Hace unos días, oí por casualidad parte del discurso de una diputada. No sé de qué partido era ni cómo se llamaba. Ahora me arrepiento de haber cambiado de canal para no seguir escuchando palabras que me amargaban la tarde. Sin embargo, lo poco que oí fue suficiente para romper el pacto que había hecho conmigo misma de evitar escribir sobre política y cosas peores en esta columna. En el pedazo del discurso que me hizo cambiar de opinión, la diputada defendía la postura del gobierno federal en el caso de los feminicidios.
No se puede defender lo indefendible. Basta de utilizar el pasado para justificar lo injustificable. Los feminicidios no surgieron con este gobierno. De acuerdo. La descomposición social ha sido un proceso de años. De acuerdo. Las voces de las mujeres han sido silenciadas durante décadas. Cierto. Pero no se trata de historia, se trata de lo que está sucediendo hoy en nuestro país. Del riesgo que implica ser mujer en México hoy. No es necesario ver, escuchar o leer noticias para saber que los medios no exageran. Todos conocemos a una –o varias– mujeres que han sufrido algún tipo de violencia. En el medio de transporte, en el trabajo, en la escuela, en la calle, en casa. De día, de tarde o de noche.
Las estadísticas pueden manipularse, la realidad está ahí. Los feminicidios deberían estar a la cabeza de las prioridades del gobierno. La discusión sobre los derechos de los delincuentes es válida, pero no si opaca el tema de fondo. Las víctimas se acumulan, ése es el fondo. ¿Y la primera dama, no tiene nada qué decir al respecto? ¿O a ella también la han silenciado?
También te puede interesar: Feminicidio, estadística o negación. La tentación por la reforma penal.