¿Qué sucede cuando un país se vuelve rico? Después de la Segunda Guerra Mundial el consenso universal indicó que cuando un país es afluente en exceso debe brindar a sus jóvenes varios años de ocio; algo que el resto del mundo no puede darse el lujo de proporcionar. En aquel entonces, para los adolescentes de la mayoría de los países, el sueño planetario se convirtió en sinónimo de libertad irresponsable, ociosa; y fue expresada fielmente a través de una cultura que con el tiempo fue llamada la cultura pop.
La cultura popular de los Estados Unidos —uno de los países más afluentes— cautivó la imaginación del mundo, y muchos preguntaban: ¿En ella se transmiten o se mutilan los valores estadounidenses? Lo mismo preguntamos en el presente. La mayoría de los temas actuales de filmes, videos, telenovelas y canciones no los relatan ni los padres, ni las escuelas, ni las iglesias, ni los gobiernos, sino un puñado de conglomerados transnacionales que tienen algo atractivo qué vender en los medios de comunicación: así multiplican las posibilidades de manipulación de masas. No se trata de una expresión directa de los valores del pueblo norteamericano, sino de una operación de mercadotecnia mundial. Eso influye profundamente en los valores de los niños y jóvenes norteamericanos… y los de todo el mundo.
La cultura pop hace girar la Tierra y los Estados Unidos crean la mejor cultura pop: gran parte del atractivo para los pueblos de este planeta es que cada uno de ellos se puede ver y oír a sí mismo en la cultura estadounidense a través de la variedad de intérpretes de distintos orígenes étnicos. La cultura de Estados Unidos es el cuerpo y la sangre de las canciones, epopeyas, danzas y dramas de todas las razas del mundo.
Le preguntaron a William Bennet, exsecretario de Educación de Estados Unidos: ¿La cultura popular transmite o mutila los valores? Contestó: “Me preocupa ver que hoy muchos niños están siendo educados por la cultura popular. No hay otra influencia en la sociedad que compita con ella. Muchas escuelas han empezado a imitarla, en lugar de contrarrestarla. En algunas escuelas norteamericanas se inician las clases con música estridente de rock. No se trata tan sólo de un problema de los Estados Unidos: es el problema de la ‘modernidad’.”
Muchos nos preguntamos por qué no es hoy la sociedad como era antes; olvidamos que vivimos en un mundo que cambia en cada latido. Cuando la gente decía que no le gustaba la cultura pop, tenía en sus manos el arma más eficaz que el hombre ha conocido: no verla ni escucharla. Esta opción ya no está al alcance de las familias del mundo, pues una persona término medio ve la televisión por lo menos veintiocho horas por semana. Hubo una época en que la gente podía decidir si aceptaba o no los mensajes transmitidos por la cultura popular. Hoy la cultura pop está en cine, televisión, radio, prensa, Internet, celular; hasta en la sopa.
Ciudadanos del mundo sienten que gobiernos e instituciones no están cumpliendo su cometido de contener el lado oscuro de la humanidad. Se requiere una gran energía moral, casi heroica, para conservar una sociedad donde el individuo sea libre de elegir, sin detrimento del otro. Cada generación tiene el deber de encontrar esa energía. Sin embargo, el simple hecho de dejar al individuo tomar sus propias decisiones, no da buen resultado automáticamente. ¿Dónde termina mi derecho e inicia el del otro? ¿Quién fija los límites? El único árbitro de la cultura debería ser la población que la disfruta. ¿Y cuando los individuos escogen algo inferior porque no conocen las alternativas? ¿Nos hemos de quedar impasibles aunque ellos tomaron una decisión sin conocer las consecuencias? ¿Debemos dejar hacer, dejar pasar, sin hacer reflexión alguna, sin ofrecer la posibilidad de una vida mejor?
Nuestra obligación es tratar de elevar el discurso, de llevar a la gente a un nivel más alto; el ambiente ya está saturado de bajos instintos. Nuestra generación tiene la obligación moral de crear una cultura superior. Pero, ¿cómo crearla?
Hemos comprobado el poder inconmensurable de la comunicación multimedia. En nuestro mundo las ideas más profundas pueden ser difundidas de la manera más persuasiva a través de la industria del entretenimiento y del espectáculo. Los valores tradicionales deben vestirse de lujo, y persuasivamente ser transmitidos a través de los medios masivos de comunicación. Nuestros jóvenes tienen el derecho de conocer lo sublime, lo excelso, lo heroico; tienen el derecho de soñar otro mundo y a trabajar por él.