Navidad: el mundo entre dos perspectivas

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Llega el 24 de diciembre y con ello la humanidad a través de una amalgama de luces multicolores, el encuentro familiar y la realización de diversas actividades religiosas, con creencias distintas en deidades, de acuerdo a los más variados contextos culturales, convirtiendo los diversos microespacios en pequeños reductos para la diversión y la “locura” de la mercadotecnia del consumo; y otros, para la consolidación de lazos familiares y reavivar la fe en la conmemoración de hace más de dos mil años del nacimiento de Jesucristo.

Sin duda ésta es una fecha en la que, al parecer, el simbolismo heredado desde las primeras generaciones de cristianos del primer milenio, celebraban el advenimiento del Mesías, contagian a nuestras sociedades y la nostalgia invade los pequeños o grandes sitios de reunión. Al parecer, en la celebración de esta efeméride, todo se alinea a los propósitos de armonizar y “descansar” de todas aquellas fatigas a las que nosotros como seres humanos nos vemos sometidos cada día, a raíz de las diversas tensiones sociopolíticas y económicas que parecen no dar tregua a las ambiciones de “hombres de buena voluntad” que se empeñan en construir sociedades prósperas pero equitativas.

Ciertamente la serie de distractores que enfrentamos cada día impide que haya soluciones genuinas y respuestas empáticas a las preocupaciones de nuestro prójimo, y precisamente en mi opinión, ésta es una oportunidad para “renacer”, en cuanto al compartir con “el otro” entendamos sus necesidades y su percepción del mundo que le rodea, pero que además posibilita un reencuentro con nuestro propio ser, en tanto somos auténticos seres humanos cuando nos “acercamos”, en vez de “alejarnos” de aquellos que no pueden “pagar” nuestras atenciones.

Navidad.
Imagen: Navidad.

Desde las fiestas mexicanas conmemorativas a la fecha, bajo la algarabía de las piñatas, fuegos infantiles diversos, las pastorelas y posadas, hasta la celebración de diversas expresiones de fe traídas desde Belén (ciudad de Palestina, en la región de Cisjordania), en donde estas tradicionales manifestaciones interculturales las experimentan ciudadanos de diversos orígenes nacionales que buscan reencontrar o descifrar el significado del misterio del nacimiento de Jesús. De esta manera, cada año surge esta celebración en esa concéntrica región de Oriente Medio y que a mi parecer tiene que ver con la aceptación a priori de la necesidad de adherirse a un mediador entre Dios –sea entendido según cada cultura– y los hombres. Esto tiene que ver, en consecuencia, con la regla no escrita en el mundo secular en el que todo está precedido y predeterminado por los valores del liderazgo, creándose una suerte de necesidad por la búsqueda de un líder para coordinar y encausar proyectos tan complejos y comunes a la humanidad, como los que actualmente sufrimos en muchos países: la lucha contra la violencia del crimen organizado, la destrucción de los hábitats naturales-sociales, producto del abrumador impacto del cambio climático –y debido a nuestras endebles infraestructuras de contención–, y la ingente necesidad de reestructurar los cuadros políticos que se han venido convirtiendo en dinastías, lo cual sólo prolonga visiones simplistas y, por tanto, soluciones fragmentadas en la administración de las “vidas”.

En conclusión, la Navidad es un legado de paz, mansedumbre y entendimiento a la humanidad, en tanto nos preocupamos por reinstalar entre nosotros principios básicos como “Así que, traten a los demás como les gustaría que los trataran a ustedes” (Jesucristo); y, un poco más cercano a nuestra generación, “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez). Por lo cual, la Navidad es, en mi opinión, la necesidad impostergable e inacabada que como humanidad tenemos de hacer germinar la paz, y que cada año contribuya a una reconciliación de las más diversas y variadas filosofías existenciales.        

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