A Julio Verne se le considera, junto con Herbert George Wells (“H. G. Wells”), uno de los padres de la ciencia ficción, dentro de su prolija producción literaria científica, encauzada a acercar a la sociedad –en particular, a los jóvenes- los nuevos conocimientos y avances científicos de la época a través de relatos llenos de fantasía y de sucesos cargados de presagios, logró vaticinar, con gran exactitud, la aparición de algunos de los productos desarrollados por el avance tecnológico e integrados completamente a la sociedad mundial del siglo XX, como la televisión, los helicópteros, los submarinos, las naves espaciales y hasta el internet. En este floreciente proceso literario –que podemos nombrar ficción literaria científica, por alimentarse del presente y esbozar un futuro previsible-, enraizado fuertemente en las observaciones hechas durante sus múltiples viajes y en los que dio cuenta de los avances, los adelantos y el progreso que suponía encontrarse inmerso en la estructuración del pensamiento socio-económico que supuso la segunda etapa de la Revolución Industrial, construyó uno de los acervos de literatura científica futurista más asertivos. En 1863, empezó la producción de sus 60 viajes extraordinarios con los que retrató los posibles escenarios que preveía sucederían en relación con los avances científicos, los procesos de transformación, evolución, mutación, reajuste y conversión de las mentalidades, las tendencias en las relaciones de interdependencia entre la sociedad y los recursos, en particular los bienes que la sociedad estaba produciendo, en su época; de esta etapa destacan, Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la tierra, De la tierra a la luna, Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en 80 días, entre otras.
Pero la realidad siempre supera a la ficción! Los relatos y cuentos de aventuras e historias maravillosas, que nos narran extraordinariamente los sucesos derivados de los avances de la tecnología y las posibilidades ilimitadas que estos suponían, han sido sustituidos por tratados, informes y escritos que dan cuenta, científicamente, de los escenarios previsibles y los impactos que podemos –y debemos- esperar en un futuro –próximo o remoto- en tanto las condiciones en las que nos encontramos prevalezcan. La preocupación por conocer el futuro de la sociedad siempre ha estado presente, en la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y hasta en la política, siempre ha sido una preocupación humana conocer -derivado de los productos de la symploké social de cada época, de aquello que la sociedad implementa y echa a andar- cuáles son los resultados que debemos esperar, cómo afectarán –positiva o negativamente- los “avances” o acciones que estamos desarrollando e implementando actualmente en nuestras vidas, en las vidas de nuestros hijos y en las de los hijos de nuestros hijos y, a su vez y en su momento, la preocupación que ellos también tendrán o la realidad que tendrán que sortear.
Los textos que apuntan a la necesidad de advertir sobre los límites a la actividad humana –al conjunto de decisiones en relación con la producción y el consumo- impuestos por las condiciones planetarias ya se han ganado un lugar importante en los estantes de librerías y bibliotecas –no tanto como sería deseable y necesario o como lo han experimentado los dedicados a la autoayuda y temas afines-, y estructuran parte fundamental de las agendas públicas y de los organismos internacionales con atribuciones o vínculos con los temas que desarrollan y advierten. Desde la preocupación original de Pigou (ver la columna Symploké, IMPUESTOS POR EL GENIUS LOCCI Y EL ZEITGEIST O IMPUESTOS A LA INEFICIENCIA URBANA), pasando por Los Límites al Crecimiento -el Informe del equipo del MIT al Club de Roma, basado en la dinámica de sistemas-, hasta los informes del Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, mejor conocido como ONU HABITAT, los documentos señalan y ponen en evidencia la necesidad de integrar un conjunto de acciones, políticas, mecanismos, proyectos y transformaciones de las estructuras de pensamiento que deben implementarse –o implantarse- para que la sociedad, como hasta hoy la conocemos, logre transitar hacia modelos y ámbitos de desarrollo sostenido y sustentable, hacia una relación más armónica, inteligente y eficiente del uso y aprovechamiento que hacemos de los recursos, de los bienes en general.
Dicha preocupación ha permeado a tal grado en la cotidianidad social que ha logrado integrarse de manera natural y como un componente sustantivo de los paradigmas más básicos y esenciales de nuestra cultura, como un arquetipo indispensable pero complicado de seguir. La película animada Wall·E muestra, en la pantalla grande y en un lenguaje sencillo de comprender –de aprender y aprehender-, la falta de ingenio, la pereza mental, la incapacidad humana o la inclinación negligente de la sociedad por su devenir, por los futuros previsibles derivados de las decisiones tomadas. Wall·E retrata, de una manera muy gráfica y echando mano de la ficción literaria científica, un futuro posible de la humanidad, resultado de las decisiones tomadas por una sociedad displicente con la naturaleza, negligente con su actuar y absolutamente complaciente con sus gustos y caprichos –la representación de la sociedad de consumo y el derroche, de la producción y consumo de objetos dedicados a la autocomplacencia y el descuido absoluto de lo fundamental, de lo esencial, de la construcción de una relación más armónica con nuestra casa: Gaia-.
Wall·E, a mi parecer, es la representación actual animada del texto del economista y filósofo Keneth Boulding, The Economics of the Coming Spaceship Earth, -del glorioso año!- de 1966, con el que establece, precisamente, la metáfora de la nave espacial -haciendo alusión a nuestro planeta- cuya ‘vida’ y, por lo tanto, la supervivencia de sus ocupantes, depende de la frágil estructura y arreglo constituido por los outputs y los inputs –los ingresos y los egresos que la nave demanda en su viaje interestelar-, de los recursos y los desechos que consume y produce y de la necesidad de mejorar y maximizar los primeros y de minimizar y reintegrar, o reciclar, los segundos.
La tesis de K. Boulding determina tres sistemas fundamentales –sistemas bouldingnianos– de los que se alimenta un sistema abierto, como lo es nuestro planeta. El primero, el sistema MATERIAL, del mundo material y de las leyes que lo limitan y guían su devenir y las posibilidades que tenemos de aprovecharlo. El segundo, el sistema ENERGÉTICO, de los ciclos y leyes que lo componen y que, a su vez, limita o delimita las posibilidades de uso, aprovechamiento y destino que hacemos de él. Y, por último, el sistema de la INFORMACIÓN –o del CONOCIMIENTO-, de los procesos de su producción y reproducción, de los recursos y desechos que se generan en su construcción, de las dependencias que guarda con los primeros dos sistemas y de la necesidad de avanzar hacia la construcción y consolidación de un SUPERÁVIT DE CONOCIMIENTO: generar más conocimiento del que se consume!…que se convierta, precisamente, en el punto de partida para transitar hacia modelos de vida sustentables y equitativos.
El problema retratado en la película es la falta de capacidad humana para lidiar con la basura, con los desechos que produce. En su incapacidad y la demencia provocada por los paradigmas con los que se ha guiado y que han determinado su actuar, dicha sociedad decide abandonar el planeta, derivado de la contaminación causada y materializada por un número infinito –podríamos decir in-gente!- de pacas de basura que, en el autodestierro humano, se convierten, junto con Wall·E –el robot dedicado a empacar la basura y acomodarla y apilarla en los espacios vacíos de la ciudad-, en los únicos habitantes del planeta, lugar convertido en un gran basurero y, por lo tanto, inviable habitarlo. En su locura e incapacidad deciden –como lo sugiere la metáfora bouldingniana– habitar una nave y, en su viaje interestalar, seguir “construyendo” un mundo feliz! y derrochando recursos, en espera que el famoso Wall·E haya resuelto el problema insoluble de la basura en el planeta.
Quién, viviendo en la Ciudad de México, no ha experimentado la bucólica sensación de despertar por la mañana con el tintineo, no de los cencerros de los rebaños, que en la ciudad ya no existen, sino de aquel personaje que, corriendo detrás o delante del camión, y con estruendosos ruidos y robustos olores, nos anuncia la llegada, momentánea, de la basura de nuestros vecinos y el destierro, permanente, de la nuestra -y, por supuesto, de la de nuestros vecinos-, de la que producimos en nuestro tránsito cotidiano por y en la ciudad, parte constitutiva de nuestro proceso personal o familiar de evolución y desarrollo –o involución y retroceso- y con el que todos aportamos, al sistema urbano-ambiental, comúnmente llamado Ciudad de México, ecoeficiencia o ineficiencia.
La basura que, como concepto -al menos en el discurso pero no en los hechos-, ha desaparecido del argot público, tradicionalmente se ha entendido y manejado como un elemento exótico e indeseable al sistema: el conjunto de residuos –y, por lo tanto, aquello que queda después de haber escogido lo mejor y más útil de algo; la cosa que, por usada o por cualquier otra razón, no sirve a la persona para quien se hizo; lo más vil y despreciable– ahora se entiende –o, al menos, así deberíamos entenderlo- como una materia transformada y , por lo tanto, como un recurso, un bien que forma parte del sistema abierto, concreto y complejo de la sociedad, de la symploké urbana social de la ciudad de México.
La ciudad de México produce, en su vida diaria, aproximadamente 12 mil toneladas de basura, esto es tal cantidad como para llenar, cada 3 meses, el estadio Azteca! –la sombra del augurio de Wall·E nos persigue-. El gobierno de la Ciudad ha implementado un programa para el manejo de los residuos sólidos en el Distrito Federal, para la recolección y tratamiento de los Residuos Sólidos Urbanos (RSU) de la ciudad, constituido por 4 subprogramas básicos: Recolección, Transferencia, Selección y Disposición Final. Los cuatro, según lo comentado anteriormente, forman parte de los sistemas bouldingnianos de la ciudad de México y, por tanto, deben ser tratados en correspondencia con criterios de ecoeficiencia sistémica. Su disposición final –que a la fecha emula el modelo Wall·E– en pacas, estivadas para relleno y, a futuro, aprovechamiento como gas, resulta, al menos, poco eficiente –cualquier proceso debe incorporar los costos intrínsecos y de las demás externalidades que provoca- y, a su vez, niega la posibilidad, intrínseca a dichos recursos, a reincorporarse a los ciclos económico, energético, material y del conocimiento de la ciudad y reconvertirlos, a través de procesos de recuperación, reciclaje y reintegración, en recursos y bienes agregados a la riqueza de la ciudad.
El reto, del manejo de los RSU de la ciudad de México, transita por la búsqueda –y descubrimiento e implementación- de la máxima eficiencia de la infraestructura construida y la minimización de los costos y gastos integrados al modelo operante; de su integración armónica y acrecentamiento de los sistemas bouldingnianos; del desarrollo e implementación de instrumentos administrativos, financieros y fiscales modernos y vanguardistas –el hightech político- que promuevan la manera de reincorporar la energía guardada en los RSU para la operación de la ciudad, para la operación de sus sistemas –cámaras de vigilancia, sistemas de transporte, alumbrado público, etc.- en vez de desterrarlos y/o pagar por su transformación energética privada, sin beneficio para la ciudad; en la puesta en marcha de políticas públicas, implementadas desde los institutos y/o secretarías dedicadas a la promoción de la ciencia y la tecnología, para el desarrollo, crecimiento y mejoramiento de las técnicas y tecnologías de manejo y gestión de la riqueza de la ciudad; en suma, el reto está en la reincorporación de los RSU al sistema urbano ambiental, como bienes y recursos de la ciudad; de esta forma, podremos construir un futuro más optimista, cargado de situaciones maravillosas, de historias y sucesos extraordinarios y, al mismo tiempo, prevenir el advenimiento de la insospechada premier: Wall·E en tu ciudad!