El poema “Memoria” de José Emilio Pacheco, previene: “No tomes muy en serio/ lo que te dice la memoria. /A lo mejor no hubo esa tarde. /Quizá todo fue autoengaño. /La gran pasión/ sólo existió en tu deseo”. Pero el autoengaño del falso recuerdo (¡fake news!) no debe tomarse a la ligera: desde la teoría y la ciencia será conveniente escrutar el artilugio de la memoria y su relación con el yo y, además, en el fuero interno, reflexionar la propia historia para esculpir y depurar la identidad.
En 1886 el psiquiatra alemán Emil Kraepelin (1856-1926) describió varios errores de la memoria bajo el nombre de “paramnesias”. Las más comunes son el tomar fantasías o sueños como vivencias ocurridas en el mundo externo y el considerar una escena vista o una situación vivida como duplicación de una anterior, lo que se conoció luego como déjà vu (ya visto) y déjà vécu (ya vivido). Otra distorsión de la memoria es la confabulación que consiste en fraguar adiciones a los recuerdos y sus relatos narrados. Esto sucede en las amnesias y llega al delirio en los alcohólicos crónicos con síndrome de Korsakoff, quienes rellenan sus lagunas de memoria con narrativas inventadas para paliar la evidencia de su patología. También se han documentado numerosos sesgos de la memoria en personas normales que se manifiestan en el guardar y recordar eventos y experiencias de forma distorsionada. En su libro Los siete pecados de la memoria, Daniel Schacter ha descrito algunas desviaciones prevalentes y éstas incluyen agrandar logros, recordar calificaciones mejores de lo que fueron, retener el contenido pero no la fuente de la información, confundir una memoria con una imaginación, considerar los eventos remotos como recientes y los recientes como remotos, o recordar mejor las tareas no terminadas que las terminadas. Estos sesgos manifiestan la fuerte conexión cognitiva que existe entre la memoria, el razonamiento, el sistema de creencias y la conciencia de uno mismo, en especial la parte referente a la autoimagen que hemos revisado como el falso ego.
Una forma impactante de recuerdo es el flashback, la recolección repentina, vívida e involuntaria de una experiencia previa, usualmente aterradora. En las personas que padecen síndrome post-traumático, la palabra flashback, importada del inglés y del cine, implica un fogonazo retrospectivo, una reminiscencia intensa que revive en el presente lo que en su momento fue una experiencia intolerable que no logra asumirse. Pero acontece que el recuerdo derivado de eventos desgarradores frecuentemente se graba o recupera de forma distorsionada y da lugar a falsos recuerdo. El tema de los falsos recuerdos es muy extenso y baste aquí con decir que su existencia se ha documentado de manera rigurosa, así como la capacidad de generarlos por sugestión.
El olvido es otro tópico relevante a la fidelidad de la memoria. Se dice a veces que las cosas “han caído en el olvido” como si hubiera un opaco sumidero a donde va a dar lo que ya no se recuerda, pero es más verosímil plantear que la huella o el engrama de la memoria se diluye, se desmorona, se silencia o se pierde con el tiempo. Pero el paso del tiempo no es suficiente para erosionar la huella, pues algunos recuerdos permanecen y otros decaen. Un recuerdo tiende a perderse cuando no se reactiva y es posible que los remotos sean más indelebles porque han sido más reactivados: la repetición del recuerdo entraña una rehabilitación de la huella.
Ahora bien, estas fallas y sesgos no invalidan la utilidad de la memoria. Aunque la información recuperada no sea exacta en comparación con el estímulo o la experiencia originales, el recuerdo debe ser lo suficientemente eficaz para que sea adaptativo y pueda ayudar para promover decisiones y conductas apropiadas; es decir, debe existir una cuota operativa y útil en el sistema de consolidación, almacén y recolección. El error de base no es tanto el de la inexactitud memoria, sino la falacia teórica que le exige el ser “objetiva” y fiel a la “realidad”, una fórmula que asume una separación terminante entre lo objetivo lo subjetivo, entre la realidad externa y la interna, entre lo físico y lo psicológico. La problemática idea de que toda memoria es falsa porque no es posible recuperar las experiencias pasadas en plena viveza y en todo detalle, puede además desembocar en un nihilismo sobre la identidad de la persona, pero esto no es una deducción convincente. Los ajustes que se producen en la recuperación y reconsolidación no necesariamente invalidan el recuerdo, incluso lo pueden enriquecer cuando se le ubica en tiempo y lugar, cuando se identifican los personajes recordados y sus relaciones, o cuando se le encuentran nuevos significados.
Notemos esta característica esencial del recuerdo: su recuperación a la conciencia ocurre en un marco cognitivo más cercano a la imaginación y a los sueños que a la percepción. Por ejemplo, un recuerdo episódico, como es una escena inolvidable de la propia existencia y que se puede evocar en este momento, surge en un formato imaginativo polisensorial –visual, auditivo, táctil, cinético– probablemente acompañado por emociones y consideraciones que proceden en el periodo mismo de recordar. Esta actividad es propia del pensamiento y como tal es ingrediente del conocimiento. Además, hay que distinguir la fidelidad de la memoria de la identidad personal fincada en las evocaciones de la vida.
¿Somos realmente nuestros recuerdos?
Las veredas del pasado no se remontan, ni es posible bañarse dos veces en las mismas aguas de un río, sea el Caístro de Esmirna o el Usumacinta de Mesoamérica. La experiencia no se almacena como una grabación o reflejo de la realidad externa, porque esta “realidad”, como sea que se conciba, no es totalmente accesible. Sólo una parte reducida de las energías del mundo y del cuerpo es asequible a la percepción; de ella sólo se procesa la fracción que se atiende y emociona; de esta sólo algunos estímulos salientes o secciones significativas de la vivencia se consolidan. Y esto sólo concierne a la incorporación, porque la recuperación implica una actualización que se realiza entre obstáculos de olvido, tergiversación y falsos recuerdos. El recuerdo no es reproducción o evocación fiel y fija del pasado porque en cada remembranza ocurre una recreación, una reconstrucción, una figuración.
La memoria es una iota de lo existente, pero por su contenido es indispensable para actuar en el mundo y para definir la identidad personal, en especial si se reflexionan y depuran los recuerdos. Dado que los recuerdos son parte de nuestra identidad, su tratamiento y depuración son recursos determinantes para realizarla progresivamente. Si la persona pretende conocerse a sí misma, le será necesario analizar y depurar este anclaje de la identidad en la memoria. Hacia la mitad del El elogio de la sombra, Jorge Luis Borges, un Virgilio de este délfico empeño, lo expresa de manera franca y honda:
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy
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