Como mencionaba en la entrega anterior, los grandes asesinos de la humanidad, los que ocupan el primer y segundo lugar, han sido –y parece que están en la posibilidad de seguirlo siendo– los virus y las bacterias. El tercer lugar, somos nosotros, los propios seres humanos que atacamos a la especie y su supervivencia de muchas maneras. Las creencias, los dogmas y la separación de los grupos hacen que todos busquemos etiquetas que nos identifican con unos y nos separan de los otros de manera que se justifica no buscar el bien común. Funcionamos como un cuerpo en el que el estómago ataca al cerebro porque no cree lo mismo que él, o en el que el hígado desconoce al páncreas porque no se somete a sus exigencias. Cuando eso pasa en el organismo de una persona, el desequilibrio representa enfermedad. Lo correcto y lo deseable sería que se mantuviera un equilibrio que permitiera a cada uno de los órganos, tejidos y células desarrollar su función sin contratiempos en un perfecto mecanismo anatómico y fisiológico.
Si pensamos en Gaia (Planeta Tierra) como un organismo vivo, podemos analizar cómo es que llegamos hoy a esta crisis que nos mantiene en aislamiento físico. Además podemos valorar el hecho de que este confinamiento puede volverse un área de oportunidad. Tú te preguntarás, ¿de qué manera? ¿De plano este hombre ha perdido la chaveta? Pues no, es justo en estos momentos que nos ponen en situaciones límite que lo mejor y/o lo peor de nosotros como individuos y como seres sociales, sale a la luz, es decir, en estos tragos amargos es cuando la gente saca el cobre a relucir.
Vamos a ver, lo primero que parece necesario es que no se debe perder de vista que la actitud y presencia de ánimo con la que enfrentemos la circunstancia del COVID-19 es una elección. ¿Te sorprende? De verdad espero que no, sin embargo, revisemos el punto. Nosotros podemos amargarnos, azotarnos contra las paredes, llenarnos de ansiedad y angustia o arrojarnos al fondo de un barril en franca depresión y abandono, o también podemos no hacerlo. Al no hacerlo estamos tomando una decisión de poner mi mejor cara ante los hechos y disfrutar el aquí y el ahora, valorando las bendiciones que tenemos y aprovechándolas. Instalarse en la nostalgia o futurear son patrones de pensamiento que tenemos establecidos desde una omnipotencia antropocéntrica que nos hace sentirnos, como diría José Alfredo Jiménez, “el rey de todo el mundo.” Pues ya está visto que no es así.
Un virus, es decir, un elemento de la naturaleza que ni siquiera se considera un ser vivo porque está formado solamente de proteína, lípido y RNA, puede poner todo nuestro autoconcedido poder contra la pared. Entonces, la situación actual nos permite, con inteligencia y sensibilidad, evaluar la realidad de lo que ser un humano representa. Nosotros, los seres humanos somos sólo una parte más de un ecosistema superior al que hemos atacado y que pareciera que, con un mecanismo de autorregulación que no alcanzamos a comprender, hace limpia de la plaga más destructiva de la homeóstasis del planeta. Sobrevivir hoy debe ser un compromiso de la humanidad con todos los reinos establecidos en la biología (animal, mineral y vegetal), el cielo y la tierra como parte de una misma máquina que, si no cuidamos y aceitamos correctamente, tenderá a su propia destrucción.
Una de las maravillas de la lógica y capacidad de raciocinio de nuestra especie son el pensamiento y la memoria. En el uso de estos dos elementos tenemos la capacidad de generar aprendizaje para la supervivencia de la especie. Vamos a hacer un poco de historia:
Seguramente alguna vez un médico hechicero cro-magnon tuvo que enfrentar alguna epidemia que afectaba al clan. Las aguas del río del que tomaban el agua para la subsistencia de la tribu estaba infestada de alguna bacteria por la descomposición de algún ser vivo en la parte alta del afluente. Los enfermos se contagiaban y caían postrados, algunos más graves que otros, a veces no contraían la enfermedad, mientras que otros podían tener un desenlace fatal. El reto era comprender cómo es que todos enfermaban y qué hacer para sanarlos. Danzas, pócimas, cantos y tiempo eran la única posible solución. El conocimiento empírico de la herbolaria que probablemente pudiera contribuir a mitigar los cuadros graves. Una vacuna, impensable, el sistema inmune de cada uno de los miembros del grupo debía responder y conseguir la respuesta del organismo o perecer.
Así, la historia debe haberse repetido en incontables ocasiones y en ese sinnúmero de casos se fue generando conocimiento que permitía, con base en la experiencia previa y al saber compartido de generación en generación, preservar la vida.
A partir de ahí, diferentes pestes (bubónica, negra, la propia peste como tal, cólera) causaron pandemias sucesivas de las que existen registros desde el siglo III d.C., que en mayor o menor medida ilustran las distintas situaciones que estas expresiones implicaron para la especie humana. La descripción que se hace en el libro de Samuel sobre la patología que se manifestó entonces, corresponde por sus características a una peste y, por referencias aisladas, se puede inferir que tuvo un gran alcance en su propagación. En el siglo VII d.C. se realiza la anotación de la información que permite tener conocimiento de la primera pandemia de nuestra historia. Nuevamente una peste que, al combinarse con viruela, resultó terriblemente letal. Posteriormente, entre los años 1347 al 1353, la muerte negra asoló a Europa. Proveniente de China se propagó por Groenlandia, Arabia y Egipto, es decir, territorios muy importante en el mundo “hasta entonces conocido”.
Contado así, como una historia remota, resulta un tema interesante que podría dar material para muchas películas de época, sin embargo, hoy, la humanidad se enfrenta al equivalente de aquellas epidemias. El mejor aprendizaje de entonces es que aquí seguimos, no nos extinguimos sino que hemos desarrollado un conocimiento sistematizado para el cuidado de la salud y la preservación de la especie. Así será también en esta ocasión en la que el principal reto es cuidar a los más débiles para que seamos muchos más los que logremos atravesar este trance con vida. No hay precaución excesiva, no hay prudencia innecesaria, controlar la velocidad de transmisión es fundamental. Estamos todavía en fase 2 y la inevitable fase 3 se encuentra sólo a unas semanas. Mantener el ánimo arriba, la esperanza y la fe debe se parte de las rutinas de cuidado personal para no contagiarnos ni del coronavirus ni de la depresión o el mal agüero de los apocalípticos, los políticos, los ideólogos, que aprovechan la lamentable, terrible circunstancia para llevar agua a su molino.
Éste no es el momento, lo de hoy, lo trendy, lo más vanguardista es comprender que la fuerza de la humanidad está puesta en la unión de sus integrantes para la conservación de la especie. Entonces, en lugar de restar, de estar de “malvibrosos”, abracemos en el corazón a todos los que queremos y también a los que no. La sobrevivencia de unos depende de la de los otros. Solos, individualmente, no logramos tanto como todos unidos en la manada.
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