Así como en su momento el joven Johann Sebastian Bach caminó más de trescientos kilómetros para escuchar a su ídolo, el organista Dietrich Buxtehude, José Rolón, uno de los más importantes pedagogos musicales de nuestra historia y de los primeros compositores en usar temas autóctonos en sus obras, decidió en 1899 subirse a su caballo y cabalgar noches y días a la Ciudad de México para escuchar a su ídolo, el pianista polaco Jan Paderewski, entonces un virtuoso de greña necia y estridente que andaba de gira por América.
Zapotlán el Grande (hoy Ciudad Guzmán), Jalisco, es cuna de personajes como la compositora Consuelo Velázquez, el pintor José Clemente Orozco y el escritor Juan José Arreola, quien la describió como “un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento, un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño.” En ella nació, en 1876, José Paulino Rolón Alcázar, cuya vida estuvo llena de episodios pintorescos, aunque la mayoría dramáticos.
Su padre, Feliciano, de ascendencia francesa, era dueño del rancho El Recreo, pero también músico, fundador y director de una orquesta local y hombre sensible a la cultura. Su madre, doña Eduviges, tocaba el arpa con talento. Así que el niño José tuvo influencia musical por las dos orejas. Pero también le inculcaron el amor por la tierra y el trabajo del campo, que de alguna manera supo más tarde imprimir y sublimar en sus composiciones.

La música comenzó a tener un importante lugar en la vida del joven José, pero para cumplir los deseos de su madrecita, se metió al seminario de Zapotlán, una institución inaugurada en 1868 en donde enseñaban esmeradamente hasta astronomía, pero no música. Vale la pena mencionar que este seminario dio gente muy sabia dentro de las ciencias, como el padre José María Arreola, pionero en el estudio del clima, la vulcanología y en la predicción de sismos a principio del siglo XX. Una de sus grandes obras es Nombres indígenas de lugares del Estado de Jalisco (1935), por supuesto hoy olvidada.
Pues nada. El joven Pepe no se veía con sotana, pero siguió en el seminario hasta los 20 años, cuando sorpresivamente viene el primer golpe: muere su madre, experiencia que lo marcó profundamente. Al poco tiempo, aunque ya casado por segundas nupcias, la salud de su padre decayó y el músico promesa se tuvo que encargar del rancho, tarea siempre demandante. Segundo golpe: muere el padre.
Un poco más holgado económicamente, José se animó a pedir la mano de la joven Mercedes Villalvazo, con la que contrae matrimonio en 1899, año que vio a su ídolo tocar el piano en la capital y que nace su primera hija, María Luisa.
La vida en el rancho parecía continuar el camino del arado y la parsimonia del ganado, cuando cae el tercer golpe: dando luz a su segunda hija, la amada esposa muere. La niña se llamó Mercedes, en honor a la madre. A los 24 años José Rolón era huérfano y viudo con dos hijas pequeñitas.

Con el apoyo de su suegro, don Tranquilino Villalvazo, quien aceptó cuidar a las niñas, Rolón vende el rancho y se va a Guadalajara a estudiar composición, piano y órgano. Se dan las primeras composiciones, que ya traen un carácter mexicano impreso y que posteriormente le darán un lugar merecido entre los grandes compositores nacionalistas.
Con sus ahorros, Rolón decide que el único lugar donde puede desarrollarse, como Euterpe manda, es París. Durante dos años estudia con los mejores maestros y es aplaudido por su talento. Pero viene el cuarto golpe: su hijita Mercedes muere, por lo que Rolón deja su ascendente carrera para regresar a Guadalajara. Entonces comienza su verdadero apostolado: la enseñanza musical en tierra apache, apache porque México en ese entonces atraviesa otro de sus incontables zipizapes históricos y el horno no está para musiquitas.
Contra viento y marea José funda, en 1907, su Academia Rolón, dedicada a instruir músicos con seriedad. Sus esfuerzos florecen cuando, en 1915, forma con sus alumnos más avanzados la primera orquesta sinfónica del país, después convertida en la Orquesta Sinfónica de Guadalajara. Es año también funda la Escuela Normal de Música.
1927 es importante en la vida de Rolón porque hace su segundo viaje a París, se casa con su alumna, Ana de la Cueva, y gana el primer lugar del concurso de composición del Primer Congreso Nacional de Música, organizado por la Universidad Nacional y el periódico El Universal, con su obra El festín de los enanos (1925), obra basada en la canción folclórica Los enanos, de la época de la intervención francesa:
Estos franchutes ya se enojaron
porque a su nana la pellizcaron.
Estos franceses ya se enojaron
porque sus glorias les eclipsaron.
Se hacen chiquitos, se hacen grandotes
y nunca pasan de monigotes.
A partir de 1929 Rolón se dedicó en cuerpo y alma a la enseñanza y a componer. Entre sus muchas obras están el Concierto para Piano, el poema sinfónico Zapotlán, danzas indígenas para piano, canciones, cuartetos, etcétera.
La hora de celebrar a José Rolón sigue encerrada en el retraso. Le tocó vivir en destiempo. Hasta ahora pocos han sabido valorar su decisiva importancia en la pedagogía musical y difusión de la cultura en México. Al morir en 1945, su hija María Luisa comentó:
“El espíritu de mi padre perdurará siempre en la salvaje fogosidad del danzante sonajero de Zapotlán; en la primitiva y sobrecogedora insistencia del tambor indígena; en la dulce tristeza de las chirimías, en el suave aliento de la lengua chimalhuacana, en el intenso olor del surco y en la briosa acometida del mariachi.”
Qué interesante personaje !!!
Qué vida!!!
Se te agradece mucho el compartirnos esta gran historia!
Muchísimas gracias, estimada Laura!….Un cordial saludo