¿Quién paga el precio de la democracia?

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Grecia celebró dos mil quinientos veinticinco años de haber dado a luz la idea de la democracia. Fue en 507 a. C. cuando los radicales atenienses espontáneamente se levantaron en armas y expulsaron tanto al tirano como al ejército de la vecina Esparta, que la mantenía en el poder.

En ese mismo instante los atenienses inventaron una forma de gobierno que inspiró de tal manera a los ciudadanos que no sólo dominaron el contraataque de Esparta, sino que hicieron de Atenas una gloriosa ciudad: la más próspera, culta y poderosa sobre la tierra.

Registra la historia de las civilizaciones que Atenas practicaba una democracia tan pura como ninguna otra ha existido jamás. Todos los ciudadanos tenían los mismos derechos. Era absoluta la libertad de expresión. La ley era la voluntad del pueblo. El poder rotaba entre los diversos partidos. Se consideraba sagrado el deber de votar, al grado que el día de elecciones los empleados acudían a ejercer su derecho al voto con la certeza de que recibirían su sueldo íntegro, de la misma manera que cuando eran requeridos como jurado en los tribunales de justicia.

Pero no todo era color de rosa.  La primera democracia no era para todos. Sólo los hombres nacidos en Atenas, de padre y madre atenienses, podían ser ciudadanos. A la mujer -nacida o no en Atenas- le era negada la ciudadanía, y no tenía ningún derecho. No se le permitía asistir a reuniones políticas, mucho menos participar en ellas.  Una mujer podía ser considerada diosa, pero jamás ciudadana. ¿Y qué decir de los esclavos?  Un esclavo era “incapaz de decir la verdad, excepto bajo tortura”. El trabajo bestial que desempeñaban los esclavos permitía a los encumbrados atenienses el suficiente ocio para refinar el concepto de libertad.

mujeres y democracia
Ilustración sobre el gineceo, espacio destinado a las mujeres en las grandes casas griegas (Tomada de: Clases Historia).

Si analizamos al pueblo ateniense a dos mil quinientos veinticinco años de distancia es obvio que tenía fallas considerables. Pero nadie puede negar que fueron los atenienses quienes concibieron la idea más poderosa en la historia política de la humanidad: la finalidad de todo gobierno no debe ser regir, sino servir al pueblo.

Kelístenes, el primer dirigente de la nueva democracia, abolió la nobleza: setecientas familias habían dominado la vida pública de Atenas desde tiempos inmemoriales. Luego creó diez tribus, a las cuales asignó tierra, jurisdicción y representación equitativa en el gobierno. Los cargos públicos eran por tiempo definido. Introdujo el voto secreto. Efectuaba purgas periódicas para mantener actualizada la lista de votantes. Pero después de doscientos años, la primera democracia mostró señales inequívocas de decadencia.

Un análisis reciente en una urna milenaria ha desentrañado pruebas de corrupción: mediante un sofisticado equipo se ha podido comprobar que catorce personas emitieron ciento noventa votos. El ocio y la vida licenciosa carcomieron los valores morales en los cuales se había sostenido la democracia. Los  votantes eran frágiles. Se dejaban enardecer por un buen orador sin escrúpulos: lo mismo votaban por desterrar a un héroe, como por declarar la guerra a supuestos enemigos. Habían caído en los delitos más nefastos de una democracia: la irreflexión y la irresponsabilidad.

En México hemos decidido tener voz en la determinación de nuestro destino, pero aún no hemos aprendido a respetar la pluralidad. Nos acostumbramos durante muchísimos años a ser conducidos por gobernantes impuestos, en cuyos hombros descansaba el futuro de los mexicanos, dada la muy particular y plenipotenciaria manera de gobernar tradicional en nuestro país.

mexicanos

Nuestro sistema gubernamental se enfrenta a una nueva realidad cambiante, dinámica, que le obliga a modernizarse, so pena de morir.  Llegó el día anhelado en que las elecciones han sido del pueblo. Sin embargo, no hemos saboreado aún los frutos de la democracia. La cultura constituye el núcleo mismo de la democracia al manejar la resolución de conflictos a través del diálogo y del consenso. Por lo tanto, la cultura es esencial para comprender y definir el conflicto, así como para resolverlo.

Las naciones que optan por un gobierno democrático pagan un precio muy alto en educación. La pluralidad lo exige. La educación es una defensa contra toda exageración social y política, aún religiosa: evita la violencia y disciplina a la persona a pensar antes de actuar.

El tomar con las manos las riendas del propio destino cuesta mucho: educación, disciplina y respeto. ¿Cuántos estamos dispuestos a pagar el precio de la democracia?

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ERNESTO AVILA

Felicidades, los pueblos educados son más libres y a la larga más prósperos y democráticos.

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