Ciudad (h)ojaldre IV – La Ciudad dilatada

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La Ciudad de México es una ciudad dilatada. Se ha extendido, se ha alargado y se ha hecho mayor, ha ocupado más lugar y, por lo tanto, más tiempo. Es una ciudad DILATADA –otra capa (h)ojaldre de la ciudad construida- en relación:

  • con EL TIEMPO –relación entre recorrer su territorio y el tiempo necesario para hacerlo-,
  • con EL ESPACIO –con el territorio, con su modelo espacial-funcional-, y
  • con LA INCONCIENCIA DE SU PROPIA REALIDAD, con el destino, quizás no deseado, pero decidido, por acción u omisión.

Su modelo territorial -mutación de la Ciudad mexica a la Ciudad dilatada- propagado más allá de la racionalidad de la planeación o de los criterios de la sustentabilidad urbana-ambiental y la economía territorial, ha superado fronteras y límites, físicos, económicos, sociales, y ha alcanzado zonas con vocación natural y no aptas para el desarrollo urbano.

Su dilatación urbana ha transgredido suelos naturales, con vocación natural, suelos que son parte sustantiva para el sostenimiento del sistema urbano-ambiental que supone la ciudad; y dicha dilatación se evidencia en su proceso de crecimiento territorial y demográfico, y en la relación proporcional y de distribución que éstos guardan, la superficie utilizada por unidad de habitantes, su densidad y, por lo tanto, su relación de eficiencia en el uso y aprovechamiento que se hace de su territorio y de los recursos de este (urbanos y ambientales).

La dilatación temporal de la ciudad, su relación tiempo-espacio se ha prolongado, ha aumentado; cada vez ocupamos más tiempo en el transporte y la movilidad -particularmente, en la transportación realizada con vehículos motorizados privados, los famosos automóviles, coches o autos-, en lograr ir o llevar de un lugar a otro.

Estamos ya tan acostumbrados a que todo se dilate en la ciudad –bueno, no todos lo estamos- que ahora nos es tan familiar escuchar frases como: “…échale una hora de camino, al menos; es viernes y pa’cabarla de quincena…”, y más en épocas de festividades de cualquier tipo, comerciales o religiosas.

Me viene a la mente –más bien, me ha asaltado, ‘gracias’ a la invasión comercial a la privacidad, recalcitrante y monótona, que llena y satura cada rincón de la ciudad con los cantos-gritos navideños y prenavideños-, recuerdos de infancia y de juventud, que ahora, en un proceso mental de caída del veinte, cobran sentido con mucha claridad, tanto como su deseo de convertirse en la crónica de un colapso urbano anunciado, y no concientizado, pero que ha formado parte de nuestra cultura urbana decembrina por decenios; sólo basta recordar la típica canción que se entona, casi siempre desafinadamente, en comunión para la ruptura de la piñata y que reza así:

 Ándale Juana, no te dilates


con la canasta de los cacahuates.


No quiero oro ni quiero plata,


yo lo que quiero es romper la piñata.

Seguramente, Juana, tenía que realizar, para cumplir las demandas ‘paquidermistas’ de los asistentes, al menos tres transbordos, algo de caminata, aprovechar el recién inaugurado sistema de  ecobici y, si el clima lo obligara, hasta un poco de nado libre –en México el triatlón y el megamaratón, como modelo de transporte y también de supervivencia, lo traemos en la sangre!!-; tendría que tomar el metro y transbordar de una línea a otra y a otra y a otra, después tomar el metrobús, con su tarjeta multimodal, para, finalmente, llegar a la plaza de San Juan, atravesarla y entrar al mercado del mismo nombre –mercado que seguramente sería su favorito, por tener el nombre de su santo patrono-; o peor aún, tendría que ir en auto, recorrer varias cuadras, calles y avenidas –toparse con la procesión de los devotos de la guadalupana al templo del Tepeyac- y llegar, por fin, a la calle de Ernesto Pugibet, dar varias vueltas sobre la calle de Buen Tono, pasar por la venta al mayoreo de pollo, salir una vez más a Arcos de Belén e intentar entrar por enésima vez a la calle Luis Moya, deseando tener suerte y entrar por última vez a Pugibet -como perro en tapete nuevo-, hasta encontrar un lugar, custodiado celosamente por su ‘propietario’, en esta o en alguna calle-estacionamiento en los alrededores. La canción preludiaba, y sigue haciéndolo, la DILATACIÓN TEMPORAL de la Ciudad; en este caso la dilatación temporal:

Ándale Juana, no te dilates / con la canasta de los cacahuates

Ahora bien, la dilatación territorial de la ciudad, su relación espacial-funcional, es la prima causa, su dispersión, la  extensión de su territorio -quizás herencia cultural colonizadora romana, heredada en los territorios ocupados ibéricos, y que llegó a México junto con las naves, los cañones y los caballos del reino de Castilla, en los albores del mestizaje y el epílogo de las culturas nativas-, la domesticación extensiva de su territorio, transformó su contexto físico-natural dotándole de una vocación, en el mejor de los casos, urbana.

El valle de la Ciudad de México se fue transformando, histórica y socialmente, poco a poco, en un periodo de cien años, de ser un ámbito natural a un ámbito primordialmente urbano. La evidencia de dicha transformación ha quedado plasmada en el proceso histórico de crecimiento del suelo urbano y la relación que guarda este, tanto con el crecimiento o decrecimiento demográfico experimentado en él, como con el mismo fenómeno experimentado por el suelo natural, de conservación o rural. Y, para muestra…

A principios del siglo XX, en el año de 1900, la Ciudad de México contaba con una población de 344,721 habitantes y un territorio ‘urbanizado’ de 27.14 km2, había un predominio de actividades del sector primario –agricultura, silvicultura, apicultura, acuicultura-, una planta productiva e industrial incipiente, en relación con el modelo europeo y estadounidense, y un desarrollo intraurbano basado en la evolución e interdependencia del sistema campo-ciudad.

Cien años más tarde, en el año 2000 -después de un proceso de industrialización muy importante iniciado en los años 30, de consolidación en los años 60 y de descentralización en los años 80, del siglo XX- la Ciudad de México, ya territorialmente conformada por la zona metropolitana del valle de México (ZMVM), llegó a tener una población de 17.8 millones de habitantes y un territorio ‘urbanizado’ de 1,547.10 km2, la descentralización industrial del Distrito Federal y su relocalización a los municipios aledaños a la ZMVM, promovió la implantación de un modelo urbano dirigido a la recomposición territorial de las actividades del sector terciario, en la zona central de la ciudad y en aquellas zonas con potencial urbano para su ubicación.

De lo anterior, cabe destacar los siguientes hechos sorprendentes:

A. En 1900, la Ciudad de México, contaba con una densidad de población de 12,576.50 hab./Km2.

B. En el año 2000, la Ciudad de México dilatada hasta convertirse en la ZMVM, contaba con una densidad de población de 11,505.40 hab./Km2.

Curiosamente, esto muestra que, el modelo territorial urbano-ambiental de la ZMVM, al final del siglo XX, resultó ser un modelo más disperso, urbanamente, que el que tenía la ciudad en sus albores. La Ciudad Dilatada, provocó la dispersión urbana y la contracción ambiental de su territorio. La viabilidad del sistema urbano-ambiental se encuentra, en gran medida, en esta relación de dilatación-contracción entre el ámbito espacial URBANO -la zona de la ciudad, de la ZMVM, transformada en valores urbanos- y su componente NATURAL -con valores ambientales, sistémicos y biológicos-. Se podría objetar –y cualquiera que lo desee, que objete-, y caer en el error de enarbolar la arcaica idea resumida en los modelos más con más, pero los límites impuestos por los componentes de la biosfera al crecimiento ilimitado, ya nos acompañan cotidianamente. En adelante la búsqueda deberá ser por modelos más eficientes, más sustentables, que maximicen el valor agregado de la ciudad, la posibilidad de transitar hacia un modelo más con menos.

En este sentido, el caso del condado de Nueva York y, específicamente, el de la isla de Manhattan es interesante y vale la pena revisarlo. Incluida en el ámbito político-administrativo del condado de Nueva York, así como varias islas más pequeñas (Roosevelt, Randall, entre otras) y una pequeña porción de tierra continental, de nombre Marble Hill, que geográficamente está en el Bronx, en el año 2000, sus 1.6 millones de habitantes, que se reparten en poco más de 59 km2, lograron una densidad de 27,150 habitantes por km2, más del doble de la densidad de la ZMVM!!! Esta alta densidad de su suelo urbano ha sido posible, entre otros aspectos, por el uso multifuncional del suelo urbano, la superposición de las capas estructurales de la ciudad (infraestructura, estructura y superestructura), el rol de la Ciudad Subterránea que forma parte fundamental del sistema urbano integral, y que contiene las infraestructuras y el transporte público masivo, garantizando así su modelo de alta eficiencia territorial. David Owen, escritor desde 1991 en The New Yorker, publicó en 2009, Green Metropolis, un libro sobre ecología urbana, en el que sintetiza las claves de la sostenibilidad en las ciudades: “Living Smaller, Living Closer, and Driving Less”…la antítesis de la Ciudad Dilatada.

Aún hay más! –y no es domingo- que apre(h)ender de Manhattan, su modelo reticular original, diseñado en 1811 –que cristalizó, física y espacialmente, un modelo de máxima eficiencia y la optimización del suelo urbano- determinaba la urbanización de sus 2,028 manzanas, planeadas como espacios con vocación para lo inmobiliario, para la edificación. Derivado del proceso de urbanización y edificación de Manhattan hacia 1850 –en particular, por el alto interés económico que suponían las actuaciones inmobiliarias y urbanas en la retícula-, se hace necesario replantear el plan original –aquel que preveía la urbanización y edificación de las 2,028 manzanas- e insertar un componente adicional al modelo: áreas verdes.

 Esto supuso, de inicio, el diseño de una política de recuperación y conservación de parques públicos y áreas ‘naturales’, en particular, en aquellos solares, aunque dispersos, todavía disponibles. Sin embargo, y afortunadamente -para Manhattan y su población, sus pobladores y visitantes- entre 1853 y 1856, los ‘delegados’ de la ciudad, en un ejercicio –de poder, en el sentido más amplio de la palabra- por de más ambicioso y responsable, más allá de realizar un trabajo de acupuntura verde urbana, se plantearon una cirugía verde mayor!!!: la construcción de un parque, del Central Park!!! Con este fin tan loable y de gran visión, compraron un conjunto de terrenos, en el centro de la ciudad, con una superficie total de 341 hectáreas!!!, que representan nada menos que un poco más del 5.8% de su territorio!!!, una superficie de 4km de largo por 800 metros de ancho, desde la calle 59 hasta la 110, y entre la Quinta Avenida y Central Park West, y que equivalía lograr la transformación de 150 manzanas!!! dedicadas al goce y recreación de sus moradores –y, por supuesto, a mejorar su sistema urbano-ambiental y, por si fuera poco, provocando la plusvalización general del suelo de la isla-, las obras dieron inicio en el año de 1858 y estaban dedicadas a la ‘construcción’ del parque urbano, un parque de escala metropolitana…seguramente, para los neoyorkinos: 1858 jamás se olvida!!!

 La Ciudad de México, la Ciudad Dilatada por inconciencia de su propio devenir, por el uso indiscriminado del inmediatismo, del urgentismo social, político y/o técnico, por la escases de una visión intra e intergeneracional del uso, manejo y aprovechamiento de sus recursos –urbanos y ambientales-, han provocado un modelo territorial costoso, contaminante y derrochador, ha promovido la colonización de suelos pobres para la urbanización y la pérdida de suelos ricos en valores ambientales, suelos ricos, sobretodo, para lograr implantar un modelo-sistema urbano-ambiental más benéfico y menos ‘costoso’, menos derrochador.

 La contracción de la Ciudad Dilatada –y, si fuera posible, su repliegue-, el crecimiento de la ciudad sin dilatación, sin dispersión, debe empezar por implantar un modelo –cimentado fundamentalmente en los espíritus del lugar y de la época de la ciudad- que busque la optimización de los valores urbanos -construidos social e históricamente- y la puesta en valor -y, si no es posible el crecimiento, al menos no decrecimiento- del suelo de conservación, de las áreas naturales protegidas y de todo aquel componente con valores naturales y ambientales de la ciudad, de la ZMVM, que nos permita avanzar hacia la construcción de un sistema urbano-ambiental más armónico, ordenado, equilibrado y sustentable.

 

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