La Insurrección en el Capitolio

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La mayoría de los analistas políticos y líderes mundiales se han volcado en condenar al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por promover entre sus votantes una “insurrección” contra el Poder Legislativo, cuyo asiento es el imponente edificio del Capitolio, y han llegado a límites extremos, como decir que el objetivo era “asesinar” a representantes  –en México conocidos como diputados– y senadores, el mismo día, seis de enero, en que se llevaba a cabo la certificación del triunfo de Joe Biden y Kamala Harris, por parte de ambas cámaras, presidida, como lo señala la ley de aquel país, por el vicepresidente Mike Pence; en este caso, que unas horas después de los disturbios realizó con la mayor serenidad, como lo muestran las tomas televisivas, de un acto meramente protocolario que en ocasiones anteriores pasaba desapercibido.

Por otra parte, el Partido Demócrata ha aprovechado para llevar abundante agua a su molino y aprobar a escasas horas de que el presidente Trump termine su mandato el 20 de enero, por segunda vez, el impeachment, equivalente en México a nuestro juicio político, usado, dicho sea de paso, en raras ocasiones. Nancy Pelosi, presidenta de los demócratas en la Cámara de Representantes, se ha subido a la trompa de la locomotora para tan desafortunadas acciones, en las cuales ni el tiempo, las circunstancias y las posibles y futuras reacciones de los seguidores del vapuleado presidente norteamericano, sean tomadas en cuenta. Cualquiera de estas acciones sólo equivale a echar más fuego al infierno político y mediático desencadenado por la toma de las oficinas capitolinas.

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Imagen: NBC News.

Evidentemente Trump no ha sido ni buen presidente ni mejor estadista, a lo cual está obligado por tratarse de una de las naciones más poderosas del mundo por su enclave industrial militar que posee y cabeza visible del imperio financiero que les tocó vivir a las generaciones del siglo XX y lo que va corriendo del XXI. Sus agravios no sólo a México, sino a otras muchas naciones, por múltiples razones, lo retratan como racista, belicoso de palabra y obra, hombre sin escrúpulos, sometido más a los instintos que a las reflexiones y las que se quieran agregar, según la perspectiva de la cual se le juzgue por su malbaratado mandato.

Pero no hay que olvidar que fue electo presidente mediante el arcaico voto de los Colegios Electorales, y que en la pasada elección más de 70 millones de norteamericanos le otorgaron su voto, porque representa al llamado americano feo, que tiene sus valores morales basados en motivos religiosos, sociales, económicos y políticos, enraizados profundamente en la sociedad estadounidense, desde los campesinos ignorantes y pobres, miembros del Ku Klux Klan y poderosos empresarios, estos últimos  obedeciendo a una historia de rapiña, éxito personal, lucro exorbitante, crímenes abominables –no hay que olvidar los lanzamientos de bombas atómicas en la mal llamada Segunda Guerra Mundial, sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, por el presidente Harry S. Truman, en agosto de 1945, que costó  la vida de más de 246 mil seres humanos, y la guerra injusta contra México de 1847-1848 en tiempos del presidente James Knox Polk, que nos despojó de más de la mitad del territorio nacional independizado, por poner sólo dos ejemplos–, abuso internacional de su fuerza, saqueo mundial de recursos naturales y un largo etcétera. Trump es un producto de esta sociedad real, que ha colapsado en la alborada de este siglo. Su división está a la vista. Los seguidores de este personaje histórico darán mucho que hablar porque ahora tienen el líder que buscaban.

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Imagen: News Day.

A todo lo anterior, y a unas cuantas horas de que termine el periodo presidencial de Trump, hay que agregar a este suceso la aprobación por parte de la Cámara de Representantes el desafuero político de este presidente, pendiente de la negativa o, en su caso, de la confirmación de la Cámara de Senadores, el blindaje del capitolio y la Casa Blanca por más de 20 mil elementos de la Guardia Civil, la investigación a varios Senadores como parte de la conspiración de la insurrección, la amenaza de formar un movimiento nacional contra el próximo presidente Biden y dislocar las instituciones del régimen estadounidense.

Ante tal panorama, la democracia norteamericana se encuentra en jaque. El expectante presidente Biden no la tiene fácil en medio de la madre de todas las crisis yanquis. La lucha por legitimarse ante casi la mitad de los ciudadanos norteamericanos votantes es tan urgente como erradicar los estragos causados por la pandemia del coronavirus y los conflictos de su economía.


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