, así como a sus derechos y libertades.
Marco Bordoni, ensayista italiano y agudo analista desde la sociología cultural, señala que en “la lucha entre el capitalismo y la democracia, el primero está actualmente en fase ascendente y seguirá así o, por lo menos, hasta que empiecen a dejarse sentir las reacciones de la facción democrática para recuperar el terreno perdido en el difícil ejercicio de equilibrio”. “Lo cierto –añade– es que la actual situación de ‘desfallecimiento democrático’ se debe principalmente a la crisis del Estado, a la incapacidad de éste para actuar como interlocutor fuerte y decisivo de la mediación social, como regulador de la economía, como garante de la seguridad. Tanto es así, que “las compañías privadas de seguros han reemplazado hoy a los gobiernos y a la política como proveedores de la seguridad social”.
En cierta manera, el resurgimiento de los nacionalismos y los populismos que hoy se encumbran, son respuestas al desencanto de la globalización y las políticas neoliberales que desmantelaron el Estado, agudizados a partir de la era de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990), que fueron apoyadas y promovidas por economistas como Milton Friedman (1912- 2006), Premio Nobel de Economía y asesor de ambos mandatarios, quienes apuntalaron la ingente ola privatizadora que incrementó la acumulación de la riqueza en pocas manos y originó mayor desigualdad y pobreza mundial. Por ello, la postración de los regímenes democráticos es incuestionable y su crisis indiscutible, de tal modo que impone luchar por un nuevo orden mundial que provoque el renacimiento democrático. ¿Estaremos frente a un nuevo parto de la historia?