La energía, fundamental capital geopolítico de países productores, también es un negocio multimillonario ya sea legal o ilegal. Es imposible concebir la civilización contemporánea sin el petróleo y gas, ambos combustibles fósiles. Y aunque en el horizonte se perfilan muy fuertes las energías renovables (nuclear, solar, eólica y geotérmica, entre otras), hoy la energía no renovable manda en los mercados.
Sería en 2014, en el contexto de la caída del precio mundial de los hidrocarburos, que la actividad ilícita en este sector daría un vuelco radical. Pues, aunque a precio menor, el petróleo era muy deseable y hurtarlo se proyectaría como principal fuente de ingresos de innumerables organizaciones delictivas.
El robo de combustible es un fenómeno extremadamente complejo de múltiples causas y motivos. Muchos afirman que no hay solución tangible y total debido a que asume formas diversas. Es un delito arraigado en naciones productoras y muy vinculado a la política.
Hace años que Think Tanks, organismos gubernamentales y petroleras globales alertan contra ese despojo en: Azerbaiyán, Irak, Colombia, Ghana, Marruecos, México, Mozambique, Nigeria, Uganda, Turquía y Tailandia. Y advierten que el flagelo se extiende en la Unión Europea.
Rusia es gran actor energético mundial hace más de dos décadas. Sin embargo, su riqueza le es sustraída en múltiples puntos de ordeña ilícita, a lo largo de los 50,000 kilómetros de poliductos de la estatal Transnet.
También, hace 15 años que otras petroleras sufren el robo de cisternas en el norte del Cáucaso. En aquellas regiones ese hurto ha prosperado pues representa suculentos ingresos para grupos radicales.
La Unión Europea (UE), segundo mayor productor mundial de derivados de hidrocarburos, sufre fraudes energéticos producto de corrupción política y clientelismo. Sólo en 2012 la UE perdió 4 mil millones de euros en ingresos por esa causa.
Es usual el robo de cisternas en Reino Unido y España ‒que en 2014 calificó ese hecho de grave problema– y mucha gasolina se contrabandea en puertos de Grecia, informa el medio especializado Oil & Fuel Supply Chain Security.
En Colombia, la operación de refinerías ilegales ya constituye un “dolor de cabeza”. Grupos armados al margen de la ley han colocado más de 1,000 válvulas ilícitas, para extraer crudo y sus derivados; fundamentalmente en poliductos de Caño Limón-Coveñas y Transandino.
El robo de gasolinas y diésel repuntó entre 1999 y 2002, cuando esa práctica llegó a 7,270 barriles diarios y ocasionó pérdidas por hasta 107 millones de dólares, estima Ecopetrol. El delito persiste, pues entre enero y octubre de 2018 se robaron 1,160 barriles de petróleo diarios en promedio y 23,91 barriles diarios de refinados, según el diario El Tiempo.
Nigeria, hasta 2016 primer productor de crudo en África, produce 2,5 millones de barriles de petróleo diarios y paradójicamente, importa casi toda la gasolina que consume, principalmente de Estados Unidos.
La causa de esa vulnerabilidad es la corrupción. Y pese a su fugaz réplica de “Primavera Árabe”, en 2011, el problema persiste. Tanto así que en 2015 el gobernador del Banco Central, Lamido Sanusi, acusaba a la estatal Nigerian National Petroleum Corp., de saquear sistemáticamente sus enormes ingresos. Pero el gobierno atribuye la situación a la guerrilla en el Delta del río Niger.
Otros que han expandido sus operaciones al robo de combustible son los grupos criminales de Brasil. Así lo advertía la organización de análisis del crimen organizado, InSight Crime, en abril de 2017.
En 2016, la fiscalía desmanteló una banda que operaba en Río de Janeiro y logró sustraer 14 millones de litros de combustible que vendía en el mercado negro y a estaciones de servicio.
Al persistir ese delito, en diciembre pasado unos 60,000 litros de crudo se derramaban en la bahía de Guanabara de Río. El robo al oleoducto de Transpetro, filial de Petrobras, ocasionaría un derrame de 4 kilómetros que afectó fauna y manglares del río Estrella informaba O’Globo.
Es paradójico que tal hurto se diera en Irak, custodiado por tropas de Occidente. En 2014, el grupo terrorista Estado Islámico (EI) alcanzaba su auge y robaba el finísimo petróleo iraquí. Lo drenaba hacia petroleras occidentales desde Siria como mostraba en 2017 un video del Ejército iraquí.
“¿Quién compra petróleo al EI?”, preguntaban en The Guardian, Fazel Jawramy y Luke Harding. Su investigación reveló que el crudo robado de una decena de campos, se contrabandeaba a Turquía y Jordania.
Otro caso de avidez por energía es la constante agitación en el mar del sur de China, que poseería importantes de crudo y gas. Ahí, China, Japón y Filipinas aspiran a explotar esas reservas y preparan su industria para ello. Veremos si en el futuro los reclamos de esos países sobre los yacimientos no desembocan en conflictos.
Que al mercado llegue combustible, producto de fraudes y ordeñas, sólo se explica cuando la larga mano criminal es sostenida por una política indecente.