En lo alto de una abrupta serranía
acampado se encontraba un regimiento
y una moza que valiente lo seguía
locamente enamorada del sargento.
“La Adelita”, canción popular mexicana.
Desde que el ser humano está sobre la Tierra, las mujeres le han acompañado. Visto desde el punto de vista que sea, una mujer apoya, dirige y coordina actividades diarias con rapidez, precisión y autonomía. En algunos casos, las abuelas coordinaban la vida familiar, dirigían las actividades y buscaban optimizar cualquier situación. Hoy el discurso en apoyo a las mujeres está más vivo que nunca. Es tendencia y es un tema que se aborda en todas las mesas nacionales e internacionales. La violencia, la falta de oportunidades y la constante diferenciación en cuanto a las condiciones de trabajo se ve como la punta del iceberg que poco a poco vamos descubriendo.
A pesar de mi constante y renuente opinión para aceptar que el “empoderamiento” tiene que ver como parte del desarrollo personal de una mujer, la Organización de las Naciones Unidas y demás instituciones nacionales e internacionales insisten en darle ese tinte de diferenciación a las palabras. Por un lado, están las organizaciones que votan a favor de la equidad y, por el otro, hay grupos que buscan que esa equidad sea amplificada a niveles extraordinarios, como el lenguaje inclusivo, donde ya no existan géneros. En ese aspecto, quiero ser puntual en una cosa: soy respetuoso con ambas posiciones, pero no concibo aún la idea de brindarle poder a una mujer que, desde su creación, no ha hecho más que demostrarnos su fortaleza.
La historia de la Adelita es un ejemplo claro de lo que una mujer podía hacer desde hace más de cien años en México. Luchando contra las convenciones sociales de la época y, tal vez, apoyada por el compromiso y amor que su abuelo tenía con la causa revolucionaria, se encargó de su propio destino desde muy pequeña. Hija de un matrimonio tradicional, Adela Velarde Pérez no fue a escuelas de monjas a que le enseñaran a ser una “buena esposa”, ni dejó que le buscaran marido, porque a los trece años se enlistó en el grupo de enfermeras que recién había creado Doña Leonor Villegas de Magnon, quien era la presidenta de la Cruz Roja en México en el año 1913.
Adelita no formaba parte de las soldaderas —mujeres que prestaban sus servicios para la causa revolucionaria, algunas como combatientes, otras se dedicaban a actividades domésticas, proveyendo voluntaria e involuntariamente comida, servicios sexuales y cuidando a los niños—. Su misión era atender a los heridos del Ejército Constitucionalista, inicialmente con el Batallón del coronel Alfredo Breceda, en Chihuahua.
Nieta del General Rafael Velarde, amigo personal de Benito Juárez, heredó una belleza y simpatía singular. Poco a poco, los soldados la reconocían y, gracias al buen trato de la joven, muchos empezaron a fijarse en ella. Es así como el Sargento Antonio Gil del Río Armenta, militar de las fuerzas de Pancho Villa cae enamorado de ella y le compone esa famosa canción. Se dice que Adela y Antonio lucharon juntos en los triunfos del Centauro del Norte, hasta 1914 donde él cae herido de muerte en la batalla de Gómez Palacio. Adelita sigue hasta la batalla de Zacatecas, donde se despide formalmente de su vida en la Revolución y da a luz a su único hijo, fruto de su relación con el sargento.
Como madre soltera, parte con su hijo a la Ciudad de México, donde trabaja como mecanógrafa en la Oficina Principal de Correos de México, hasta donde la va a buscar uno de los coroneles que participó también en el batallón donde Adelita había servido. El coronel Alfredo Villegas, viudo y padre de varios hijos, la busca para casarse con ella y juntos se van a Texas, donde viven hasta sus últimos días. Adelita recibió en 1941 la Condecoración al Mérito Revolucionario por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional. Y veinte años después, el Congreso de la Unión la reconoce en un homenaje y brindándole una pensión vitalicia.
Adelita es uno de tantos ejemplos de lo que una mujer decidida logra, si está convencida de su fuerza. Por ello, para mí hablar de empoderamiento en estos días, suele ser un término con el que no estoy tan convencido, las mujeres eran y son poderosas. Lo saben. Lo sabemos.