Cuando empiezo a escribir este artículo, ya han pasado 10 días desde que comenzara a nevar en Madrid. El primer aviso llegó el jueves 7 de enero al mediodía. Aquel día la nieve no llegó a cuajar. El viernes por la tarde y casi todo el sábado la historia fue completamente distinta. La nieve alcanzó hasta medio metro de altura, dejando la ciudad intransitable para automóviles. Varios autobuses y coches particulares se quedaron varados en las principales vías de la ciudad como, por ejemplo, la M-30 que viene a ser el periférico local. Además, muchos árboles de hoja perenne cayeron por el peso de la nieve o, al menos, perdieron varias de sus ramas, haciendo que transitar las calles en los siguientes días, se convirtiera en una labor de riesgo. Era tanta la nieve que hubo techos que se desplomaron o perdieron sus canalones. Algunos conductores tuvieron que esperar hasta 16 horas para poder llegar a sus casas. Aquellos días se pudo ver a esquiadores recorriendo esas avenidas como si estuvieran en los Alpes. Una imagen que dudo volver a contemplar en mi vida. Posteriormente, esa nieve se convirtió en hielo.
A partir de ahí, las autoridades y los ciudadanos han buscado quitar la nieve y las ramas caídas y retomar la normalidad en la ciudad. Por fortuna, todos los días ha lucido un sol espléndido, aunque las bajas temperaturas han impedido un mayor deshielo. Poco a poco se han vuelto a hacer transitables las principales vías de la ciudad, así como sus aceras. Sin embargo, al día de hoy son varias las calles que se mantienen cubiertas por un manto blanco. Amén del peligro que conlleva para los peatones y la imposibilidad de sacar el coche del garaje, este obstáculo deslizante conlleva otro problema de salud pública: la imposibilidad de recoger la basura.
De esta forma, los contenedores se han convertido en montañas de bolsas de basura. Además, los primeros días ir al hospital era una auténtica odisea tanto para enfermos como para médicos. Por otra parte, los niños que tenían que volver a clase el 11 de enero, se han tenido que quedar en casa, lo que conlleva que al menos uno de los progenitores tenga la obligación legal de quedarse con él. Afortunadamente, en estos tiempos de pandemia se ha popularizado el teletrabajo o home office y hay mucha comprensión por parte de los patronos. Sin embargo, es un hecho, no todo el mundo puede realizar sus labores desde el hogar, lo cual es otro problema añadido.
Ante el caos ocasionado por el fenómeno atmosférico, se ha producido una competencia por parte de nuestros mandatarios, por ver cuál decía la mayor absurdidad. El alcalde de Madrid, el popular Martínez Almeida, dijo que ninguna ciudad estaba preparada para una nevada de esta categoría. Entonces, él pensará que en Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca e Islandia nadie trabaja durante el invierno y se quedan confinados en sus domicilios. El Ministro de Transportes, el socialista José Luis Ábalos, dio como única explicación que no esperaban un temporal tan fuerte. Me pregunto qué esperaba entonces el Ministro: ¿El autobús? Finalmente, la presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso, quien cree que la mejor defensa es siempre un buen ataque, acusó a los meteorólogos de no haber avisado de la precipitación. Lo cierto es que una semana antes del fenómeno atmosférico, ya sabíamos que iba a caer una nevada histórica.
Como decía al principio de este artículo, han pasado 10 días desde que comenzó a nevar y los niños aún no han regresado a clase, la basura se sigue amontonando y muchas calles siguen tomadas por el hielo. Es cierto. Esta ciudad no está preparada para una nevada de estas proporciones y sería absurdo que se hiciese acopio de muchas máquinas quitanieves para una situación que se presenta cada cincuenta o cien años. Sin embargo, el problema no radica en la ausencia de medios, sino en la falta de previsión por parte de los dirigentes. Dicho sea de paso, sospecho que este problema es más universal de lo que se pudiera creer a simple vista. A principios de año, cuando veíamos cómo Italia se convertía en el principal foco de la enfermedad, el gobierno permitió el desplazamiento de aficionados del Valencia a Milán que, por aquellos días, era el lugar más castigado de Europa por la pandemia. Además, se siguieron permitiendo todo tipo de eventos deportivos y culturales, así como manifestaciones, y el transporte público continuaba atestándose un día sí y otro también. El resultado ya lo sabemos.
El problema, independientemente de lo contagioso de la enfermedad o de lo tupido de la nevada, pareciera ser la total falta de previsión por parte de los mandatarios. La impresión que uno saca de sus procederes es que esperan a que se presente el problema para reaccionar. Y claro, a esas alturas, el problema se ha multiplicado de tal manera que su solución requiere de medidas drásticas y de mucho tiempo. En el caso que nos ocupa, unas dos semanas, si los meteorólogos vuelven a acertar, y llueve a media semana.
Me despido desde estas gélidas tierras, esperando no tener que hablar en mi próximo artículo de una inundación fruto de las cuantiosas lluvias y de la inoperancia de nuestros responsables políticos.
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