Parte 1
De entre los múltiples cuestionamientos que deberían abordar los actuales candidatos a la Presidencia de la República es el que tiene que ver con un debate serio que apueste por entender las necesidades del presente, para atender con eficacia y profundidad la nueva era de nuestra televisión. En plena época de posverdad (y noticias falsas), soslayar la urgencia de cambio en la cultura política, sería un error de la misma dimensión del que incurrieron los gobiernos a partir del año 2000, y que hoy tiene en jaque al statu quo.
El contexto de la nueva era
Tres referentes para la anterior aseveración: la decisión del ex presidente Vicente Fox de pactar con el viejo partido, en lugar de aprovechar su capital político para renovar el sistema endémicamente; la incursión de las Reformas Estructurales de la actual Presidencia sin atender las causas de la desigualdad social y el plan de Televisa (la mayor corporación mediática del país) de atender su crisis financiera en el período 1997-2001 con la transición en su dirección, pero no hacerlo a profundidad con el modelo de generación de contenidos (su quintaescencia real desde la XEW), lo que a futuro la hubiera prevenido de la mayor crisis de su historia.
Aún con los cismas que está padeciendo, la televisión es el medio con mayor influencia en la orientación, formación y educación de la vida pública. Aclaremos para los escépticos que, al referirnos a la televisión, lo hacemos con todos sus formatos y plataformas de distribución (incluyendo el internet), no sólo la tradicional, la TV abierta.
El artículo de Antonio Ocaranza en Forbes México sintetiza con contundencia las revelaciones que el encono coyuntural entre Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición líder Juntos Haremos Historia, y un sector de la Iniciativa Privada ha propiciado por la dinámica de participación social de esos empresarios en la vida pública.
Independientemente de lecturas políticas y pasiones militantes, lo cierto es que el edificio del poder político advierte “daño estructural” y, por el lado de los empresarios, el no modificar sus formas de participación política, generalmente indolentes a las necesidades del ciudadano común, les ha conducido a “sorpresas”, como que sus mensajes y cargadas electorales resulten ineficaces (al menos a nivel mediático) porque “el llamado a razonar el voto y mantener las reformas y el rumbo actual del país (…) es recibido con reserva o, peor aún, con cinismo”.
Digámoslo con todas sus letras, este “divorcio”, como Ocaranza le llama, no fue propiciado por un candidato, sino, en todo caso, aprovechado por éste. El contexto descrito explica las semillas del cisma de credibilidad y anacronismo de las corporaciones privadas de radio y televisión. ¿Dónde está el análisis ejecutivo cualitativo de estos indicadores y variables de los ratings y share? Porque no los vemos en los criterios de selección y producción de proyectos ni en la programación no sólo de la ficción dramática.
¿Qué vamos a hacer con la televisión?
Hace unas semanas, a propósito del primer debate presidencial, el experimentado y reconocido productor, Miguel Sabido, en una conferencia, donde dio a conocer su reciente reconocimiento en Indonesia como “el padre del entertainment education” ha puesto interesantes puntos sobre las íes, que podemos englobar en la mencionada pregunta.
En la producción de televisión y generación de contenidos, ¿adoptaremos un marco filosófico común con los latinos de Estados Unidos frente a una televisión que sirvió (bien o mal) para unificar un sentido de identidad nacional durante la segunda mitad del siglo XX?
Añadiendo un factor que Sabido no ha aportado: la composición y perspectiva demográfica en Estados Unidos nos llevará a ello (o a algo muy cercano), considerando que los latinos, de origen primordialmente mexicano, apuntan por convertirse en dos décadas en la primera mayoría, y eso tiene nervioso al presidente Donald Trump y a lo que representa. Para aquellos que lo llaman “loco”, mejor revisen las causas de sus “fobias”.
Ello sobrepasa un movimiento corporativo como la fusión de facto Televisa-Univisión, por lo que estas compañías representan en la geopolítica, no nada más de Estados Unidos y México. Y, como en política los vacíos se llenan, más nos vale adoptar una postura porque el juego ya está empezado e intervienen posturas extremas con las que hay que mediar o conciliar, entre el entreguismo neoliberal y el chovinismo a ultranza.
En lo que respecta al mercado doméstico, ¿qué vamos a hacer con la violencia y crispación social peligrosamente a punto de salirse de control en cualquier momento? ¿Son suficientes Hoy, Venga la alegría, Sale el sol, La rosa de Guadalupe, cualquier telenovela original o los noticieros que están al aire?
No porque éstos sean el remedio de la enfermedad, sino por el servicio que prestan, más allá de sus objetivos comerciales. Asunto aparte pero que debemos considerar, los nuevos jugadores, formales o informales, del internet.
La calidad del contenido: una moneda no sólo comercial, también política
El ex presidente brasileño, y nuevamente candidato presidencial, Luis Inacio Lula Da Silva, se ha quejado públicamente de una serie de Netflix (El Mecanismo) que retrata el entorno político del país sudamericano, porque a su criterio afecta la percepción sobre su imagen. No es un asunto menor, si consideramos que la plataforma, cada vez con mayor influencia, no sólo lanza la producción en Brasil, sino en simultáneo en todo el mundo.
Los gobiernos y las naciones del mundo ya no sólo tienen que gestionar con sus entidades mediáticas nacionales y regionales, sino ahora con las transnacionales, que ya pueden incidir de manera directa en la dinámica doméstica, desde el entramado global. Eso cambia el juego más allá, insistimos, de lo que respecta al consumo y a la tecnología.
Lo anterior nos debe llevar a una seria discusión sobre estos fenómenos, en medio de una industria, como hemos desarrollado en este espacio, que ha subordinado su capital de contenido a un modelo de producción homogéneo y anacrónico, que importa valor creativo y tecnología, y que ha perdido terreno en la exportación y, por tanto, en la influencia en otros territorios, lo que asimismo repercute en la imagen del país (y sus empresas, no sólo del Estado) y ello también se monetiza.
¿Con qué fichas nos vamos a sentar en el tablero mundial? ¿Con unas, cuya producción ha sufrido abaratamiento, maquila refritos (y no siempre con los mejores alcances), no generan valor de marca y, por su agotamiento creativo, cada vez tienen menor relevancia? O ¿acaso aprovecharemos nuestra condición geopolítica sine qua non para jugar con las reglas del juego impuestas (ni manera), para luego posicionar las nuestras en beneficio de nuestro desarrollo evolutivo? Alguna vez lo hicimos.
De esto y más les propongo desarrollar en siguiente ediciones.
Estamos en época de cambios políticos e inmersos en evoluciones sociales aceleradas.
Se necesita una TV moderna y competitiva, no nada más en el entorno local, sino en un mundo globalizado y con herramientas distintas a las tradicionales.
Y lo más importante, objetiva, no tendenciosa ni manipuladora. O por lo menos con diversas opciones de opinión, que ayude a formar criterios personales entre el público