En un artículo de El País, Antonio Muñoz Molina escribió acerca de una entrevista a Nabokov. El escritor ruso había preparado las respuestas de antemano y usaba unas pequeñas fichas para contestar. Esto cambió cuando el entrevistador se refirió a Lolita como a una niña un poco perversa. Me imaginé a Nabokov olvidando sus apuntes para hablar de una cuestión de especial interés para él. Le daba tristeza que así vieran a Lolita cuando, en realidad, era una niña lastimada de la que habían abusado sexualmente. Lo sorprendente es la cantidad de lectores que la han interpretado como a una “niña mala”. Muñoz Molina reconoce que él mismo había caído en ese error. Nabokov pensaba que la confusión podía deberse a las portadas de los libros y a las caracterizaciones en las películas, en donde la retratan mayor de lo que era en realidad. Para mí, una de las escenas más perturbadoras del libro es cuando Humbert Humbert describe las rodillas huesudas de la niña. A esa edad fue secuestrada por él; en la portada que tengo ahora frente a mí, en lugar de una pequeña de rodillas huesudas, veo a una adolescente de lentes oscuros en forma de corazón, comiendo una paleta tan roja como su boca. Sin embargo, me parece que las interpretaciones de la novela van más allá de cómo la han vendido algunos medios.
Se ha discutido acerca de si las mujeres escriben de manera distinta a los hombres. El artículo de Muñoz Molina me hizo preguntarme: ¿Leen distinto los hombres y las mujeres? Según el escritor y columnista, él vio a Lolita como lo que era en realidad gracias a sus conversaciones con mujeres. Para ellas, era una víctima, no la manipuladora cuya historia sería menos dolorosa.Independientemente de si esto se deba a condicionamientos sociales o no, en general, los hombres y las mujeres tienen gustos distintos en cuanto a lectura. Lo interesante sería descubrir cómo se acercan al mismo libro. Lolita es la novela ideal para discutir la cuestión porque toca dos temas que han definido a nuestra especie: el género y el poder que otorga ser físicamente más fuerte. Los movimientos feministas son tan diversos que sería difícil compaginar con todos. Confieso que hasta hace poco nunca me había involucrado en serio en las discusiones. Defendía la paridad en los salarios por un mismo trabajo, la igualdad de oportunidades y la revaloración de las labores domésticas; comulgaba con las ideas de Virginia Woolf y de Simone de Beauvoir y me interesaban teorías como el transfeminismo, por poner un ejemplo. Sin embargo, quizás porque he tenido la suerte de nunca haber sido víctima del machismo, mi solidaridad con los movimientos feministas era tibia.
Para que un libro afecte, se debe descubrir en el momento adecuado. Leer a Herman Hesse a los 50 años no es lo mismo que a los 20. Lo contrario aplicaría para novelas como El sentido de un final, de Julian Barnes. En mi caso, Nell Leyshon me abrió los ojos. Hay una escena en El color de la leche que cambió mi forma de involucrarme con el feminismo. Se trata de cuando el pastor que abusa de la protagonista cree que ella lo disfruta. Su actitud me hizo recordar la arrogancia de quienes se niegan a darle valor a las palabras de las mujeres, por la simple razón de que van contra sus propios intereses. Es fácil justificar el acoso diciendo frases como: “cuando las mujeres dicen que no quieren, es porque sí quieren”. En El bosque, otra novela de Nell Lehyson, cuando un soldado en la calle insiste en que responda a sus avances, Sofía piensa:
Siempre este miedo, sólo porque eres mujer. Imagínate que hubiera un modo de evitarlo, que pudieras transformarte y volverte invisible.
Imagina que el pelo se te pudiera retraer, meterse por la raíz y enroscarse dentro del cráneo, y que sólo las puntas quedaran visibles en la cabeza, como si lo llevaras pelado al rape. Imagina que la cintura se te llenara y los pechos se encogieran, instalados junto al corazón, y te quedara el torso duro y liso (…) que toda la blandura de tu cuerpo te pudiera abandonar.
Imagina ser un hombre.
Para muchas mujeres, así transcurren sus días: en la calle, en el trabajo, incluso dentro de lo que debería ser el refugio de la casa. Esto no significa que los hombres sean animales en busca de presas, pero sí que llevamos siglos de una educación y una cultura diseñadas por ellos. En su artículo, Muñoz Molina se refiere al hecho de que su lectura de Lolita cambió después de escuchar el punto de vista femenino, lo que me lleva a la pregunta inicial: ¿Las conclusiones a las que llegamos cuando leemos están condicionadas por nuestro género? Independientemente de nuestra educación o de nuestros prejuicios, ¿nuestra condición hormonal afecta nuestras lecturas?
Nuestras experiencias hacen que nos identifiquemos con un personaje, que un libro nos conmueva, nos frustre o nos llene de nostalgia. Lo que para un lector pasa desapercibido, a otro puede marcarlo. Y los seres humanos solemos tener experiencias distintas desde los primeros años de vida dependiendo de nuestro género. Quizás para un hombre sea más fácil que para una mujer ver a una Lolita un poco depravada porque nunca estaría en una situación como la suya. A Nabokov le frustraba que no se considerara su obra maestra como un libro tristísimo, pero las interpretaciones son eso. Puntos de vista. Y el autor ruso se metió de tal forma en la mente de Humbert Humbert que lo convirtió en un psicópata convincente. Por eso Lolita es inmortal, porque el protagonista manipula la historia para hacernos creer que la verdadera víctima es él. Y lo hace con tal maestría que es fácil caer en la trampa. Aunque parece que caen más los hombres que las mujeres.