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Evo Morales en La Herradura

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A través de Twitter, la Asociación de Colonos de La Herradura, una colonia de clase alta en el Estado de México, se opuso “rotundamente” a que el gobierno mexicano “traiga al dictador y delincuente @evoespueblo [Evo Morales] a nuestro país, nuestro municipio y nuestra colonia”. El mensaje se anticipa a un posible hospedaje de Morales, en el marco de su asilamiento, en la “Casa Grande”, mansión que mandara construir el expresidente Manuel Ávila Camacho en el corazón del fraccionamiento al terminar su gestión presidencial. Desde hace un par de años, la Presidencia de la República solicitó la “Casa Grande” para usarla como “residencia ocasional de mandatarios extranjeros en visita oficial”, así como para “funciones propias de la Presidencia de la República”. Según el portal La Silla Rota, el inmueble ha hospedado a personalidades como Dolores del Río, Carlos Pellicer, Juan Rulfo, Orson Wells, Eleanor Roosevelt, así como a los príncipes Felipe de Edimburgo y Bernardo de Holanda, entre otros.

La Herradura es una zona residencial enclavada en Huixquilucan, municipio del Estado de México que forma parte de la zona conurbada de la Ciudad de México. El fraccionamiento está construido sobre lo que antiguamente era el Rancho de la Herradura, nombrado así por la forma que tomaba desde una vista aérea. El rancho, que le pertenecía precisamente a Ávila Camacho, fue luego convertido en zona residencial que revalorizaba los suburbios de la Ciudad de México, muy al estilo de la primera mitad del siglo XX estadounidense. La idea urbanística subyacente sugería alejar a los inquilinos de los caóticos y relativamente marginados centros urbanos, y construir casas que sirvieran como refugios en los alrededores de la ciudad. Vivir ahí donde sólo se puede llegar con autos que atraviesen las lomas sobre las que se construyen esas casas. El paraíso de los autos, y el terror de los peatones.

La Herradura.
Fotografía: La Silla Rota.

Quienes habitan estos suburbios eligen (los que pueden y porque pueden) alejarse, separarse y distinguirse. A través del siglo pasado, así se ubicaron (y en algunos casos siguen haciéndolo) las élites de ciudades en Estados Unidos. Práctica y simbólicamente, distanciarse supone diferenciarse. Para ello se construyen caminos difíciles o terrenos costosos que, materialmente, crean barreras entre unos y otros. La Herradura replicó ese modelo con relativo éxito. En otro tuit de hace algunos meses, la misma asociación de colonos se queja de quienes, sin ser residentes, compran “quesitos” a los vendedores ambulantes que se instalan en el fraccionamiento: “El problema, es que muchos (la mayoría) de los que compran, son personas que sólo usan a nuestra colonia como paso y no les importa afectar nuestro estándar de vida, con tal de comprar sus quesitos desde el auto por conveniencia. Estamos como estamos, porque somos como somos”.

Romper ese estándar de vida supone, de hecho, romper con la distancia. Tanto la simbólica como la práctica. De ahí el temor de que ya no estén como estaban, y que eso implique que ya no sean lo que eran. De alguna manera, la hipotética (ni siquiera confirmada al momento de escribir este texto) llegada de Evo a La Herradura, representa el miedo de esa ruptura significativa. Ya no se trata del vendedor ni del comprador de “quesitos”, esos que se instalan temporalmente en alguna esquina del fraccionamiento. Ahora, el avecindado atemporal es un “indio”, “moreno”, extranjero y líder político de una nación. Además, llega como invitado de honor del gobierno en turno. En otras palabras, y más allá de las simpatías o aversiones, Evo encarna el tormento del México aspiracional. Quienes quieren y pueden distinguirse necesitan del otro para hacerlo, pero lo necesitan alejado, diferente, controlado. Para estos, no puede haber mayor pesadilla que avecindar a ese otro. ¿Le invitarán a Evo un quesito en La Herradura?

Agradezco los comentarios de Jovani Rivera y Saúl Espino que enriquecieron este texto.