El fotógrafo conocido como Enrique “El Niño” Metinides, fue uno de los más importantes pioneros de la nota roja en México. Su quehacer fotográfico revolucionó la manera de cubrir la noticia policíaca e influenció por más de sesenta años la llamada nota roja, además de haber sido el creador de las claves que utilizan –todavía hoy– los paramédicos en la Cruz Roja para comunicarse.
Hay varias versiones del porqué se les dice nota roja a los artículos periodísticos que relatan crímenes, tragedias o desastres, y que a partir de finales del siglo XIX tuvieron en México mucha aceptación, sobre todo entre las clases populares. La más aceptable es la que dice que viene de tiempos de la Inquisición en México: cuando esta “festiva” institución decidía hacer de sus castigos un ejemplo, los hacía en público atronadoramente, para que la gente viera cómo les iba a los “herejijos” que la desobedecían. Días antes de las ejecuciones se ponían anuncios en calles y plazas, carteles que la gente sabía estaban autorizados por Iglesia porque llevaban un sello rojo impreso, de ahí nota roja.
Con los avances tecnológicos a principios del siglo XX en materia de impresión y fotografía, los periódicos mexicanos comenzaron a incluir imágenes de todo tipo en sus publicaciones, desde las de personajes y sucesos relevantes, hasta las del aplaudido bodoque recién nacido. El estallido de la Revolución atrajo a muchos grandes fotógrafos que iniciaron un fotoperiodismo más formal en nuestro país, como el alemán Hugo Breheme, quien fotografió a varios líderes revolucionarios, como Zapata, además de ser el primero en ofrecer una importante colección de vistas de ciudades mexicanas, que más tarde publicó en su libro México Pintoresco (1923). Breheme influenció a fotógrafos de la talla de Manuel Álvarez Bravo.
Por supuesto las fotografías de corte impactante sensacionalista, fenómeno esencialmente citadino, no tardaron en acaparar la atención de la gente. De alguna manera estos cromos eran testigos de la cruda realidad que acompañaba, se quisiera o no, a la urbe y su gente en su cotidianeidad. Pero sobre todo la fotografía de nota roja pasó a ser no sólo un documento indiscutible que acompañaba la noticia dándole validez y credibilidad al hecho, sino a ser una imagen que traspasaba identidades: el observador podía verse reflejado en la víctima, ella, él, tú o yo podían ser los de la foto: la tragedia, pan nuestro de cada día, podía alcanzarnos en cualquier momento.
Jaralambos Enrique Metinides Tsironides nació en la Ciudad de México, en 1934. Sus padres, ambos de Atenas, Grecia, llegaron a Veracruz de paso, pues iban a Houston a su luna de miel; allá vivía un hermano que querían visitar desde hace años. Desgraciadamente me los jarochearon en el puerto, dejándolos con una mano adelante y otra atrás. Sin maletas, papeles ni dinero no podían hacer nada. Entonces, como siempre, la mujer tuvo que salvar la situación: inteligentemente y a la voz de ¡no contaban con mi astucia!, la recién casada, previniendo infortunios, había cosido a su vestido una cadena de oro, regalo de la abuela.
Vendida la joya pudieron viajar a la capital, donde se conectaron con la pequeña pero amigable comunidad griega (no llegaban ni a cincuenta) que los ayudó a echarse a andar. Y cuando estaban listos para regresar a la querida patria de la hermosa Helena y el olivo, ¡oh, salchichas!: se desata la Primera Guerra Mundial y los Metinides se tuvieron que quedar para siempre en la tierra del tamal y el chile bravo. Así fue como nacieron en el centro de la capital Enrique y sus hermanos.
El padre puso un negocio de artículos fotográficos en Avenida Juárez, junto al Hotel Regis, el mismo que en 1985, Enrique fotografiaría derrumbado, derrotado. El negocio duró algunos años, hasta que tuvieron que desalojar el edificio. Don Metinides se quedó con algo de equipo que no pudo vender y le regaló a Enrique, de nueve años, su primera cámara, una Brownie Junior, alemana, que el papá le enseñó a manejar.
El chico no tardó en salir a la calle a tomar fotos de cosas que le hicieran sentir que estaba en una de sus películas de gánsteres, que amaba. Él quería captar balaceras, accidentes, persecuciones, incendios y todo lo que fuera acción: Con esa cámara empecé a tomar fotos de coches que chocaban. En la esquina de casa compraba el periódico, veía en ellos si había algún choque, apuntaba la dirección y me iba ahí en camión. Llegué a tener muchísimos choques en la calle, porque en ese tiempo no se los llevaba la grúa si no estorbaban, y yo llegaba y siempre había un policía vigilando un carro. Posaban para mí, cuenta el mismo Enrique Metinides.
Tiempo después, el padre abrió un restaurante de comida griega cerca de una delegación, en Santa María la Ribera. Asistía mucha gente del Ministerio Público (MP) y al niño le gustaba mostrar sus fotos a los clientes, hasta que uno de ellos le llamó la atención y lo invitó a la delegación a tomar fotos de detenidos y rijosos.
Fue así como a los once años Enrique fotografió su primer muerto: un pobre diablo, quizás borracho, se había dormido en la vía del tren que cruzaba Nonoalco. Cuando Enrique entró a la delegación vio el cuerpo decapitado y a un encargado sosteniendo la cabeza. El niño sacó su Brownie y… ¡click!, despegó la carrera del fotógrafo que captaría por más de sesenta años la poética brutal y no refinada de millones de accidentes.
No tardó mucho en que una de las fotografías del chico llamara la atención de un veterano fotógrafo de La Prensa, Antonio “El Indio” Velázquez:
Me dio sus datos, lo fui a ver y le gustaron mucho mis fotos. Y me dijo: ‘oye, ¿quieres irte a trabajar conmigo?, ¿cuántos años tienes?’, yo le respondí que iba a cumplir once y me respondió: ‘pues pide permiso en tu casa’. Pero yo nunca pedí permiso, mis papás pensaban que estaba yo en la escuela o jugando, y en realidad estaba tomando fotos de choques y muertos”, vuelve a comentar don Enrique, quien además dice, que por su edad, desde entonces le apodaron “El Niño”: “Déjame decirte que fui el primer fotógrafo de toda la República Mexicana en estar de planta en la Cruz Roja y para poder subirme a la ambulancia me capacitaron y me dieron mi credencial de socorrista.
Precisamente Antonio “El Indio” Velázquez fue de los fundadores del tabloide de nota roja más popular en el país por muchos años, La Alarma, que en su época de oro llegó a tirar 500,000 ejemplares semanales y era conocido por llevar encabezados sensacionalistas que se convirtieron en famosas muletillas, como “¡Raptola, violola y matola con una pistola!”.
Metinides también colaboró en el Alarma y otros impresos amarillistas, pero fue en La Prensa donde “El Niño” se curtió e hizo escuela. Publicado desde 1928, La Prensa siempre fue un periódico de corte popular. En él Metinides retrataba y documentaba de treinta a cuarenta accidentes diarios. Jamás llevó un horario normal, porque si estaba estipulado que entraba a las 10 a.m., le podían llamar a las 3 a.m. para ir a tomar fotos de alguna tragedia hasta casa de la tía Chencha: Casi no dormía, comía mal, te pagaban mal, y aparte había mucha envidia de algunos compañeros por mis fotos… horrible, dice.
Carlos Monsiváis escribió: Sus fotos (de Metinides) son el resultado del azar, de lo no previsto, donde el accidente es el centro de una obra monumental y admirable, donde a la fotografía le toca el papel de primer y último testigo.
Pareciera que la paciencia es la clave de este rudo oficio para captar el segundo correcto e inmortalizarlo. Pero no, hacer de la muerte un paisaje no es cosa sencilla. Se necesita una gran agudeza de ojo y composición, que ambicione captar un panorama más grande que el que encierra el mero sensacionalismo amarillista del típico cadáver machacado tras el volante. Metinides encontró la fórmula alejándose lo más posible de la sangre y el dolor, sus historias alcanzaban una narrativa más luminosa, amplia y humana:
Sin demasiada sangre, sin apenas dolor, un pie o una carta podían ser suficientes. La historia brotaba por sí sola: viudas que perdían la vista en un infinito oscuro, curiosos cuyo rostro reflejaban las llamas de un incendio, policías henchidos de orgullo, perros que se arrastraban por la escena del crimen. A diferencia de sus colegas evitaba el primer plano. A veces le bastaba con una solitaria madre llevando un pequeño ataúd en brazos; otras, con la vista cenital de un suicida estrellado contra el suelo, pero con decenas de mirones, ahí abajo, girando sus cabezas hacia la cámara, hacia el fotógrafo, hacia el lector, comenta el periodista Jean Martínez Ahrens, quien entrevistó al fotógrafo para el El País en su cumpleaños número ochenta y dos.
“El Niño” no fue ajeno a las tragedias que fotografiaba: “Siempre evité lo macabro, lo truculento. A mí me interesaba el drama de la vida, no la sangre. Por eso tuve respeto por las víctimas”, comenta. Tampoco estuvo ajeno a convertirse él mismo en tema de sus propias fotografías, pues padeció diecinueve accidentes que casi le cuestan la vida: Tengo un infarto, me estuve muriendo. Tengo siete costillas rotas porque me atropellaron dos veces. Me caí a barrancos dos veces, me volqué en ambulancias, en carros, en choques, porque nos íbamos a barrancos tomando fotos.
Haber sido pionero de una profesión tan difícil y uno de los fotógrafos más publicados en la historia del periodismo mundial, no significó más que su forma de ganarse honradamente la vida, pues durante su carrera jamás obtuvo reconocimiento, siempre fue mal pagado y causó mucha envidia entre sus colegas. Me hubiera gustado hacer dinero, comprarme una vivienda más grande que ésta, en mera avenida de la Revolución, haber alcanzado la fama antes y no tener tantas cicatrices.
El reconocimiento llegó tarde, pero llegó: hoy en día su obra se cotiza bien a nivel mundial y ha expuesto en muchos países del viejo y nuevo continente, además de recibir destacados premios, como el Premio Espejo de Luz, el más importante que se da a los fotógrafos en México.
Anteriormente mencionamos que una de las grandes satisfacciones de don Enrique fue crear las claves que continúan en uso por los paramédicos de la Cruz Roja para comunicarse, un lenguaje creado para que los familiares de un paciente no entiendan las crudas conversaciones de los socorristas: “La clave “R” está compuesta por 65 combinaciones de letras y números, por ejemplo, “5G” lo usaban para referirse a un paciente grave o “5 Metro” para nombrar a una persona mutilada”. Asimismo, Metinides creó la sala de prensa en los hospitales de la Cruz Roja.
Monsiváis remata a gol:
Cada imagen de Metinides representa la intrusión del destino en la vida cotidiana, la certeza de que nunca estaremos seguros. A él le tocó una revaloración, en este caso internacional, que prueba la esencia del accidente: todos, en cualquier país, estamos a expensas de lo imprevisto (…).
Ya lo decía una barda a las afueras de un cementerio en un pueblo de provincia: “Aquí te espero pasajero”.
Vale mucho la pena ver:
El documental El hombre que vio demasiado (2015), dirigido por Trisha Ziff, quien ganó el Premio Ariel a mejor Largometraje Documental en el 2016, donde expone el mundo y las fotografías de nota roja en México y donde Enrique “El Niño” Metinides es pieza principal:
https://www.youtube.com/watch?v=MkmIsI0_GdM&feature=youtu.be
Muchas felicidades por tan ilustrativo artículo. Claramente haces uan fotografía de una vida dedicada a la fotografía.Felicidades, querido Gerardo.
Mil gracias por leer y escribirme, querido Salvador!!!!
Excelente historia, narrada en un lenguaje ameno y divertido, para un tema que no es sencillo.
Muchas gracias don Luis!!, por escribir y tomarse el tiempo de escribirme!!!…un abrazo cordial!!!
Un tema que para muchos de nosotros ha sido repulsivo, algo de lo que apartamos la mirada y evitamos ver. Y sin embargo, la foto solo es un testigo de una realidad que ES. Un testimonio incuestionable, que en cambio, si nos interpela, nos incomoda y aunque nosotros no quisi