México importa más del 80% de arroz que consumimos, procedente de Asia, pero ahora Bangladesh comenzará a cultivar “arroz dorado” con semillas transgénicas adicionadas con vitamina A. De manera que México comenzará a consumir más arroz genéticamente modificado, ya sea a través de granos o de alimentos procesados. Por eso nosotros deberíamos impulsar el estudio de semillas transgénicas más adecuadas a nuestras necesidades.
En Bangladesh, gran parte de la alimentación es el arroz, pero éste carece de vitamina A, o del pigmento beta-caroteno (β-caroteno) que es la fuente principal de esta vitamina, lo cual implica que el 21% de los niños tengan sistemas inmunes deficientes y un porcentaje significativo padezca ceguera.
En 1990 dos científicos alemanes, Ingo Potrykus y Peter Beyer, modificaron genéticamente el arroz blanco para adicionarle vitamina A. Por nombrar un ejemplo, alimentos como las zanahorias son ricas en esta vitamina, de allí su color naranja brillante y que el nuevo arroz sea de color dorado. Las personas de Bangladesh que adicionan a su alimentación los camotes amarillos, sustituyen la falta de vitamina A. En el caso del arroz dorado, se modificó la ausencia de este nutriente agregándole genes ¡del maíz! que le dan el hermoso color que lo caracteriza.
Antes de acreditar su masificación, el Instituto de Investigación del Arroz de Bangladesh probó su cultivo para garantizar que no tuviera efectos nocivos para la salud y contuviera los nutrientes del arroz blanco, sumado a la vitamina A asimilable. Por su parte, los detractores del arroz dorado argumentan que si, además de arroz, los habitantes de Bangladesh comieran espinacas u otros alimentos ricos en vitamina A, no sería necesario sembrar este tipo de arroz, ya que se corre el peligro de convertirse en una hierba.
Es una lástima que en México no exista apoyo serio para la bioingeniería, y por supuesto que con la supervisión constante de comisiones revisoras. El calentamiento global está aquí para quedarse. Somos demasiados y los recursos naturales no alcanzan. En México aumentarán las sequías y se extenderán los desiertos. Si hiciéramos investigación para mejorar el maíz, de tal suerte que fuera más resistente a la falta de agua y a la salinidad del suelo, podríamos ser un país más independiente. Los campesinos tendrían la posibilidad de contar con semillas acordes a las condiciones que se avecinan: inundaciones o sequías, nuevas enfermedades y plagas. Desde luego, habría que asegurarse de que las semillas genéticamente modificadas no puedan perjudicar a quienes las consumimos.
Sin duda pienso que es mejor mantener la biodiversidad, analizar las bacterias fijadoras de nitrógeno y los nutrientes que se requieren para cada tipo y suelo. Soy consciente que los tiempos de la ciencia son largos. El calentamiento global tendrá impactos importantes en una década, y la biotecnología disminuye el tiempo de adaptación de los cultivos a condiciones cambiantes.