Visita al presidente legítimo

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Antes era la casa de campaña, ahora ha sido rebautizada y readaptada como casa de transición. El inmueble ubicado en la calle Chihuahua de la colonia Roma, desde donde despacha el virtual presidente electo, es ahora un punto neurálgico de operación política en México y uno de los más concurridos también. Las visitas no se limitan al Secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo. Desde el dos de julio, horas después de que finalizaran las elecciones, cientos de personas han acudido a la casa de transición. Las filas las forman ancianos, niños, líderes políticos nacionales e internacionales, madres y padres de familia, damnificados, agraviados. Buscan ver al próximo presidente, darle un regalo, hablar con él, felicitarlo, pedirle ayuda. En un país como México no es difícil hacer filas de víctimas, ignorados y maltratados. Lo que sí es nuevo es el interés de esos agraviados por aproximarse a la clase política para solicitarle ayuda para resolver sus problemas, y que eso ocurra sin expectativas de corrupción.

Andrés Manuel López Obrador se ha convertido en un interlocutor válido. Millones de votos para él y su partido lo respaldan. Los visitantes de la casa de transición creen que es la persona que puede resolver su problema, o que al menos es suficientemente digno de confianza como para planteárselo y esperar una solución o, en el peor de los casos, al menos un diálogo. En otras palabras, después de doce años, Andrés Manuel ahora sí cuenta con una legitimidad indiscutible para la mayoría de los mexicanos. Esta vez el dilema es otro, y consiste en saber qué hará con esa legitimidad. En el 2000, Vicente Fox derrochó una legitimidad muy parecida a la que actualmente goza el próximo presidente. Fox fue incapaz de reconocerla y torpe para manejarla o ponerla al servicio de un proyecto político digno.

visita delegación de EU
Mike Pompeo, casa de transición de López Obrador (Foto: Octavio Gómez / Proceso).

Andrés Manuel no es Fox. Difícilmente derrochará esa legitimidad, pero su reto también es mayor: la presidencia de AMLO le exige transferir esa legitimidad a las instituciones, las mismas que hoy no son creíbles ni confiables para quienes hacen filas a las afueras de la casa de transición. Esos que hoy acuden a la colonia Roma para pedir justicia, difícilmente lo harían en el Ministerio Público, y la razón les asiste. Sin embargo, la aspiración se dirige a invertir esa ecuación. El reto no es sencillo porque, aún hoy, México es un país con tradición presidencial, incluso a pesar de que los gobernantes de las últimas décadas nos hallan dado excelentes razones para desconfiar de ellos.

Ante las largas filas, Andrés Manuel designó a una persona de su equipo, Leticia Ramírez, para atender a las personas que hacen filas en la banqueta. Para agilizarlo, se creó un formato que los peticionarios llenan explicando su saludo, felicitación, petición, necesidad, reclamo, etcétera. Carmen Jaimes, reportera de Televisa, realizó una excelente crónica de estos casos y detalló el testimonio de Génesis, de once años y nacida en Estados Unidos, pero de padres mexicanos, quien fue a pedirle un cambio positivo para México. O Margarita, anciana que viajó con su silla de ruedas desde Chiapas para regalarle una guayabera y pedirle ayuda para recuperar su casa. O Sandra, quien pide amnistía para su sobrino quien fue acusado de un delito que, dice, no cometió.

En el 2006, Andrés Manuel decidió encaminar la protesta hacia convertirse en lo que él llamó presidente legítimo. El problema de fondo no era quién es el presidente legítimo, sino quién da o quita la legitimidad. En aquel entonces, ni las instituciones ni los votos fueron capaces de resolverlo y el país se encaminó dividido. Ahora la historia es diferente. Si bien uno de cada dos votos no fue para AMLO, la contundencia de su victoria se consolida con el hecho de que hablamos del presidente más votado de la historia del país. Si AMLO aspira a pasar a la historia como un buen presidente, tal y como lo ha dicho él mismo, buena parte de ese legado residirá en trasladar efectiva y pacíficamente la legitimidad que hoy reside en su persona hacia instituciones concretas. El sexenio por venir debe ser aprovechado para deshacernos de la tradición del líder carismático, encarnado en un buen presidente, y comenzar a fincar legitimidad en instituciones de gobierno responsables, confiables y eficientes.

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