Jeanine Áñez

La tormenta boliviana

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Bolivia enfrenta hoy una de sus más graves crisis habidas en los últimos años, cuyos perfiles se asemejan a los que vivió su vecino Chile en los años setenta, cuando el ejército dio un pérfido golpe de Estado al régimen del presidente Salvador Allende, electo democráticamente, para encumbrar al General Augusto Pinochet, con el apoyo del gobierno estadounidense y las fuerzas del poder económico y financiero nativo. La historia, aunque no se repite, parece entrar en una espiral de excitación que lesiona los procesos democráticos de los países latinoamericanos, donde se hace sentir el poder del intervencionismo norteamericano, cuyo presidente, el camaleónico Donald Trump, anuncia sus alegres intenciones de derribar también los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Apenas se celebraba el triunfo de la izquierda argentina con el presidente electo Alberto Fernández y la liberación de Luiz Inácio Lula da Silva, preso político del régimen brasileño de Jair Bolsonaro, y las manifestaciones populares en Ecuador y Chile, cuando estalló la rebelión en Bolivia alegando fraude electoral en la cuarta reelección del presidente Evo Morales, acreditado política y éticamente porque bajo su mandato se alcanzaron metas positivas en el crecimiento económico y de bienestar social.

La intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA) –bautizada por el líder cubano Fidel Castro como el Departamento de Colonias de los Estados Unidos– prendió la chispa al decidir que en el proceso electoral había inconsistencias e irregularidades y debía repetirse, lo que fue rechazado por el ejército y la policía, que “sugirieron” la renuncia al presidente, en medio de un clima de vandalismo y agresiones, incendios contra propiedades institucionales y amenazas y acciones personales a los gobernantes surgidos del partido Movimiento al Socialismo (MAS), fundado por el primer presidente indígena de aquella nación.

Crisis en Bolivia.
Fotografía: Reuters.

Con la renuncia del presidente Morales, así como de los miembros de su gabinete y algunos legisladores, se ha provocado un vacío de poder, que no permite encauzar por las vías legales la sucesión presidencial; se ha roto la cadena de mando institucional y los responsables como los miembros del equipo de la OEA, presidido por un mexicano de élite, Gerardo de Icaza, han hecho su tarea a favor de la impugnante derecha. No obstante, la autoproclamación de la ultraderechista Jeanine Áñez (una especie feminista del Juan Guaidó venezolano) ante un pleno vacío en la Cámara de Diputados, en virtud de que la mayoría pertenecen al MAS, apoyada por los escasos miembros de su bancada y sin que rindiera la debida protesta constitucional, fue inmediatamente apuntalada por la oligarquía nativa y las fuerzas militares y policiacas.

A todo lo anterior, hay que agregar que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador dio asilo al todavía formalmente presidente de Bolivia, Evo Morales – y digo formalmente porque el Congreso de aquel país no ha resuelto nada sobre su renuncia–, alegando razones humanitarias y la tradición política de recibir a quienes así lo soliciten o acepten. Este hecho, mete de lleno a México en el conflicto y que divide a nuestra comentocracia mediática, que en su mayoría olvida que en tiempos de la hegemonía priista concedió asilo, lo mismo, al Sah de Irán, Mohammad Reza Pahlaví, depuesto de su reinado persa por el islámico Ayatola Jomeini, y muchos años antes a León Trotsky, ideólogo de la revolución bolchevique perseguido por la abyecta y criminal dictadura estalinista; por sólo citar dos casos extremos.

Seremos testigos de una enorme catarata de acontecimientos que sobrevendrán en los próximos meses o años, en torno a este dramático acontecimiento que oscurece los cielos de América, llamada algún día, no sé si irónicamente o de buena fe, “el continente de la esperanza”, que hoy se debate entre el capitalismo depredador de los todopoderosos y la expectativa de establecer gobiernos soberanos y democráticos que atiendan las necesidades prioritarias de sus pueblos. Bolivia vive hoy, indudablemente, un parto doloroso de resultado incierto que dividirá, aún más, estas extenuantes luchas por el poder.