Aunque haya quien siga llamando a nuestra época la Era de la tecnología, ésta, la tecnología, es consustancial a la historia humana. Sin ella, viviríamos aún en cuevas.
A cada época le corresponde su propia revolución tecnológica.
Sin el telescopio de Galileo en el siglo XVII, y sin la combinación de lentes que ideó Kepler, tal vez, como el propio Kepler, tendríamos que conformarnos en indagar sobre el cielo a partir de su reflejo en el agua.
Para ambos, y muchos inventores más que para el siglo XVIII habían abierto ya la puerta a un tipo de conocimiento más amplio, debemos en buena medida, que el primer novohispano que le dio la vuelta al mundo lo hubiese hecho sin haber salido nunca de su suelo natal. Se llamaba, Carlos de Sigüenza y Góngora.
En este camino se atribuye a Carl Sagan, el gran divulgador norteamericano de la ciencia, la aseveración de que la “imaginación nos lleva a mundos en los que no estuvimos nunca”.
Cabalmente cierto en más de un sentido. Imaginar es una facultad radicalmente humana. Sólo los seres humanos somos capaces de llevarla a cabo.
Y con ello, nos ha sido dado, no solamente a recrear lugares no conocidos, sino también idear nuevos objetos y posibilidades para el mundo existente.
Una definición un tanto acartonada, y cada vez más anacrónica, de la tecnología suele describirla como un mero resultado del avance científico.
La tecnología, empero, y lo que representa excede con mucho esa definición que la sitúa cual arista de la ciencia.
Una epistemología de lo tecnológico abre, así, un sendero en el que lo tecnológico, se muestra capaz de desarrollar nuevo conocimiento.
Indiscutible es, pues, el papel que la tecnología juega para alentar la imaginación y, con ello, suscitar a la vida misma de un impulso que rebasa la pura sobrevivencia.
Encarnada en la herramientas, los objetos, que es capaz de producir, la tecnología no es menos la forma visible de lo que alguna vez alguien imagino como algo posible.
La capacidad misma de soñar con algo, es una forma ya posible de lo imposible.
Todo cuanto existe como producto de lo humano fue, en algún momento, el sueño de alguien, más vale no olvidarlo.
Así, la figura del inventor ha estado ligada de forma históricamente íntima a la del genio. Nadie, quizá, en esa ruta tan fascinante como Leonardo da Vinci, cuyo gigantismo lo hizo además artista.
En el horizonte de lo nacional, o de lo que con el tiempo lo sería, se reconoce en Carlos de Sigüenza y Góngora al primer genio del trasiego que nos llevó de lo novohispano a la construcción de un nuevo país que luego se llamó México.
Historiador, lexicógrafo, “cosmógrafo y catedrático de matemáticas del Rey nuestro Señor en la Academia Mexicana”, como se le reconociese en la sociedad novohispana, Sigüenza y Góngora crea, reflexiona, descubre, discute entre los aportes tecnológicos de su época.
Tan es así que para 1690 es capaz de presentar el libro en el que describe una vuelta al mundo, sin haber salido él, el propio Sigüenza, nunca de la Nueva España.
Bajo el largo título de Infortunios que Alonso Ramírez natural de la ciudad de San Juan de Puerto Rico padeció, así en poder de Ingleses Piratas que lo apresaron en las Islas Filipinas como navegando por sí solo, y sin derrota, hasta varar en la Costa de Yucatán: Consiguiendo por este medio dar vuelta al Mundo. Descríbelos Don Carlos de Sigüenza y Góngora Cosmógrafo, y Catedrático de Matemáticas, del Rey Nuestro Señor en la Academia Mexicana, el gran sabio y genio se vale de la tecnología para contar un prodigio por partida doble.
En el que quizá es el libro con el mayor número de lecturas entre toda su obra, asido de no más que de aquello que la tecnología al servicio de los navegantes y cartógrafos había aportado para finales del siglo XVII, Sigüenza emprende el viaje imaginario que su personaje sufre alrededor de todo el mundo.
Cual motores de la imaginación y las realizaciones humanas, deseo, memoria y necesidad, en un orden que va alterándose sin parar a lo largo de toda la historia de lo humano, dirá Carlos Fuentes, muchos siglos después a Sigüenza.
Llamativo resulta así el que en su origen, Los infortunios de Alonso Ramírez, el nombre corto con el que se conoce el libro de Sigüenza, el volumen estuviese relacionado con las loas que a la aparición de la Virgen de Guadalupe dedicaron los criollos novohispanos.
Un asunto de fe, pues. Un asunto de deseo, memoria y necesidad también.
Pero no menos, un asunto de apropiación de las herramientas tecnológicas disponibles. Una prueba, una más, del modo en que lo tecnológico no solo proporciona un hacer de época, sino también, y por sobre todo, un saber, un imaginar, un desear.
En Sigüenza, el cuerpo y el alma de una nación que, bajo el designio de una aparición milagrosa, el de la Virgen de Guadalupe, patrona del futuro país, comenzaba a asomar.
Un avistamiento de lo que sería nuestra nación.
Nada menos.