La palabra crisis es quizá una de las más presentes en la comunicación actual y suele aplicarse para nombrar situaciones difíciles que ocurren en diversos ámbitos. Así, puede tratarse de una crisis económica, política, ecológica, humanitaria o de seguridad. A nivel personal también podemos vivir una crisis familiar, de salud física o psicológica.
Las causas de las crisis también pueden ser de índole variada, desde las que son producto de catástrofes naturales (como los temblores y los huracanes) hasta las que son resultado de las acciones humanas (como una guerra, o crisis de la Bolsa de valores). En la actualidad cada vez es más común hablar de crisis relacionadas con los efectos adversos de sofisticadas tecnologías, como la crisis humanitaria producida por reactor nuclear en Chernóbil o la crisis cibernética que suele generarse por un uso no previsto del Internet y las redes sociales.
En la medida en que la alusión constante a la palabra “crisis” no viene acompañado de una conciencia sobre su significado, no está de más hacer una somera reflexión sobre los orígenes y los usos de esta palabra.
Como bien lo explica el historiador de los conceptos Reinhart Kosseleck (en cuyas ideas me baso para la redacción de este artículo), la palabra crisis no siempre tuvo las nociones polivalentes que le asumimos en la actualidad.
Cuando los pensadores griegos utilizaban el término, éste sólo aludía a una situación que podría producirse en las esferas de la teología, la medicina o la jurisprudencia. En este ámbito, la “crisis“ era un concepto central vinculado con el orden político que llevaba a la necesidad de tomar decisiones adecuadas en terreno legal. En el campo de la medicina, en el corpus de Hipócrates, la palabra se aplicó para hablar de las condiciones del paciente y a la capacidad del médico para tomar una buena decisión que incidiera sobre el curso de la enfermedad.
No será sino hasta el siglo XVI cuando la palabra crisis se expande a los terrenos de la economía, la historia, el ámbito militar y la psicología. A partir de 1780, la crisis se convierte en una expresión vinculada con una nueva sensación de cómo se vive el tiempo que está asociada a la convicción de que los acontecimientos históricos han marcado un cambio de época. En 1792 el pensador francés J. Emilio Rousseau, utiliza por primera vez la palabra crisis en su sentido moderno presentando una teoría del cambio y una visión sobre el futuro que cuestionaba las visiones positivas sobre el progreso. Más adelante, hacia finales del siglo XVIII, la palabra crisis adquiere una especie de visión apocalíptica vinculada con el estallido de las revoluciones francesa y americana.
La vinculación de la crisis con las cuestiones económicas proviene del nuevo significado que se le da en Alemania para hablar de la situación económica que se produce a partir de 1856. Unos años antes, Marx y Engels integran este concepto para referirse a lo que a su juicio será una crisis del capitalismo que contiene una esperanza revolucionaria.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, la connotación de la palabra crisis adquiere un sentido global y estará permeada de una flexibilidad de significado que alude tanto a descripciones o diagnósticos sobre una situación económica y social, como a los estados emocionales individuales.
De esta forma, a partir del siglo XX, casi no existe ninguna área en la que no se pueda llegar a experimentar un estado de crisis recurrente. Vivimos la vida como si estuviéramos en una transición constante caracterizada por una crisis crónica de carácter social y existencial.
Por estas razones no está de más que hagamos una revisión de los contenidos históricos y actuales de la palabra para preguntarnos “¿de cuál crisis estamos hablando?”.