Un año de ruido… mucho ruido

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Estamos llegando a esta temporada en que los caprichos del siempre joven Cronos invitan al que más y al que menos a realizar entretenidos cortes de caja para valorar lo realizado y lo que nos queda por hacer, para llevar a cabo un recuento de lo alcanzado a lo largo de los últimos doce meses y avizorar todo aquello que el año venidero promete —o amenaza— despacharnos en el transcurso de sus puntuales 365 parcialidades.

Contagiado de ese siempre caprichoso ánimo y ya engolosinado con la pluma, me atrevo también a adoptar este gustado deporte invernal y, ¿por qué no?, de paso me abrogo la posibilidad de ejercer de diletante agorero, al menos por hoy.

El año que tenemos prácticamente enfrente, ese 2012 del que parece que no hay quien se librara de opinar hasta el cansancio desde hace ya buen rato  —desde los apocalípticos trasnochados, hasta aquellos que se esgrimen como habitantes distinguidos del círculo rojo— nos promete cualquier cosa, menos tiempos tranquilos.

Para nuestro país, el año que se encuentra a pocos días de dar comienzo está marcado no sólo por la latente inseguridad que ha marcado los tiempos recientes, sino también por un contexto particularmente delicado en el ámbito económico, debido a la ya prolongada crisis que ni Europa ni Estados Unidos parecen capaces de gestionar y, por el contrario, contagia de incertidumbre al resto del planeta y amenaza con globalizar sus efectos en los próximos meses.

Un aspecto que, con justicia, debe alimentar nuestra relativa tranquilidad al respecto es el hecho de que el gobierno mexicano —haciendo a un lado el triunfalismo que en su momento calificó de catarrito a la debacle financiera iniciada en 2008— ha tenido hasta ahora una de las gestiones más responsables  de Occidente en materia financiera.

Al contrario de lo ocurrido a Estados Unidos y buena parte de los países europeos, nuestra calificación de riesgo-país se ha mantenido en niveles razonables e incluso ha mejorado, con relación no sólo a europeos y estadounidenses, sino a otras economías emergentes, como Brasil y Rusia.

Sin embargo, no cabe duda que el próximo será un año en que se necesitará toda la serenidad y concentración posibles para conducir la economía de nuestro país, en medio de tormentas internas y, sobre todo, externas.

Desafortunadamente, la irrupción de las muchas campañas electorales que desde ya desbordan los medios de comunicación y cuya intensidad irá en aumento desde ahora hasta julio próximo, no auguran sino ruido, mucho ruido, en momentos en que la excepcionalmente enrarecida coyuntura internacional nos exige paciencia y precisión del relojero para maniobrar con decisión y pulso firme, pero sobre todo con tino, la compleja maquinaria económica.

En 2012, ¿seremos capaces de reconocer prioridades, de propiciar que prevalezca la mesura…? ¿Sabremos guardar silencio, para permitir que el relojero opere en condiciones adecuadas para permitirnos campear esta crisis? Esperemos que sí.

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