Cada Vez Nos Despedimos Mejor

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Amigos queridos:

Asistí con el querido Juan Pablo Amador, quien es un espectador de teatro muy exigente pero también un amigo complaciente, así que hasta estar sentada en la butaca me enteré de su poco entusiasmo por ver a Diego Luna. Ni se imaginan lo responsable que me sentía con la elección. Conforme la obra transcurría, me fui relajando al notar que la estaba disfrutando tanto como yo… y salimos encantados.

Es un monólogo que dura un poco más de la hora, en la que el experimentado actor hace gala de sus tablas en el escenario. De un modo relajado, interactúa con el público y te va envolviendo con la historia de Mateo, apoyándose con elementos simples y en una escenografía sencilla. Aprecié mucho que Mateo no fuera Diego, pese a que el perfil del personaje pudiera permitírselo fácilmente, se nota la mano del director y el gran trabajo del actor.

Le acompaña Dario Bernal, percusionista, quien discreto, se sienta ante los instrumentos que dan voz a todo y a todos los que rodean a Mateo, logrando una magnífica ambientación.

Alejandro Ricaño es el director y autor de la obra, he hablado de él en esta columna. Mi primer contacto con su trabajo fue a través de Más Pequeños que el Guggenheim, ha ganado varios premios importantes y siempre se le reconoce como la joven promesa de la dramaturgia mexicana. Creo que con este trabajo se consolida cómo una realidad palpable.

El texto me parece soberbio sin pretender serlo. Lo logra a través de elementos afortunados que maneja de manera impecable, a través de un discurso muy sencillo, que sólo quiere contar una anécdota. En el título percibimos que este romance está condenado al  fracaso; el protagonista nos lo advierte desde el primer momento y sin embargo siempre nos queda la esperanza del reencuentro más allá de la despedida.

La historia de estas dos almas gemelas, Mateo y Sara, nos es desvelada a través de eventos importantes en la historia del país, que nos han dejado huella a todos. Son un pretexto para la anécdota, no pretende criticar o hacernos reflexionar sobre aquello que nos esculpe cómo nación, pero el toque sarcástico no deja pasar de largo los incidentes que quizás ya habíamos olvidado y que al final del día no tienen nada de inocentes. Pese a ello no considero que la obra se vuelva localista, bien puede presentarse en todo el mundo, principalmente en América Latina y esto me parece un gran logro del autor.

El tono poco solemne, conjugado con un humor caustico, logran un texto formidable que te mantiene pendiente, divertido y sobretodo esperanzado. Y para mí esa esperanza al final  del día existe no por el encuentro y desencuentro constante con el otro; sino porque cada vez que me entrego íntegramente en cualquier tipo de relación, nunca quedo igual, me reconozco a través del otro, me amo, me odio, me reflejo en este mundo especular con la esperanza de replegarme y encontrar cada vez una mejor yo. Tras todas las despedidas puede quedar el vacío de la ausencia o la plenitud de la experiencia, he optado por quedarme con la segunda, he aprendido que cada adiós puede ser el último, pero el recuerdo perdurará en la memoria mientras viva y esto hace que se vuelva parte de mi ser.

Les mando un fuerte y apretado abrazo,

Claudia

Sala Chopin, ubicada en Alvaro Obregón 302 Col. Roma, vi 830 sa 7 y 9 do 6 y 7:30

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