En días recientes hemos tenido muchas discusiones sobre el pobre crecimiento económico en nuestro país, y pareciera ser que el pesimismo nos invade porque se ha reportado un crecimiento de 0.1% en el primer semestre del año.
Sin embargo, quizá por el temperamento alemán, pero vi mucho más moderada la actitud de la prensa teutona, en un viaje reciente que tuve la oportunidad de hacer. En este mismo periodo, ellos reportan un decrecimiento de 0.1% por ciento, pero incluye un decrecimiento de 8.0% de sus exportaciones y un 5.2% de decrecimiento de su producción industrial. Esto es pleno reflejo del impacto de la desaceleración que ha tenido el crecimiento global, y si volteamos a toda la región latinoamericana, se reporta un 0.5% de crecimiento.
En el entorno que nos corresponde, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, ha hecho que seamos el primer socio comercial del primero, y la fortaleza de su crecimiento nos ha mantenido a pesar de los impactos domésticos que se han manifestado en la transición política. Pero estos vientos a favor no necesariamente pudieran acompañarnos por mucho tiempo, ya que esto ha impactado el desempeño de las bolsas, y la producción industrial se ha ido desacelerando así como las ventas de automóviles. Esto aparejado a la reducción de las tasas de interés que, por primera vez en una década, hace presagiar que los vientos de desaceleración pudieran llegar antes de lo esperado, a pesar de que entraremos en procesos de elecciones y lo cual quizá no es lo que el presidente Trump quisiera enfrentar; sin embargo, Estados Unidos tiene una exposición mayor dado que su actividad exportadora es de tan sólo 12% de su PIB. Tal porcentaje no le impacta tanto como a China y a Alemania que dependen en mayor medida de su mercado internacional.
Asimismo, por primera vez tenemos el escenario de la inversión de la curva de rendimientos y no caemos en una recesión. No obstante, todas las recesiones han estado antecedidas de una curva de rendimientos inversa.
“Los mercados suben en escalera, y bajan en ascensor”, dice el economista Alberto Bernal-León, quien pronostica una mayor incertidumbre y volatilidad, ahora que el tema político electoral en la Argentina afectó los tipos de cambio y las bolsas de los países emergentes latinoamericanos. A pesar de esto, la semana pasada, el Banco de México bajó la tasa de referencia en 25 puntos base, consciente del impacto en el financiamiento y en la inflación que las tasas altas han tenido en nuestro país.
Con frecuencia, mis conocidos me hablan sobre la expectativa económica que veo para adelante; la realidad es que no tenemos una bola de cristal, pero creo que es importante saber, aparejadas a la volatilidad y a la incertidumbre, hay datos adicionales que debemos tomar en cuenta, y no entrar a un nerviosismo excesivo en momentos de desaceleración, recesión o vaivenes económicos.
Sin duda, el PIB y las cuentas nacionales corresponden al mundo del hard data (datos duros) que se tienen que observar. Baste recordar que el PIB es la suma de todos los bienes y servicios que produce un país. Pero esta “contabilización” tiene algunos problemas si se toma como el único indicador de crecimiento, ya que hay algunos datos que no son incluidos simplemente porque no se pueden contabilizar ni conocer. Por ejemplo, los bienes de autoconsumo o la “economía sumergida”, o cuando un bien pasa de ser “de paga” y se abre a una oferta “gratuita” (que es la base de la nueva economía); esto, por ejemplo, no beneficia al PIB, pero otorga mayor bienestar a una población (como cuando llegó WAZE, donde no necesariamente se paga por el servicio, pero mejora la calidad de vida de la gente de una ciudad al evitar el tráfico).
Diversas organizaciones han tratado de desarrollar indicadores que capturen un espectro más amplio de las variables que se consideran importantes para la calidad de vida. Entre dichos esfuerzos está el Índice de Desarrollo Humano, los Índices de Calidad de Vida de la revista International Living Magazine y de la “Intelligence Unit” de The Economist.
Ello no supone objeción alguna para el PIB, pues sólo pretende ser un indicador de bienestar material. El problema surge cuando existen razones fundadas para pensar que el PIB también tiene dificultades para representar el bienestar material de los ciudadanos. Y el principal problema que presenta el cálculo del PIB está en las variaciones de calidad de los servicios. Hace décadas, los servicios representaban un porcentaje reducido de la producción mundial. Hoy en día, en la mayoría de los países desarrollados el porcentaje del sector terciario oscila entre 60% y 70%. Además, el avance tecnológico ha aumentado el ritmo al que se suceden las mejoras de calidad, tanto en bienes como en servicios.
El asunto es de tal importancia para la política económica que el gobierno de Estados Unidos constituyó en 1995 la Comisión Boskin –formada por Michael Boskin, Ellen R. Dulberger, Zvi Griliches, Robert Gordon y Dale Jorgenson–. La comisión concluyó en su informe final que, de las cuatro fuentes de sesgo en el cálculo del PIB (sesgo de sustitución, sesgo de sustitución de rebajas, sesgo por el cambio en la calidad y sesgo de nuevos productos), la mayoría correspondía a la incapacidad para medir parte del aumento en la calidad de bienes y servicios (eficiencia energética, menor necesidad de reparación, mejor diseño, etc.).
El Producto Interno Bruto (PIB) se ha convertido en el indicador más utilizado para medir la riqueza de los países, el crecimiento económico de los mismos y su bienestar. Sin embargo, ¿es el indicador más adecuado para ello? Desde sus inicios, el PIB ha sido diseñado como una herramienta para cuantificar la producción de las distintas economías, y es relativamente efectivo en ello.
Pero, recuerdo el caso aún reciente de Irlanda en el 2015. Su PIB creció de súbito un 26%, básicamente por la transferencia de Apple de Estados Unidos, a ese país, de sus derechos de propiedad intelectual, algo que en principio parecía notable. Sin embargo, esto no les trajo ningún aumento en su recaudación fiscal y tuvo un impacto marginal en la tasa de desempleo (que en ese periodo tuvo una mejoría de únicamente 1.5%).
Es así que, con todo lo expuesto, el PIB no es un buen indicador para medir el bienestar. El PIB es muy útil para medir la producción de una economía, pero por sí mismo y de forma aislada no es nada adecuado para evaluar el bienestar de la población o su desarrollo. Vamos a repasar algunas de las que creemos que son sus principales críticas como indicador del bienestar de un país:
- El PIB per cápita: su problema aquí es que este indicador tampoco nos indica de qué manera el ingreso se distribuye entre los ciudadanos de un país.
- Actividades no remuneradas (pro bono): el ejemplo más típico es el trabajo que efectúan las personas en el hogar. El trabajo doméstico no se incluye en el cálculo del PIB porque no tiene valoración en el mercado. Sin embargo, si alguien paga por él, contratando a un asistente del hogar, este sí aparece reflejado. Con el trabajo voluntario o con las actividades de trueque ocurre que el PIB los ignora.
- La economía informal o sumergida: se escapa de la contabilidad del PIB. Esto corresponde a actividades que no son declaradas al sector público con el objetivo de evitar el pago de impuestos y, por lo tanto, no consta su existencia; pero no quiere decir que no se lleven a cabo ni de que, de pronto, haya más empresas formales que cierren y se transformen en informales. Si esta economía saliera a la luz y pasara a ser considerada por el PIB, éste se incrementaría en varios puntos porcentuales.
- El PIB no mide el nivel de desarrollo de un país: así como tampoco la calidad o el nivel de su sistema educativo o de su sanidad. La calidad de vida en general tampoco es medible por el PIB, aunque es cierto que los países con un PIB por habitante más elevado pueden permitirse mejores servicios de sanidad o educación, así como mejor infraestructura y servicios en general.
- No mide el estado del medio ambiente ni los daños causados en él o en los recursos naturales por la actividad económica desarrollada. En otras palabras, el PIB no informa de las externalidades, esto es, no refleja la totalidad de los beneficios y costos sociales derivados de la actividad económica. Esto es grave porque no permite ver si dicha actividad es sostenible durante el tiempo –como el turismo–, y si ésta no entrara en declive pronto por agotamiento de los recursos ecológicos.
- El PIB tampoco mide la calidad de los bienes y servicios producidos. Las cifras del PIB sólo son números que no tienen en cuenta qué se está produciendo exactamente o cuál es la calidad de lo producido. Esto impide, por ejemplo, comparar la producción entre distintas épocas.
- Ignora el valor de elementos que contribuyen a mantener el nivel de bienestar de la población, como el ocio o la libertad. En los países más libres o en los que sus habitantes tienen más tiempo de ocio y mejores opciones para invertirlo, el bienestar es mucho mayor.
- Las operaciones de comercio electrónico así como las remesas, tampoco son consideradas en buena parte, dentro de lo que corresponde, dentro del PIB.
Como se observa, el PIB presenta importantes limitaciones que lo convierten en un indicador de eficiencia cuestionable para medir el bienestar de la sociedad.