VAR

El VAR y la extinción de dominio del balón

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Como fanático desmesurado del balompié, me he adherido a todos los juegos, a todas las ligas, a todas las repeticiones y a todos los programas con reiteradas discusiones sobre lo vivido. En efecto, me desvelo, pero por una justa causa. Como dice mi esposa, me habita un sentimiento de desconsuelo y pérdida si algún gol importante no fue parte de mi devenir por el fin de semana. Claro, si algo se escapó podemos recurrir al material grabado, y si aún así hay alguna anotación evasiva, se le puede rastrear en YouTube y testimoniarla para siempre. Definitivo, ya no hay gol inalcanzable.

Los mortales no pueden dimensionar lo que significa escuchar a los amigos descifrar el fenómeno Messi a través de sus últimos dos goles de tiro libre, y no ser parte de esa historia. No, no y no. Al menos ese último reducto permanecerá en un escondrijo en nuestros corazones, fuera del alcance de reyes, profetas, novias y esposas.

La bendita tecnología trae hasta nuestros dedos la Premier, la Bundesliga, la Liga, y partidos varios de todos los confines de la tierra. Hace unos días, en una conducta compulsiva que raya en la imprudencia, me vi mirando un partido de la liga china. Fue demasiado, eran malos y peores y, además, todos se parecían. Hice un alto en el camino, pensé, medité, reflexioné… y le cambié al tenis.

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Ilustración: iStock Photo.

Entrado en esos avatares me vi inmerso en la final de la Copa del Mundo Sub 17. Otra vez México, otra vez los chavos, otra vez una final. Contra Brasil y en Brasil. Sólo en esas edades trascendemos, jóvenes y sin miedos, luego, por algún artilugio maligno nos pasamos a descomponer.

Cuando corría el minuto 82 sobrevino la tragedia. El árbitro levantó un brazo para suspender las acciones, y luego, con ese movimiento que pinta un recuadro en el infinito, como desafiando al destino, ¡invocó al VAR! A su movimiento siguió el parsimonioso camino del colegiado hacia la pantalla, para verificar el pasado reciente. Reproducir, cuadro por cuadro, el comportamiento de los protagonistas para juzgarlos desde el palco de la intimidación y el prejuicio.

Cuando la tele nos pasó la jugada cuestionada era claro que ¡NO ERA PENAL! Nuestro defensa se había barrido a la pelota, y por pura inercia con el pie residual había tocado al jugador brasileño. Nada de que preocuparnos, jugada normal de área, no era penal. Pero, ¿y si el árbitro se deja influir por el peso de la camiseta amarela?, ¿y si hay consigna para que pierda México?, ¿y si quieren que gane Brasil por ser local?

Claro, al final, defenestración y muerte. El regreso del nazareno dio pasó a señalar, con gesto dramático, el punto penal. Una final de Copa del Mundo convertida en obra teatral. Otra vez no, ¡por favor! ¡No era penal! ¡No era penal!

El resto de la historia ya la sabemos, la supimos siempre. El golpe siniestro de la injusticia abrió en tiempo de compensación un agujero en nuestra defensa central y Lázaro, revivido después de tres días, anotó el de la victoria para Brasil. La verdad, pinche Var.

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Imagen: mrHouston.

Cuando esa nueva herramienta tecnológica llegó al futbol, muchos celebramos la inauguración del nuevo reino del futbol justiciero. No mas abusos arbitrales, no mas componendas, no mas corrupción, no mas dudas. La objetividad de la repetición a cámara lenta puesta al servicio de la verdad. Por fin, nos libraríamos de los extraños “off sides”, de los goles que no entraron, de los injustificables penales, y de toda suerte de subjetividad y discriminación.

Pero no, claro que no. Ahora, el VAR se ha convertido en la nueva herramienta del poder, el medio idóneo para justificar decisiones parciales y desafortunadas, pero que ahora ingresan a la impunidad por via de la pureza tecnológica. Ahora, el árbitro se equivoca, ya no por la velocidad de la jugada, sino porque quiere.

Así, el otrora mágico juego, que pasaba por la futilidad del “error humano”, ha evolucionado para convertirse en error del sistema. Ahora, la consigna tiene nombre. Si quiero reviso, y si no, pues no. Por eso digo, que no hay peor ejercicio autoritario que el que se basa en un presumible sistema normativo, diseñado para dirigirse selectivamente a los que “deben perder”.